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Los dos D’Artagnan
V

arios historiadores, motivados por la pasión de distinguir entre la realidad y la ficción, han llevado a cabo una profunda investigación sobre uno de los héroes imaginarios más célebres: el caballero D’Artagnan, mosquetero del rey de Francia. El personaje, creado por Alejandro Dumas, protagonista de la trilogía que forman Los tres mosqueteros, Veinte años después y El vizconde de Bragelonne, le fue inspirado por la muy real persona histórica del conde Charles Batz de Castelman.

El trenzado de Dumas entre los personajes reales y los ficticios comienza desde la advertencia que sirve de prefacio a Los tres mosqueteros, donde hace alusión a las Mémoires de d’Artagnan, memorias apócrifas redactadas por Gatien de Courtilz a partir de algunas notas del capitán de mosqueteros. Dumas agrega, al final de este breve prefacio, que él no ha hecho sino seguir las Mémoires du comte de la Fère, a quien debe atribuirse el mérito. Los historiadores en cuestión llevaron una minuciosa investigación a partir de las Mémoires de d’Artagnan, donde no encontraron ninguna traza de Athos, Porthos y Aramís, pero dejaron de lado las del conde de a Fère. ¿Necesita recordarse que Athos es el nombre de guerra bajo el cual se oculta el conde? El cincelado de Dumas entre lo real y lo imaginario toma nuevos giros que se suman unos a otros en una orfebrería barroca: el personaje de Athos está inspirado en el mosquetero Armand de Sillègue d’Athos d’Hauteville, nacido en 1615 y prematuramente muerto, sin duda en un duelo, en 1645. Las Mémoires du comte de la Fère, redactadas a partir de 1650, son producto de la persona real de un conde de la Fère y en ellas aparecen tanto los nombres de Athos, Porthos y Aramís como el de Anne de Breuil, la mujer muy real del conde, la terrible Milady Winter.

Si los historiadores reconocen que el personaje de Dumas se ha impuesto al D’Artagnan de carne y hueso, al extremo de hacer olvidar que existió en la realidad, consideran, quizás a causa de su evidente inclinación por la Historia, que las aventuras del personaje de ficción son superadas por las del verdadero D’Artagnan. Sus escrupulosas pesquisas reconstruyen la vida de un hombre que hace carrera en las armas: cadete de la guardia de Essarts, mosquetero de Tréville, debe decidir entre su adhesión a la Fronda o la fidelidad al joven rey Luis XIV y a su ministro Mazarine. Leal al trono y al orden, se convierte en la creatura del cardenal, cuando la Compañía de mosqueteros es disuelta durante varios años por el mismo Mazarine. Su obediencia es ciega, simple soldado y ejecutor. Será el hombre de confianza de Luis XIV, encargado de misiones secretas y bajas obras, sirve de correo al rey, procede al arresto del superintendente Fouquet, es gobernador impopular de Lille cuando participa en la terrible represión de la revuelta de Roure en 1670.

A diferencia del héroe de Dumas, quien nunca se une con los lazos nupciales a una mujer, D’Artagnan se casa con una rica noble, en una época en que el matrimonio era un modus vivendi y una inversión. Demasiado enamorada de su esposo, Anne-Charlotte de Chanlecy pretende acompañarlo a todas partes. D’Artagnan arranca al rey la orden de exiliarla a sus tierras de Bresse... lejos de él.

Nada qué ver, pues, con el mosquetero de Dumas, o muy poco. Ni expedición para recuperar los herretes y salvar el honor de la reina, ni enfrentamientos con Richelieu o Mazarine, ni astucias para devolver el trono de Inglaterra a Charles II... El héroe ficticio es un heredero de los nobles caballeros errantes. Pero, como el D’Artagnan histórico, el novelado muere en 1673 durante la guerra de Maastricht.

Bajo el personaje ficticio se eclipsa el real. Ante los dos personajes, tan verdadero uno como otro, cabe preguntarse cuál es más real: ¿el novelado o el histórico? Sin duda, hoy tiene más realidad el personaje ficticio que el real. Después de todo, lo imaginario no puede morir: pertenece a la inmortalidad.