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Puntos sobre las íes

Recuerdos // Empresarios (CXXXV)

Y

ella, Conchita, así continuó.

“La marajaní, Brinda –les contaba a él y a su hermana, la infanta, la infanta doña Pilar, cosas de su tierra–. Los dos estaban embebecidos. Al rato, el niño rubio me pidió un autógrafo. Recuerdo que se lo firmé. Ruy, siempre atento a mis deslices, me preguntó si había puesto solamente mi nombre.

“–No –le contesté–, le puse ‘con afecto’.

“–Eso –me contestó– no se le escribe a un príncipe.

Pero era ya muy tarde.

***

Los días se hicieron más largos y arribaron las primeras golondrinas. El calor apretaba y noté que sentía nostalgia de los ruedos. Ruy decidió marcharse a Madrid para conversar con Marcial.

***

“Sonó el teléfono.

“Madrid, pensé.

“Miré el negro aparato, tan solo y temible sobre una pequeña mesilla encerada. No me atreví a levantar el auricular. ¿Qué me diría? ¡No quería saber la verdad! Siempre había preferido encararla, pero ahora…

“Trring, tring, tring, tring.

“Tenía que decidirme. Además, podía ser que la llamada fuera para Josefina o Asunción o José Froes.

“Llaman de Madrid –me dijo una voz impersonal apenas toqué el aparato.

“esperar me agobiaba. Por fin, apareció la voz de Ruy: ‘Será Sevilla y solamente a caballo, pero empezarás’.

“Sentí algo tremendo, sofocante. Nunca había comprobado hasta ese momento cuán profunda era mi preocupación.

“–¿Qué te pasa? –me preguntó la voz de Ruy.

“–Soy feliz –contesté.

“Y noté que me llovían lágrimas sobre las mejillas, las manos y el alma.

“–Lloro –le dije a mi maestro, lloro de alegría.

“ESPAÑA. En Triana era de noche, y entre las sombras de sus estrechas calles se adivinaban los últimos preparativos para la feria.

“Destellos de luz iluminando enrejadas ventanas atestiguaban que las madres de las flamencas, aprovechando unos momentos de tranquilidad, planchaban los coloridos volantes que al día siguiente se mecerían sobre los graciosos andares de sus hijas. Junto a ellas se veían peines y claveles y un mantoncillo bordado al que no tardarían en lucirse por la feria desde el nacer del día hasta el brillar de las estrellas. Por todos lados el tac-tac-tac de las castañuelas quebraba el silencio. En la calle, bailando a la luz de puertas entreabiertas, pequeñas niñas daban sus primeros pasos. Lo hacían aisladas, dudosamente, algo así como vuela un pajarito por primera vez al caer del nido.

“Al poco, Triana dormía. La luna invadió los barrios, vistiendo de misterio sus contornos morunos y besando, entre sus rejas, sus perfumadas, flores. En cada esquina el murmurio de un feliz ‘Hasta mañana’ era un eco repleto de ilusiones. Las luces se apagaban una tras otra y con ellas las mocitas desaparecían entre las macetas de los patios. Los jóvenes, pensando en el sombrero de ala ancha, el puro y quizá las pesetas para los toros, se alejaban, acompañando sus sonoros pasos por las empedradas con el tarareo de unas sevillanas.

Triana dormía, velaban apenas unos faroles. Dos, en un rincón pintoresco, iluminaban un Cristo, pálido y adormecido, sobre una blanca pared.

***

La habitación estaba oscura, mas por las grietas de la ventana entraba una luz muy viva. ¿Dónde estaba? Me divertí, como lo hacía a menudo, dejando que la memoria despertara poco a poco. ¿Lisboa, Alfeizerao, Guadalajara? ¡No! Hacía tiempo que no me despertaba en posadas mexicanas. ¡Sevilla! Di un salto en la cama. ¡Sí, estaba en Sevilla y en un cortijo! Sin preocuparme por las zapatillas, atravesé corriendo los fríos azulejos y abrí la ventana. ¡El cortijo del Esparragal! Miré embebecida el patio, que, abierto por un lado, tenía una vista sobre el campo. No se movía una hoja, las macetas y las rejas eran de estampa. Sobre las paredes y los mosaicos se desprendían rosas; una fuente, en el centro, cantaba sin cesar. ¡Qué maravilla, qué calorcito tan sabroso y qué aroma tan delicado! ¿A qué olía? ¡A toros! no era exageración. Olía a rosas y jazmines, a naranjos y nísperos, a tierra mojada y a sol.”

(Continuará)

(AAB)