Opinión
Ver día anteriorMiércoles 11 de noviembre de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¡Biden! Sí, Biden
N

o duden, chairos, Joe Biden es, ya, propiedad de la clase económica acomodada de mexicanos. También de algunos de sus colaterales menos favorecidos, clasemedieros pues. No es que en otros estamentos sociales se expresen sentimientos menos parecidos, pero los integrantes de grupos de élite lo abrazan con efusión distinta. Ya sienten querer al demócrata centrista que les quitará de enfrente al grosero rubio forzado. Los grandes ánimos presidenciales del repuesto: sanar el alma nacional y unir lo dividido, les suena a sus prédicas locales ante la polarización que atisban en cada mañanera. Su agenda práctica e inmediata de sujetar la desbocada pandemia, que le deja Trump, junto con desatorar la economía lo exigen aquí mismo. Sacar al gordo color zanahoria y su atrabiliario populismo autoritario, es regocijante ejemplo para saciar sus clasistas obsesiones contra el moreno. En fin, ya tienen a un personaje harto descolorido pero calmo, paciente sin estridencias y, de paso, católico con trágica vida familiar con arrestos de esforzada superación personal.

La marea azul que se pronosticó en exceso, finalmente, se concretó en la figura de Biden con sus 75 millones de votantes. Poco se recuerda ya que buena parte de la opinocracia nativa dudó de dicha marea en el mediodía electivo. Lo que se ignoró, casi por completo, fue la inmensa lluvia de votos que se llevó esa figura, empapada de racismo, intolerancia y con una corta visión y mando, que secundó al magnate. Si los blancos hubieran sido los únicos electores, Trump ahora sería, de nueva cuenta, su legítimo e indiscutible líder conductor. Biden, por su lado, llegará a la presidencia al frente de una colorida coalición de no blancos citadinos, de medio ingreso tirando a bajo, buena educación, luchadores de variada índole –derechos humanos– con visión geopolítica amplia. Qué tanto beneficiará Biden a la relación con México es todavía incierto. En buena medida será una continuidad, no de la época grandilocuente, caprichosa y peleonera de Trump, pero sí la ya conocida de un conservador demócrata que ha pululado por la élite política durante décadas.

Los voceros de la derecha mexicana, con la casi totalidad de la opinocracia –de todos los arrebatos e incomprensiones y narrativas terminales–, aprovechan esta nueva oportunidad de ataque a la 4T. Para lo cual se lanzan a la descripción de todos los defectos, errores, desplantes y políticas trumpianas. Con esta andanada difusiva tratan de colorear sus cotidianas y totalizadoras críticas al similar político tabasqueño que ocupa la Presidencia.

El espacio temporal que se ha dado AMLO para felicitar al casi seguro ganador es uno más de los motivos a mano para cargarlo de ignorancias y males por venir. Misma situación hubiera sido sí, en un arrebato calderoniano, López Obrador se uniera al grupo de felicitadores instantáneos. Muchos de ellos, si no es que todos, sufrieron los embates de Trump. Justin Trudeau fue el avanzado de la tropa, el canadiense se quita de encima un golpeador callejero cotidiano. No es el caso de AMLO, quien supo limar asperezas donde muchos fracasaron: Merkel, Macron, Johnson y otros. Dar el espacio suficiente, basado en el veredicto final del recuento de votos sin dar la espalda al caído, es de mínima decencia, calidad humana y astucia diplomática. Ya habrá tiempo para adecuar los planes de gobierno respectivos y estrechar manos con el triunfador.

La relación de México con Estados Unidos es de gran complejidad y de caracteres estructurales que no se ven afectados por veleidades simplistas. Se tendrá que diseñar, sobre forzadas marchas, las modalidades de trato entre los dos países. Los asuntos de seguridad, por ejemplo, seguirán pesando como una intrincada madeja de problemas comunes. La energía, con sus prioridades de independencia y desarrollo soberano, deberá asentarse como estratégica y continuar su ruta. La prioridad que Biden le dará al cambio climático modificará, sin duda, los planteamientos actuales. Se tienen ventajas considerables respecto de las conductas democráticas, aquí sujetas a cambios profundos que chocan con ánimos de dominación global. En fin, los trabajos comunes, de hecho, ya han empezado a delinearse de consuno. El reconocimiento vendrá en seguida y, se espera, para bien de ambos gobiernos.