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Migrantes indígenas, masacres y violencias transfronterizas
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l 22 de enero pasado fueron encontrados 19 cuerpos calcinados en el ejido Santa Anita, municipio de Camargo, Tamaulipas. A la fecha, la Fiscalía General de Justicia de ese estado ha informado que se ha podido identificar que 16 eran hombres, una era mujer y que dos quedan pendientes de reconocer. El macabro hallazgo removió las memorias de las dos masacres de San Fernando, en 2010, también en Tamaulipas, cuando fueron asesinados 72 migrantes (58 hombres y 14 mujeres), la de San Fernando en 2011, donde fueron masacradas 193 personas, también la mayoría migrantes, y la de Cadereyta, Nuevo León (2012), donde 49 migrantes fueron asesinados con extrema violencia. La impunidad que prevalece en las masacres de migrantes marca el contexto de vulnerabilidad que posibilitó esta nueva tragedia.

Si bien está pendiente la identificación forense de los cuerpos, las noticias de territorio guatemalteco han cruzado la frontera, con la hipótesis de que al menos 12 de los 19 masacrados podrían ser jóvenes mames del municipio de Comitancillo, en el departamento de San Marcos, que salieron entre el 12 y el 13 de enero hacia Estados Unidos. Esta versión fue difundida por la radio local de Quezaltenango, La Voz de Xela, a partir de las declaraciones de la señora Ángela Tomás, madre de Marví Alberto Tomás Tomás, joven futbolista de 23 años, que migró con apoyo de un coyote durante la segunda semana de enero. Una versión similar fue difundida en el suplemento Sin Fronteras de este diario (https://bit.ly/36uM9dZ), donde se informa que Rodolfo Jiménez, padre de un joven de 17 años de nombre Rivaldo Danilo Jiménez, recibió una llamada de un individuo que se dedica al tráfico ilegal de migrantes, informándole que trágicamente ya murieron sus familiares, los mataron y quemaron.

Al margen de los resultados que den las pruebas forenses, es un hecho que 12 jóvenes indígenas mames, la mayoría menores de edad, se encuentran desaparecidos, convirtiéndose en parte de la numeralia del terror que da cuenta de la existencia de entre de 72 y 120 mil migrantes en tránsito desaparecidos en México, según el Movimiento Migrante Mesoamericano. Se desconoce cuántos de estos migrantes son indígenas, pero las investigaciones cualitativas sobre migración indígena en Estados Unidos, como los trabajos de Lynn Stephen (https://bit.ly/2MM2jsq) y Shannon Speed (https://bit.ly/3cDcNpf), dan cuenta de las múltiples violencias racistas y xenófobas que sufren los migrantes indígenas al cruzar las múltiples fronteras desde Centroamérica a Estados Unidos. Estas autoras ubican las nuevas violencias contra los migrantes indígenas, como parte de un continuum de violencias coloniales que se ha caracterizado por el despojo y el desplazamiento de la población indígena.

En mi libro Sur profundo (https://bit.ly/2NMbsll) documento cómo la migración histórica del pueblo mam, cruzador de fronteras por excelencia, se transformó a fines de la década de 1990 en práctica peligrosa, al ser controladas las rutas migratorias por redes del crimen organizado. Este pueblo maya, cuyo territorio fue dividido con la firma de los Tratados Fronterizos de 1882, ha sido víctima de múltiples violencias, incluyendo el despojo territorial durante la época colonial, el trabajo forzado o mal pagado en las fincas del Soconusco y San Marcos tras la reforma liberal, la violencia etnocida de las campañas de integración forzada por parte de los gobiernos posrevolucionarios en México, y el genocidio provocado durante la guerra civil en Guatemala. Los 13 mil mames mexicanos y el casi medio millón de mames guatemaltecos han sido víctimas de lo que Shannon Speed caracteriza como estados multicriminales, en Guatemala, México y ahora en Estados Unidos. Son las víctimas no documentadas, ni reconocidas de las necropolíticas del crimen organizado, con la complicidad directa o aquiescencia de los gobiernos en turno. Estas violencias transfronterizas han sido posibilitadas por los racismos estructurales que hacen que ciertas vidas sean más valiosas que otras. Las de Marví Alberto Tomás Tomás, Rivaldo Danilo Jiménez y los otros 10 jóvenes desaparecidos de Comitancillo son vidas valiosas; hagamos eco de los reclamos de sus familias para que sus nombres no se conviertan en una estadística más.

*Doctora en antropología, investigadora del Ciesas