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Nosotros ya no somos los mismos

Exoneración de un delincuente // El Senado de EU, club de plutócratas // Suscitan dudas las inhabilidades demócratas

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▲ Simpatizantes de Trump irrumpieron en el Capitolio el pasado 6 de enero.Foto Ap
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a columneta se siente hoy, como pocas veces, atosigada, es decir, agobiada por todos los asuntos que, con justo derecho miembros activos de la multitud le solicitan escoger como asunto de conversa esta semana. Comparto todas las propuestas recibidas, pero no atino a definir orden ni prioridades y, menos aún, el tema inicial de este lunes. Me pregunto a mí mismo, mimismo: ¿qué opinas de la exoneración por el Senado del delincuente exhibido infraganti incitando y excitando a una enloquecida turbamulta a la violencia y la furia que terminó destruyendo no solamente bienes materiales sino ideales, tradiciones, principios y, triste e imperdonablemente, aun vidas humanas? El mundo entero vio, hasta la saciedad, los videos del presidente Trump incitando a sus fanáticos seguidores a enfrentar a las fuerzas del orden las que, sospechosamente, fueron omisas en su obligación de restaurar la tranquilidad y preservar la integridad de las personas. Después de las pruebas contundentes de todo lo anterior, ¿qué razones, complicidades, intereses, conveniencias pueden existir para que, después de vivir, corroborar, estos tan insólitos como punibles comportamientos, sólo siete senadores republicanos fueran capaces de reconocer la patológica actitud del entonces presidente y, más allá de solidaridades partidarias, asumieran una vergonzante y también punible complicidad?

Se me ocurre, primero, algo evidente: pues porque son iguales. Sus diferencias seguramente estriban en las patologías trumpianas, en la pubertad emocional de Donaldo, de su ego desmedido, su desapego de la realidad y la falta de escrúpulos que caracterizan su vida. Seguramente muchos de ellos son supremacistas, xenófobos, racistas, homófobos, violadores habilísimos de las leyes que no sólo conocen, sino que seguramente han confeccionado a la medida exacta de sus conveniencias. El Senado es un club de plutócratas en el que la relección es la constante y la sucesión hereditaria, costumbre bien vista y practicada. La identidad, entonces, está en sus valores, estilos de vida, hobbies, vicios y su inveterada costumbre de darse toques leyendo en la parroquia cada semana el Antiguo Testamento (el libro más acojonante por mí leído jamás). Pues pienso que, para estos partners, socios, cómplices, encubridores, secuaces, estas similitudes son razones válidas para fundamentar la estulta sinrazón de su voto, a fin de salvar a toda costa al aberrante monstruo tornasolado.

Pero si estas hipótesis les parecen demasiado light, a la usanza del enorme hermano Groucho, les digo humildemente: tengo otras, por si son más de su debida aceptación. Por ejemplo: Trump tiene un cochinito guardado de 74 millones de adeptos. Éstos están distribuidos a lo largo y ancho del país y son votos muy importantes para una relección, o una soñada precandidatura presidencial republicana. ¿Por qué correr el riesgo no sólo de perderlos, sino de convertirlos en enemigos vengadores? Juntemos estas hipótesis y demos cabida a las circunstancias, acontecimientos, pactos, business, cochupos, transas y podremos decir: pos’ta clarísimo, lo raro hubiera sido a la visconversa. Más dudas suscitan las inhabilidades demócratas: si de los 43 senadores republicanos que apoyaron a Trump, cinco tienen en la mira la candidatura de su partido, cuando menos deben contar con cuatro o cinco adeptos dentro de su propia cámara. O sea que, juntos todos los aspirantes y sus más cercanos, se hubiera podido, de un solo golpe, librar del poderoso enemigo común. Sí, el que es más poderoso que cada uno de ellos, pero no que todos juntos. Mal de los republicanos en no intentarlo y atreverse. Mal de los demócratas en no plantear y convencer. El inolvidable, pero olvidado Meme (Manuel Garza González) hubiera arreglado el problemita como lo hizo aquí, durante sexenios, en favor de su partido.

Nadie se asuste, pero tampoco se desentienda: la insania, la locura ha resurgido. A menos de un mes de que el juicio político le fuera favorable, Donaldo Trump regresa a la palestra a fraguar su venganza y tratar de ensombrecer la vida de su país: ya, el 26 de febrero, se llevará a cabo la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), en Orlando, Florida. Participarán personeros como Mike Pompeo y los gobernadores de Florida y Dakota del Sur. Éste es el inicio petulante, provocador y exhibicionista de la marejada fascistoide que regresa a cobrar venganza. Dejarlos crecer sería algo más que una irresponsabilidad o una estupidez. Estaríamos hablando de permitir, impasibles, un crimen de lesa responsabilidad patriótica. Al salir de la Casa Blanca, dijo a la manera de MacArthur: ¡volveré! Pero peor aún, hace unos días la amenaza fue contundente: nuestro movimiento no está acabado. Apenas estamos empezando.

Joe Biden, con toda confianza, ¿en qué te echamos la mano?

Temas pendientes: el comportamiento de los monopolios farmacéuticos. La pandemia, el erotismo y el sexo. Y, antes que nada: don Félix Salgado Macedonio. ¿Aceptaría oír un planteamiento más/mejor que una gubernatura con calzador?

Por último, una mención a Diego López, David Orozco y Carlos Hernández, ejecutivos de HSBC, que gracias a su diligencia y afán de servicio me han permitido sobrevivir sin salir de casa. Alejandro Herrera Ibáñez y Basilio Rojas Ruiz, ¿nos vemos la próxima semana para comentar sus colaboraciones?

Twitter: @ortiztejeda