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¿La fiesta en paz?

El tapadismo de los taurinos

S

i bien el taurino es el supuesto profesional que vive de y para el desarrollo, fortalecimiento y promoción de la fiesta de los toros, involucrado según su especialidad en todo lo que pueda beneficiarla como patrimonio cultural de algunos pueblos, en la práctica suele caracterizarse por su afán mercantilista –mercaderes, mercancías y utilidades inmediatas– generalmente de espaldas a la naturaleza de la propia fiesta y del público, desentendiéndose no sólo del espectáculo, sino del toro bravo, atendiendo a las indicaciones de otros taurinos, como empresarios, apoderados, diestros que figuran y comunicadores, hasta hacerlo un negocio redituable para ellos, no para la fiesta de los toros.

A ello obedece el tapadismo que prevalece en los dos países taurinos más importantes del mundo: España y México, ahora con motivo de la pandemia de coronavirus, a la que algunos empiezan a llamar coronacirco, por la falta de transparencia y el exceso de medidas tan contradictorias como perjudiciales. Tapadismo, millenials y digitales, fue un deporte ejercido por la clase política mexicana en el que el presidente en turno jugaba a la democracia destapando al sucesor de su preferencia, que siempre resultaba el ganador.

Pero tapado es un término demasiado rico para agotarse en politiquería y se refiere también a los estreñidos, a los impedidos para ser transparentes y mostrar su juego. Los taurinos del mundo se han visto demasiado tapados ante las autoridades y el público como si realmente su fiesta fuera inmortal, estuviese por encima de plandemias y no urgiera solicitar apoyo y condiciones para empezar a reactivar el espectáculo. Se tapa un torero cuando se resguarda en el burladero, y se tapa un toro cuando adelanta el hocico y echa atrás el testuz, impidiendo que se le hiera. Por último, tapar la salida es impedir al picador que el toro busque los medios y poder hacerle la carioca y castigar en exceso. Con la instauración del pujal o puyazo fugaz en forma de ojal, ese recurso cayó en desuso.

En todo caso la gestión de la fiesta a cargo de los profesionales taurinos no supo mantenerla como valor cultural sino apenas como escandalizante negocio, tanto en los países citados como en los otros seis donde todavía quedan en pie plazas de toros. En su posmodernidad, los promotores de esta fiesta breve y sus socios expulsaron de los ruedos a la incertidumbre y los que dicen arriesgar su dinero para que sobreviva, olvidaron destinarlo al compromiso con la bravura y la competencia, con el azar, lo impredecible, el celo que conmueve y la codicia que emociona abriendo la puerta al drama.

Hace años la fiesta de los toros es utilizada como rehén o pieza de negociación entre adversarios, precisamente por la indefensión en que la han dejado sucesivos promotores. Coahuila y Guerrero apenas ofrecían un espectáculo regular y atractivo, y Sonora y Sinaloa daban funciones ocasionales, no obstante que Mazatlán cuenta con uno de los mejores grupos de forcados del mundo. Si a la ciudad de Puebla, no obstante su rica tradición taurina, un voto la salvó de quedarse sin festejos, el nivel de gestión de la plaza El Relicario acumula demasiados errores.

En 32 años ha desfilado más de una docena de empresarios, y con excepción del constructor de esa plaza y primer promotor, José Ángel López Lima, entre criterios antojadizos, protagonismo, apuesta por ases importados y zancadillas diversas, mal se ha tomado en cuenta a la afición para promover el espectáculo con publicidad y mercadotecnia imaginativas. Ya nos ocuparemos con más detalle.