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Disquero
La poesía nacida de los sueños
 
Periódico La Jornada
Sábado 27 de febrero de 2021, p. a12

El disco se inicia con una música elegantemente lujuriosa, un tema armónico muy sexy.

Hay momentos en los que el acento que imprime el intérprete resulta en formas tan novedosas en cuanto a técnica pianística que produce una música atemporal y nos dice: el arrebato de la carne no tiene era, lo tenemos en arraigo permanente. Eso es lo que suena en el piano. En eso consiste el embrujo de esta música.

El álbum se titula Debussy. Rameau. El intérprete: Víkingur Ólafsson. La disquera: Deutsche Grammophon.

El tema inicial del disco se titula La Damoiselle élue, L. 62: Prèlude, de la autoría de Claude Debussy: el intérprete, Víkingur Ólafsson, hace lucir la cualidad profundamente sexual de este Preludio, ondea su aroma, nos aproxima a la nariz el perfume del pañuelo de la Dama Elegida. Nos conduce a clamoroso arrebato.

El pianista islandés Víkingur Ólafsson es joven pero ya viejo conocido del Disquero. Habíamos prometido regresar a su disco más reciente: Debussy. Rameau, porque es un tesoro.

Víkingur junta a dos autores insospechadamente cercanos. Son tan compañeros porque los hermana la poesía. A los dos, a Debussy y a Rameau, los mueve la poesía. A los tres, porque Víkingur es también poeta: cantila de tal manera las frases musicales en el piano que nos ayuda a percibir el viento que pasa y nos cuenta la historia del mundo, de acuerdo con las palabras del propio Debussy, quien completaba así su aserto: El poeta de mis sueños será aquel que, diciendo las cosas a medias, me permitirá injertar mi sueño sobre el suyo.

Víkingur entiende tan claramente los conceptos vertidos por Debussy, que logra rescatar los valores que estaban escondidos. Solamente Debussy (1862-1918), cuando se sentaba al piano, era capaz de mostrar los secretos más aromáticos, vaporosos y sexys de sus partituras.

Existe toda una tradición de pianistas especializados en Debussy a lo largo de la historia: Claudio Arrau, Arturo Benedetti Michelangeli, Walter Gieseking y su alumno Werner Haas, y, sobre todo, Jörg Demus.

Gracias a ellos conocemos a Debussy. Hasta que surgió una generación que nos recordó que el asombro es la madre de todos los encuentros y que todavía muchas sorpresas nos depara la buenaventura y, si abrimos el corazón, reconoceremos a Debussy.

Víkingur Ólafsson tiene la capacidad de hacernos descubrir a Debussy, al verdadero Debussy, al poeta.

Todo comenzó cuando Pascal Rogé y Pierre-Laurent Aimard, dos pianistas franceses especializados en el repertorio francés, nos hicieron escuchar a Debussy, Ravel y Erik Satie de una manera que intuíamos pero ningún pianista se había atrevido a mojarse, literalmente, aventarse al agua, lanzarse al aire, hacer cantar al piano, encontrar la experiencia poética, que es la verdadera esencia de la música de Debussy.

Conocimos las gimnopedias de Satie gracias al pianista Aldo Ciccolini, quien nos llevó más lejos: a las gnosedias de Satie, es decir, a la poesía. Aún así, Ciccolini representaba al canon, como canónicos fueron Gieseking, Haas, Arrau, Michelangeli y Jörg Demus.

En cambio, después de Rogé y Aimard, esos franceses prometeos, la libertad interpretativa campea entre los pianistas de las nuevas generaciones. Víkingur es campeón en tal categoría. Es por eso que sus interpretaciones de la música para piano de Debussy suenan tan sexys, tan lujuriosamente elegantes, tan aromáticas, tersas y firmes.

Ese es el encanto mayúsculo del disco que hoy recomendamos: Debussy. Rameau. Víkingur Ólafsson. Deutsche Grammophon.

Toca el turno a Jean-Philippe Rameau, quien pasa al pizarrón un poco nervioso pero sonriente, como toda su música, cualidad, la sonrisa, por la cual Víkingur decidió juntarlo en el salón de clases con el camarada Debussy.

Don Juan Felipe Rama (Jean-Philippe Rameau), también conocido entre los cuadernos de doble raya como don Yan Filíp Ramó, es otro compositor desconocido debido a que suele ser interpretado según el canon, siguiendo el librito, sin tomarse la libertad de reflexionar fuera del recipiente, como aconsejaban nuestros queridos amigos argentinos Les Luthiers.

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▲ Claude DebussyFoto Wikimedia commons y
Ari Magg/Deutsche Grammophon.
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▲ Jean-Philippe RameauFoto Wikimedia commons y
Ari Magg/Deutsche Grammophon.
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▲ Víkingur Ólafsson.Foto Wikimedia commons y
Ari Magg/Deutsche Grammophon.

De manera que yendo, como reza el proverbio, por la libre, Víkingur Ólafsson nos rescata a Jean-Philippe Rameau (1683-1764) y así deja de ser un autor francés equis, opacado por Jean-Baptiste Lully, y es ahora un compañero de viaje siempre sonriente, dueño de un sentido del humor exquisito y esencialmente, un poeta.

Ya sabíamos la genealogía de Debussy: su inspiración en los poetas simbolistas, su inclinación por Mallarmé (el Preludio a la siesta de un fauno, por ejemplo), por Paul Verlaine, por Rimbaud.

También sabíamos que a Debussy le asestan en la frente la etiqueta: Impresionismo marca Acme, lo cual, como toda etiqueta, lo limita, lo encorseta, lo maniata.

Víkingur Ólafsson desetiqueta, desencoserta, desnuda la música originalmente desnuda de Debussy y voltea a ver al joven Jean-Philippe, quien, nervioso frente al pizarrón, a golpe de gis blanco y de colores, ya trazó a su vez su genealogía.

El joven Rama puso arriba a la izquierda en el pizarrón un nombre: H. Lavoix, y un título: Histoire de l’instrumentation, y un lugar y una fecha: París, 1878.

Ahí comenzó todo, expone al pie del pizarrón el joven Rameau: Lavoix señaló que hubo un momento en la historia de la instrumentación en que la música orquestal se hizo poesía. Sus primeros gestos poéticos, sigue aunque nervioso aún el joven Rameau exponiendo en clase, fueron las tempestades y las escenas pastoriles.

Víkingur Ólafsson sonríe desde su mesabanco y toma apuntes: el primero de esos gestos bien logrados, dicta el joven Rameau, es la tempestad de la ópera Alcyone, de Marin Marais, en 1706.

Y eso que logró don Marán Maré, pronuncia impecable don Juan Felipe Rama en docto francés, no hizo otra cosa que trazar (como traza diestramente en el pizarrón) una línea del tiempo en la historia de la música que comienza en Lully, va inmediatamente a Rameau, el de la voz y gis, y a Gluck, y continúa en el teatro prerromántico alemán hasta las últimas obras líricas de Mozart, especialmente Don Giovanni y La flauta encantada, o Flauta mágica, como es más conocida entre los degustadores de flautas.

Ah, ya entendí todo, exclama el joven Víkingur Ólafsson desde su mesabanco y sale corriendo hasta el estudio de grabación de la Deutsche Grammophon, para grabar lo que escuchamos con una sonrisa pegajosa:

La gallina (La poule), Los pájaros recuerdan (Le rappel des oiseaux), El tambor (Tambourin) y Los remolinos (Les tourbillons) son algunos de los títulos jocosos que imprimió en sus partituras, además de otros gloriosos como The Arts and The Hours, L’Enharmonique, Les tendres plantes (Las plantas tiernas) y una de plano de risa loca: La rama, en alusión a su apellido. Ah, que don Yan Filíp tan chido.

Esa intención dramatúrgica, esa voluntad expresiva, esa pasión lúdica, esa fuerza vital caracterizan al autor hasta ahora desconocido, don Jean-Philippe Rameau, ahora dado a conocer gracias a la maestría interpretativa de un pianista libre: Víkingur Ólafsson.

Lo que antes era musicología, tecnicismos, canon, todo, dirían los clásicos franchutes: com il fó (comme il faut, como se debe), o como decía mi maestro Juan Ibáñez: cada monaguillo tiene su librillo, ahora es libertad expresiva, poesía, el viento que pasa y nos cuenta la historia del mundo.

Claude Debussy, Jean-Philippe Rameau y Víkingur Ólafsson resultan entonces los poetas de nuestros sueños porque nos dicen las cosas a medias, nos muestran de las musas apenas el asomo de los senos, el punto donde la cadera comienza todavía su curva, el frasco de perfume aún sin destapar, para que nosotros, los escuchas de este disco prodigioso, Debussy. Rameau, de Víkingur Ólafsson en Deutsche Grammophon, descubramos la poesía completa.

Que lo disfruten.

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