Número 159 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
De chile, de dulce y de manteca

Los pueblos que no se nombran

Mario Cruz

En una conocida entrevista le preguntaban a Juan Rulfo por su origen, el cual siempre se remitía a Sayula, cuando no a San Gabriel, ante lo que Rulfo responde que él nace en Apulco, pueblo que pertenece a San Gabriel, y este a su vez pertenece al distrito de Sayula, pero que como este no figura en los mapas: siempre se da como origen la población más grande. Algo parecido hemos sentido los que emigramos de los pueblos pequeños a las grandes ciudades. A mi llegada a la capital, como si se tratara de un acuerdo implícito, mi pueblo de origen se convirtió de pronto en el municipio, y no en la agencia municipal donde se encuentra enterrado mi ombligo dentro de una ollita de barro.

Agencias sin agencia

Mucho se dice sobre la organización político-administrativa de Oaxaca donde, de un total de 570 municipios, se presume y con justa razón, 418 que se rigen por usos y costumbres. Estos datos en forma de oración no pueden reducir la complejidad de lo que sucede en el estado respecto a lo que implica decir que nos regimos por eso que se llama usos y costumbres. Si pensamos en la cantidad de agencias municipales, agencias de policía y rancherías que integran a los municipios, seguramente tendríamos un entendimiento distinto de las cosas, pues estamos hablando de poco más de 11 mil comunidades.

En sociología, agencia se refiere a la capacidad de acción que tiene un individuo o colectivo sobre su entorno, donde la acción la queremos entender como transformación, y no como réplica o reproducción. Podría pensarse que la agencia municipal lleva ese nombre porque son los pueblos pequeños los que, gracias a su organización, pueden lograr grandes cambios. Pero la realidad es otra, la capacidad de agencia que realmente tienen las agencias municipales y de policía son menores en contraste con la categoría administrativa que muchos dicen es la más olvidada del país: el municipio.

En el municipio se concentran los recursos que asigna el Estado para una serie de pueblos satélites que se ubican a los alrededores del municipio. Aunque a veces la cabecera municipal no está en el municipio, los recursos nunca están en los pueblos. Distribuir el recurso que de ley se designa para las agencias es un campo minado de intereses y de relaciones de poder que muchas veces terminan por ser condicionados, cuando no negados por el municipio, o derivan en casos violentos como sucedió en san Mateo del Mar este año.

Precisamente son las formas de organización el motivo por el cual se debe cuestionar, ya no la cantidad sino por lo menos la distribución de los recursos asignados. Quiero decir, el hecho de que sea el municipio el encargado de asignar prácticamente a voluntad lo que corresponde a las agencias, parte de la idea de que los pueblos pequeños cuentan con una organización menor, por lo que necesitan de un ente protector al mismo tiempo que vigía de estas formas de gobierno. ¿Cómo se puede hablar de la autonomía de los pueblos cuando se sigue reproduciendo la encomienda de la colonia entre agencias y cabeceras municipales?

Nombrar a la agencia

Aunque juremos y perjuremos que existe en nuestra experiencia y memoria, si no aparece en el mapa; si no se encuentra en Wikipedia o se presentan en la Guelaguetza, el pueblo de dónde venimos, al que pertenecemos, simplemente no existe. Poco se habla de la comunidad, un cuarto nivel de gobierno que no se contempla en el artículo 115. Incluso para los periódicos, los problemas de las agencias en el estado de Oaxaca no son más que problemas agrarios, conflictos de pueblerinos sin importancia, incluso risibles, pues se dice que nos agarramos a machetazos nomás porque la gallina del vecino cruzó mi patio. Aunque en realidad sean más de 40 conflictos los que están vigentes actualmente en el estado por territorio o por elecciones consuetudinarias, o por disputar el ramo 28.

Pero en todo caso el problema no es el recurso, sino que simbólica y jurídicamente estamos atados de manos y dependemos de una suerte de patrón llamado municipio. Cuando queremos registrar un avistamiento de un ave o de un insecto no podemos dar el nombre de nuestro pueblo como localidad, tiene que ser el municipio, aunque esté a 27 kilómetros de donde estamos. Cuando queremos estudiar hay que viajar al municipio, porque se nos enseña que nuestras escuelas son de menor rango. Tenemos que emigrar si queremos un trabajo con tantita seguridad; una pizca de lo que nunca hemos tenido. Hay que nombrar al municipio cuando se habla del origen de un baile o una artesanía, aunque en el pueblo también se elabore. Y tenemos que mentir sobre nuestro origen si queremos que más o menos ubiquen por dónde crecimos y no piensen que venimos de un lugar que no existe. Como un acuerdo implícito, también nosotros nos olvidamos del pueblo.

Nombrar al pueblo

A estas alturas cada quien debe hablar de su pueblo, de reconstruir la forma en que nos entendemos a nosotros mismos cuando tenemos que responder de dónde venimos. Un simple ejercicio personal que en realidad es el primer paso para fundamentar una posición política que profundice la autonomía jurídica que tanto se ha extendido por el estado; que se contemple que también los pueblos pequeños anhelamos esa libertad de autodeterminarnos, de no depender, de no mendigar o tener que quedar bien con un pueblo más grande para que nos toque lo que corresponde. Se vale pensar en todo esto mientras nombramos al pueblo y no a la cabecera municipal, cuando nos preguntan de dónde venimos. •