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Charles Trenet, inmortal
E

s necesario guardar algunas sonrisas para reírse de los días sin risa: palabras de Charles Trenet, cuya desaparición a finales de febrero de 2001 enlutó a Francia. Para conmemorar el vigésimo aniversario de su muerte se han llevado a cabo numerosos homenajes en los medios de comunicación. Cabe decir que, durante varios días, fue casi imposible no escuchar sus canciones en la radio, así como verlo cantar y bailar gracias a la televisión.

Estos homenajes, escuchados o vistos, permitieron a una nueva generación descubrir con admiración a este compositor y cantante, conocido como le fou chantant, el loco cantante, epíteto empleado por el propio Trenet para presentarse al público. Innumerables jóvenes, de entre 15 y 25 años, pudieron olvidar el aislamiento debido a la pandemia al respirar el aire alegre de sus palabras y sus melodías. Reconocer, a la vez, la canción auténticamente francesa, lejos de las repetitivas imitaciones de la composición musical anglosajona impuesta por el dólar y el bombardeo de la propaganda.

Trenet (1913-2001) es el compositor de un millar de canciones, tan prolijo como fue en México Agustín Lara, podría llamársele con una sonrisa traviesa el Lara francés. Algunas de ellas, como La mer, Douce France, Que reste-t-il de nos amours?, continúan su éxito popular intemporal, más allá de la francofonía, pues han sido cantadas en unas 400 lenguas. Tome cualquier autor, los más importantes de Estados Unidos, y compare las obras: los estadunidenses escriben muy, muy buenas canciones que adoramos, muy, muy bellas melódicamente, las frases vienen bien como rollos de papel la mayor parte del tiempo. Pero nunca hay la profundidad de la canción francesa y, sobre todo, de una canción de Trenet, señaló Charles Aznavour.

En efecto, Charles, más que músico, era poeta. Las palabras de sus canciones poseen la claridad, la profundidad de los versos más luminosos, ésos capaces de expresar con un mínimo de palabras anhelos y nostalgias, sueños y visiones, claras como gota de agua y el agua de un diamante.

Muy joven, apenas entrando en la adolescencia, Charles descubre el teatro, la poesía, el sentido del humor y la farsa gracias al poeta Albert Bausil, amigo de su padre. Durante dos años devora los libros de su biblioteca. Desde sus 13 años publica poemas con seudónimo. Vive una temporada en Berlín, donde habita su madre. Conoce a Kurt Weill y a Fritz Lang. En 1930 se instala en París y frecuenta a los poetas de Montparnasse: Artaud, Jacob, Cocteau, quien escribe de él: Todo tartamudeaba, todo se arrastraba. Ya nada se arrastra y todo habla... Gracias a las canciones de Charles Trenet.

Los discos de Gershwin escuchados en la infancia le dejan su gusto por el jazz. En un ensayo sobre el funcionamiento del mundo de la música, Boris Vian escribió en 1958: El primer compositor-autor-intérprete francés que pueda decirse inspirado por el jazz es Charles Trenet... Esta pulsación nueva, esta extraordinaria alegría de vivir aportada por las canciones que este muchacho con el pelo alborotado lanzaba por docenas, nacieron de la conjunción de un notable don poético y de la vitalidad del jazz asimilado plenamente por una fina sensibilidad.

El éxito causa siempre celos y envidias. Acusado de ser judío por la Gestapo, al llegar la Liberación se le acusa de colaboración con los nazis. Es encarcelado, él, el autor de Douce France, cantada durante la ocupación como un himno de la Resistencia. Decide partir a Canadá y a Estados Unidos, donde obtiene gran triunfo. Al regresar a Francia vuelve a ser aplaudido. En los años 60, con la ola del yeyé, sus presentaciones se hacen raras. Se dedica al dibujo y publica su novela Un noir éblouissant.

En 1968, decide despedirse de la escena. Comienza entonces sus adioses que se extienden hasta 1999 con triunfo tras triunfo. Adioses que sigue dándonos desde la eternidad adonde entró hace 20 años.