Opinión
Ver día anteriorDomingo 24 de enero de 2021Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Relatos del ombligo

Xoco, un David ante el Goliat inmobiliario

A

ntes, entre árboles frutales, hoy en medio de inmensos desarrollos inmobiliarios, el pueblo de Xoco mantiene desde hace siglos las formas cotidianas y las tradiciones con las que sus habitantes se relacionan entre sí y con el exterior para mantenerse unidos. Es, pues, un pueblo originario de la Ciudad de México con identidad propia tan resistente que se conserva ante la amenaza sin tregua que, desde hace 60 años, cuando el crecimiento de la ciudad lo alcanzó, le representa la ambición de desarrolladores inmobiliarios que ven en este lugar, rodeado de grandes avenidas, parques, centros comerciales y oficinas corporativas, una mina de oro cuyo límite es aún mayor que la voracidad con la que levantan rascacielos.

Es tan antigua la historia de Xoco que el recuerdo de sus orígenes escapa a la memoria, y de la más antigua sólo sabemos, gracias a vestigios prehispánicos que datan de al menos hace mil 700 años, que fue una aldea teotihuacana que, debido a su privilegiada localización rodeada de árboles frutales, animales de caza y agua potable, creció y se desarrolló sin mayor problema hasta la llegada de los españoles.

Una vez consumada la Conquista de México fue cada vez mayor el número de peninsulares que llegaron al continente en busca de mejorar sus condiciones de vida con la idea de encontrar aquí lo que allá estaba ocupado por las clases privilegiadas de las que podían ser, a lo mucho, empleados. Soñaban que en la Nueva España tendrían una categoría y lujos de damas y señores merecedores de ser envidiados por cualquier corte europea, y que estarían atendidos por ejércitos de sirvientes que, en finas y elegantes mesas, pondrían por delante manjares tan deliciosos como el mejor jamón, salchichones finos, quesos añejos y vinos generosos.

Vaya decepción que se llevaron aquellos que sí hicieron fortuna, al encontrarse con la complicada labor que tener esos alimentos en la mesa representaba, pues vivir del otro lado del mar de donde provenían lo hacía, además de costoso, casi imposible. Aun así, poco les duró la frustración, ya que encontraron en los alimentos oriundos de Mesoamérica, sabores más placenteros que los que puede producir la mejor butifarra, entre ellos el tejocote, fruto benévolo para la salud, pero sobre todo delicioso de probar en ates y mermeladas, cuya producción provenía, principalmente, del pueblo de Xoco.

La venta de tejocotes dio a Xoco, por más de un motivo, la justificación de tener un templo de categoría, por lo que en 1663 se levantó una capilla dedicada a San Sebastián Mártir, en cuya forma rectangular, y alrededor de muros de mampostería, los pobladores, hasta ahora, colocan –más allá de sus creencias religiosas– el epicentro de su identidad en una lucha que mucho se parece a la de su santo.

Sebastián nació en Francia en el año 256, y siendo joven se mudó a la ciudad natal de su madre, Milán, para unirse al ejército romano. Tuvo la fortuna que gozan aquellos que aciertan a la hora de escoger –o ser obligados a hacerlo– el oficio. Desde el primer día en las fuerzas armadas de la antigua Roma mostró habilidades extraordinarias no sólo en el manejo de las armas, también en el de las relaciones con sus pares y superiores, y luego con sus subalternos, por lo que rápidamente subió de jerarquía, se ganó la simpatía del emperador Diocleciano, y obtuvo el rango de comandante de la Guardia Pretoriana, unidad militar dedicada a cuidar al emperador, y tal vez una de las fuerzas más oscuras detrás del trono romano.

A pesar de su poder, y de la tentación a corromperse que conllevaba, Sebastián utilizó su alto rango no para enriquecerse o conspirar, sino para acercarse a los cristianos que, nada más por serlo, estaban sentenciados a morir; los tranquilizaba hablándoles de un dios todo poderoso, del amor al prójimo y de la vida y salvación después de la muerte. Les recordaba los principios cristianos, pues, finalmente, Sebastián era, en secreto, uno de ellos.

El emperador, fanático enemigo de los cristianos, fue avisado de la fe de Sebastián e intentó convencer a su soldado favorito de renunciar a seguir siendo cristiano. De los ofrecimientos pasó a las amenazas sin obtener el resultado que esperaba, pues Sebastián no negó su fe, por lo que fue sentenciado a muerte.

Atado a un árbol recibió las flechas que sus antiguos compañeros le dispararon para luego retirarse creyendo que lo habían dejado muerto, pero fue rescatado por un grupo de mujeres que lo atendieron hasta que se curó. Una vez recuperado, Sebastián se presentó ante el emperador para exigirle que detuviera la persecución a los cristianos obteniendo con ello un segundo martirio –ahora con azotes– y la muerte.

Hoy, y desde hace décadas, el pueblo de Xoco, favorito de desarrolladores inmobiliarios, se niega a ser convencido de dejar de ser pueblo para convertirse en un conjunto de grandes construcciones. Renuncia a que las gigantescas obras que se levantan en sus límites arrasen con el templo y las calles, con las fondas y las casas, con los muros y las fiestas. El pueblo lucha contra la gentrificación y exige que no se permita un edificio más en su territorio. Xoco, como San Sebastián, ha sido martirizado más de una vez para que renuncie a su identidad, pero a diferencia de su patrono, no morirá ante el capricho del poderoso.