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La insurrección en curso
C

onfrontaciones interminables de la guerra en que estamos, a menudo violentas, hacen imposible seguirla disimulando. Pero ha cambiado su forma y su sentido.

La sociedad de control, más allá del Estado-nación y el capitalismo, como forma superior y última del patriarcado, se ha estado construyendo por muchos años. El Covid-19 apareció pronto como oportunidad para consolidarla. Se hicieron así aún más evidentes las condiciones insoportables que impone, desatando una inmensa ola de resistencias que modifican ya los términos de la guerra. Hasta el FMI anticipa que 2022 será año de insurrección y promueve ya campañas para contenerla.

El modelo chino de sociedad de control está muy adelantado y se usó ampliamente en tiempos de Covid. Procedimientos electrónicos, por ejemplo, permiten en China registrar conversaciones en casa con el celular apagado. Algoritmos cada vez más complejos usan esas y otras informaciones para asignar puntuaciones individuales que regulan comportamientos lo mismo que ideas y percepciones.

Procedimientos muy semejantes se han empleado hace tiempo fuera de China, particularmente en el llamado Norte Global, con fines comerciales. Existe ya un mercado, por ejemplo, para una mercancía peculiar: el pronóstico de lo que hará cada persona, según lo que han procesado los algoritmos a partir de la información capturada por sus usos de medios electrónicos.

Los dispositivos en tiempos de Covid parecen tener aún propósitos mercantiles y ganancias privadas. Lograron resultados espectaculares, como revelan estos botones de muestra. En un solo día, el 28 de julio de 2020, quienes dirigen Amazon, Google, Apple y Facebook ganaron 16 mil millones de euros de plusvalías latentes. Un puñado de multimillonarios estadunidenses ganó en 2020 un millón de millones de dólares. Se conocen bien las ganancias inmensas de la industria farmacéutica, con productos que no han logrado prevenir o tratar adecuadamente el virus y con una vacuna que no es vacuna, no garantiza inmunidad y está llena de riesgos.

Este análisis es enteramente válido y legítimo, pero también engañoso. Lo que está en curso va mucho más allá de la acumulación sin precedentes de ganancias que ya no se convierten en capital, porque no se canalizan a la compra de fuerza de trabajo. El proceso no consiste solamente en el actual despojo agresivo.

La vieja noción de seguridad, que se empleó contra el terrorismo, adquirió ahora peligrosos apellidos. La seguridad alimentaria es un dispositivo de despojo y control, una gesta anticampesina, que produce hambre y sobreproducción; la seguridad sanitaria cumple una función semejante en otro campo más amplio. En nombre de la salud pública, una noción de contenidos extravagantes y peligrosos, se tomaron medidas y se impusieron normas de efectos devastadores, que han sido dócilmente obedecidas por buena parte de la gente.

Se han criticado esas políticas desde todos los puntos del espectro ideológico, lo cual ha debilitado el análisis sensato de lo que significan. La noción tradicional y sólida de que el remedio no debe ser peor que la enfermedad, muy útil para analizar lo que está ocurriendo, se descartó rápidamente porque la recordó Trump. Se tilda de dogmáticos y hasta criminales a quienes exigen aplicar procedimientos consagrados y legítimos de validación de vacunas; por eso mismo encuentra resistencia el debate público sobre los muy discutibles pasaportes de vacunación, cuya introducción ya empezó y abarcará mucho más que los viajes internacionales.

Pese a la confusión y desinformación reinantes y del bombardeo continuo para generar miedo y justificar lo que se impone, un número creciente de personas ha estado reaccionando con aperturas de pensamiento y acción que van mucho más allá de la pandemia y enfrentan con sensatez los horrores en curso.

Es ejemplar la reacción en el campo de la educación. Implantar el dispositivo educativo, que nació con el capitalismo y a su servicio, produjo grandes resistencias en todas partes. Fue siempre objeto de críticas, pero nunca resultaron tan extensas y profundas como las de ahora. Hasta quienes exigen que se reabran las escuelas no lo hacen para que sus hijos estudien, sino porque necesitan deshacerse de ellos por unas horas; saben bien que los maestros funcionan como nanas y las escuelas como guarderías. Ha surgido una intensa búsqueda de formas de aprender fuera del sistema educativo y de su currículo cada vez más insensato.

Quizá el aspecto más notable de la insurrección en curso se manifiesta en la comida, con prácticas alternativas a la alimentación tóxica, costosa y ambientalmente destructiva impuesta por el agronegocio. También se observan para sanar.

Todas las esferas de la vida cotidiana aparecen en las iniciativas en curso. Las toman sobre todo las mujeres, que hoy conmemoran el aniversario de la movilización que hace un año rompió la columna vertebral de la normalidad patriarcal y que no se han detenido, como se demostró bien este fin de semana.