Cultura
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Guerra en poesía
L

os buenos lectores de verdadera poesía no olvidan nunca a los poetas Paul Verlaine y Arthur Rimbaud. Pero, en estos días, los nombres de estos dos creadores de genio resuenan mucho más, aunque por razones diferentes.

Por un lado, un croquis de los poetas dibujado por el ilustrador Félix Regamey (1844-1907), el cual adorna una carta escrita a su hermano, será puesta en venta por Christie’s el 3 de noviembre. El valor de la carta se estima entre 70 y 100 mil euros. El dibujante escribe en esta misiva: Tengo encima, desde hace tres días, a Verlaine y a Rimbaud, llegados de Bruselas. Verlaine, bello a su manera. Rimbaud, espantoso. Por otra parte, uno y otro sin ropa limpia. Se decidieron por el ginebra sin dudar. Las palabras de Regamey corresponden exactamente con su bosquejo. Los dos poetas, más vagos que nunca, greñudos y harapientos, pare-cen perdidos en los fondos del vagabundeo.

Por otro lado, un grupo de intelectuales y personalidades del medio cultural acaba de firmar una petición para que los dos poetas entren, juntos, al Panteón. Entre otras firmas de la petición, se halla la de la actual ministra de la Cultura, Roseline Bachelot. Como era de esperar, esta proposición desató de inmediato una viva controversia al estilo de la mejor tradición polémica en que se complacen tanto los franceses, pues permite despertar a los intelectuales inclinados a dormir demasiado a menudo. De un lado, los oponentes a la entrada al Panteón de Verlaine y Rimbaud subrayan que la idea de hacerlos entrar juntos es una forma de imponer una visión particular de estos dos poetas, al unirlos uno a otro, en pareja; es decir, organizar una especie de matrimonio gay póstumo. Intención que les parece una completa locura a la moda contemporánea. Así, ya no es en tanto grandiosos poetas que los dos hombres deben ser enaltecidos: no serían honrados por su obra, sino por ser homosexuales, pudiendo así representar a una comunidad perseguida durante mucho tiempo. Lejos de rendirles un homenaje solemne, se les ofrecería un regalo envenenado, el cual haría pasar el genio de su obra a segundo plano, tras los aspectos de su vida privada. Asimismo, los más resueltos antagonistas a la proposición de hacerlos entrar juntos al Panteón recuerdan que estos dos poetas nunca formaron una pareja y que se disputaron tan violentamente que Verlaine disparó incluso una bala de revólver sobre Rimbaud, acto que le costó la cárcel. Y, en fin, que si estaba casado, lo estaba con una mujer, la cual le inspiró magníficos poemas de amor. La aventura vivida con Rimbaud no permite reducir a Verlaine a una definición simple y restringida. Lo más que podría decirse hoy día, en un lenguaje actual, sería que, además de ser un alcohólico reconocido, era bi.

La polémica iniciada tiene un largo futuro ante ella. Los argumentos se preparan de ambos lados, las plumas escurren tinta sobre el papel, en los diarios por ahora y pronto en los libros. Muy pronto llegarán los gritos, las críticas, las condenas, los insultos. No se pierde con facilidad la costumbre de la guerra, sobre todo entre los intelectuales, a quienes no placen mucho los verdaderos campos de batalla, pero se precipitan en las disputas de salones mundanos.

Esta nueva manera de considerar la Historia desde el punto de vista de las particularidades de la vida íntima y privada, hoy a la moda, levanta varias cuestiones. ¿Es necesario hacer ingresar al Panteón al pintor Toulouse-Lautrec para honorar en su persona a los infortunados nacidos con una desventaja que los vuelve inválidos? Y, ¿por qué no el marqués de Sade, puesto que representa a todas las víctimas del sadomasoquismo padecido por él, al menos por el efecto de su incontrolable imaginación, con el objeto de rendir homenaje a todos los perseguidos del delirio sádico? La lista queda abierta y podría fácilmente llenarse. Los intelectuales parisienses han depositado el primer proyecto.