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All Things Must Pass
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▲ Portadas de los álbumes All Things Must Pass y Collaborations, que Harrison grabó con Ravi Shankar.
 
Periódico La Jornada
Sábado 5 de diciembre de 2020, p. a16

¿A qué Dulce Señor se refiere George Harrison cuando canta My Sweet Lord?

Al de cada quien, y cada persona le denomina de acuerdo con su decisión: ya sea un refrendo de lo inculcado o lo adoptado como propio. Lo que algunos llaman religión, en la música de George Harrison es simplemente pensamiento positivo, amor incondicional, trabajo en favor del bienestar de los otros. La suya es una música decididamente espiritual.

Hoy celebramos el medio siglo de la publicación del disco All Things Must Pass, que contiene 17 composiciones, entre ellas My Sweet Lord. En cuanto se disolvió el grupo, en 1970, George Harrison abrió la boca luego de años de discreción ejemplar y el resultado fue ese álbum triple, producto de la escritura guardada en el cajón desde 1966.

Ya los melómanos distinguían desde la era Beatle las aportaciones de Harrison, más allá de los éxitos comerciales de canciones, que es la manera como se suele medir la supuesta importancia de un músico: de entre el genio melódico de Paul McCartney, la inventiva de John Lennon y la precisión de sustento rítmico de Ringo Starr, la intervención de George Harrison se distinguía porque sus propuestas de solución musical son definitivas para la concreción de obras de arte: él lleva a todas las piezas la infraestructura que da valor a las obras de los grandes compositores: la armonía, el elemento más importante de la música, más fino y elaborado que los otros dos componentes básicos: el ritmo y la melodía.

La armonía, técnicamente, es en música el equilibrio de las proporciones, el acuerdo, la concordancia. Lo que el oído percibe es un ente mágico, redondo, etéreo. La armonía en música lleva la belleza a esa música. El ritmo lo puede seguir cualquiera, es tribal; la melodía la puede silbar cualquiera (eso sí, pocos, contados con los dedos de una mano, son melodistas por naturaleza, geniales para la invención melódica como Giuseppe Verdi o Paul McCartney); pero la armonía es cosa divina.

Divinidad. George Harrison le canta a una divinidad: Visnú y a sus avatares: Krishna y Rama.

A los 22 años de edad, George Harrison decidió seguir el camino de los yoguis del Himalaya. El trabajo espiritual fue el eje de su vida en adelante. Cuando abandonó el cuerpo físico, sus cenizas fueron arrojadas al Ganges, de acuerdo con la tradición en India.

Eso ocurrió hace exactamente 20 años, cumplidos el 29 de noviembre de este 2020. Y hablando de numeralias mágicas, el próximo martes, 8 de diciembre de 2020, se cumplen 40 años de la muerte de John Lennon: 20 y 20 suman 40: 2020. John Lennon tenía 40 años cuando lo asesinaron, hace 40 años. Y fue un crimen de Estado: él era políticamente muy peligroso por sus llamados a la paz y al amor entre todos los humanos.

Antes de publicar My Sweet Lord, George Harrison temía que fuera interpretado como música religiosa, cuando su intención era simplemente escribir un góspel, la música espiritual con la cual los esclavos negros se liberaban en Estados Unidos al hacer contacto con la divinidad.

George Harrison se convirtió al visnuismo y tomó como libros de cabecera los textos sagrados de los Vedas, los Upanishad Gita y el Bhagavata Purana. Se piensa que su maestro es el Maharishi Mahesh Yogi, pero en realidad su mentor espiritual y musical es Ravi Shankar.

El tercer disco del álbum triple All Things Must Pass es una delicia de blues: improvisaciones largas donde participan Eric Clapton, Billy Preston y otros amigos de Harrison. Una de las canciones es un regalo que le hizo Bob Dylan a George cuando el Beatle pasó una temporada en su casa, donde preparó la estrategia artística final de su álbum solista.

All Things Must Pass nació entonces en la casa del bosque de Woodstock de Bob Dylan y luego de tres años de estudio con Ravi Shankar, quien en el primer día de clases le dio a leer el libro de Yogananda: autobiografía de un yogui, y Harrison completó su biblioteca iniciática con otros títulos que compró de inmediato, entre ellos, textos de Vivekananda, tratados acerca de la meditación Raja Yoga, y el I Ching.

Maharishi Mahesh Yogi se hizo muy famoso porque Harrison le llevó a todos los Beatles y sus esposas para tomar un curso de meditación trascendental. De ese viaje resultaron obras maestras como el Álbum Blanco.

Los coros de My Sweet Lord nombran a los avatares de Visnú: Krishna, Rama, Brahma. Y los combinan con aleluyas, característicos del góspel.

Porque esa era la intención de George Harrison: hacer un góspel; preguntó a sus amigos músicos cómo hacerlo y Billy Preston –conocido como el quinto Beatle, al igual que Brian Epstein y George Martin–, le enseñó a escribir un góspel y, como todavía existían Los Beatles, Harrison evitó grabar esa canción como solista y se la regaló al propio Preston.

Toneladas de papel y hectolitros de tinta se han gastado en la apasionante historia de My Sweet Lord. Entre los entretelones del intríngulis destaca un caso de litigio por plagio, pues Harrison tomó la estructura de la canción He’s So Fine, de Ronnie Mack, que grabaron las integrantes del grupo The Chiffons, a lo que Harrison contestó que solamente plagió el himno navideño libre de derechos de autor On Happy Day para elaborar la melodía y luego Paul McCartney de plano dijo que Los Beatles habían robado más de lo que se imaginan y se armó un merequetengue digno de película, pero finalmente Harrison pasó a la historia por My Sweet Lord como un llamado ecuménico.

El título del álbum All Things Must Pass es una manera de nombrar el concepto de lo que los budistas llaman la impermanencia: la transitoriedad, lo efímero de la vida, pero no con el drama con el que lo hace la cultura occidental.

La pieza Beware of Darkness es otro ejemplo de enseñanzas visnuitas, que tienen también semejanzas con el budismo: apártate de la oscuridad, de la confusión, de lo ilusorio, de lo superficial, de lo que daña tu interior.

En sus memorias, Raga Mala, Ma vie en musique, Ravi Shankar explica la conversión de George Harrison: “Le pregunté si estaba dispuesto a realizar un trabajo de concentración espiritual, porque tocar el sitar no se limita a la técnica de cómo pulsarlo, cómo sentarse y emitir sonido, sino que se trata de comprender todo el contexto de la cultura de India. George quedó convencido de que hacer música no significa alarde ni llamarada, no se trata de exaltar los sentidos de los escuchas con destellos de virtuosismo y melodías que todos pueden silbar. Mi meta –escribió Ravi Shankar– siempre ha sido llevar el público muy lejos con mi música, muy lejos en su interior, como se logra llegar muy lejos en el interior de cada uno con la práctica de la meditación”.

De ahí nació el álbum triple del que hoy conmemoramos su jubileo: All Things Must Pass, la culminación de los estudios espirituales que comenzó George Harrison cuando era Beatle y tomó clases de sitar con Motiram, alumno de Ravi Shankar, en 1965, para grabar Norwegian Wood, en el álbum Rubber Soul.

Una vez liberado, cuando se terminó la era Beatle, George Harrison viajó durante tres años a India con su esposa, Pattie Boyd, de incógnito (se dejó el bigote y se cortó el pelo, pero fue infantil: todos lo reconocieron) con el nombre de M. et Mme. Sam Wells, según cuenta a las risas Ravi Shankar en sus memorias.

La lección central del visnuismo guió la existencia de George Harrison desde que cumplió 22 años: toda alma es potencialmente divina. Todo consiste en cultivar esa semilla.

Por eso George Harrison patrocinó a músicos y a artistas que nadie apoyaba, como sus amigos Billy Preston y los geniales Monty Python, porque practicaba el arte de la compasión, que en budismo significa lo contrario a la lástima, que es como se interpreta esa palabra en Occidente. La actitud compasiva consiste en procurar el bien de los demás.

Es por eso que nos anunció que, siempre, todas las mañanas y siempre que está nublada la vida, ahí viene el sol.

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