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Caja de sorpresas
U

no de los inmuebles más bellos del Centro Histórico es el antiguo Hospital de San Juan de Dios, que actualmente aloja al Museo Franz Mayer, sitio que nunca deja de sorprender. Además de la colección permanente, verdaderas joyas de lo que se conoce como artes decorativas, tiene siempre exposiciones temporales de gran calidad.

Fue de los primeros en abrir al cambiar el semáforo epidemiológico, un regalo para los espíritus hambrientos de ver arte y belleza. Comenzó con la exposición Trazar el Mundo, conformada por 66 objetos que se aprecian en tres núcleos temáticos que abarcan desde el siglo XVI hasta el XIX. Muestran una selección de mapas, atlas, globos, brújulas, relojes y otros instrumentos que descubren al visitante la actividad artística e intelectual que logró el desarrollo de la ciencia cartográfica. Bellos y coloridos mapas nos permiten ver los distintos modos en que se configuró y construyó la imagen moderna del mundo. Primorosos baúles de cuero con singulares herrajes nos recuerdan las maletas que usaron nuestro bisabuelos.

En la caja de sorpresas que es el museo pasamos a otras salas y entramos al siglo XX, con la primera exposición internacional del año: El Universo de un diseñador, Alexander Girard. En colaboración con el Vitra Design Museum de Alemania se montó esta muestra de uno de los diseñadores de interiores y textiles más importantes de la pasada centuria. Se distinguió por introducir nuevas formas de entender el color, la tradición popular y la creación de ambientes a partir del diseño total en tiempos en los que dominaba la sobriedad y el minimalismo.

Es fascinante su trabajo, tanto en el diseño de interiores –colores, patrones y textiles– como en el coleccionismo, museografía y el espíritu del arte popular. Destaca su relación con México por su interés en la tradición artesanal y su línea de producción textil con artesanos mexicanos que realizó para Herman Miller.

Y como este año se festejan 35 de vida del museo, su dinámica directora Alejandra de la Paz, anunció muchas exposiciones más, además de la ya tradicional cita con lo mejor del fotoperiodismo con el World Press Photo 2021.

Aquí voy a compartir una deliciosa información que me dio hace tiempo don Carlos F. Salinas Domínguez, un amable lector de Ciudad Victoria, Tamaulipas.

“Me voy a permitir contarle algo que tal vez usted no esté enterada. Hace años, recién inaugurado el nuevo edificio de la Bolsa de Valores, en su interior se montó una exposición sobre Franz Mayer, que fue figura importante en esa institución. Pues bien, entre muchos objetos de arte, artesanías y curiosidades estaba de manera singular, en lugar destacado, la receta del puchero que don Pancho –así le decían sus amigos–, preparaba año con año para degustarlo con ellos.

La receta es muy original, aparte de los ingredientes tradicionales de carne de res, chambarete, verduras y repollo remataba con trozos de perón; en su lectura se apreciaba que era una ricura. Y ahora viene lo que coronaba la receta del puchero, la lista de invitados la encabezaba el presidente de la República Adolfo López Mateos; el secretario de Hacienda, Antonio Ortiz Mena, Antonio Carrillo Flores, Pepe Iturriaga y varios banqueros. Tiempo después estuve en el museo, tras insistir mucho logré que me obsequiaran una fotocopia de la receta del puchero; siguiendo las instrucciones lo preparo anualmente para degustarlo con amigos...

Es otra cualidad de Franz Mayer, el empresario de origen alemán quien con gran generosidad cedió al pueblo de México sus colecciones de artes decorativas que incluyen escultura y pintura de México, Europa y Oriente, de los siglos XVI al XIX, así como mobiliario, cerámica, vidrio, plata, textiles, pintura y escultura.

El notable benefactor cuya pasión como anticuario lo llevó a adquirir piezas en todo el mundo, vivió en nuestro país desde 1905 hasta su muerte, acaecida en 1975. Amó a México profundamente y adquirió la nacionalidad, declaraba con gran nobleza: Hice mi fortuna en México y aquí la dejaré, para beneficio de todos.

En el patio principal del museo, con fuente de azulejos, jardines, columnas y amplios pasillos hay un cafetín. Es un deleite sentarse en las mesitas para degustar el pastel de chocolate o una baguete con un buen café y gozar la vista incomparable del patio jardinado y, como remate, la cúpula barroca del templo adjunto.