Cultura
Ver día anteriorDomingo 2 de agosto de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Vox Libris
Quijote
Periódico La Jornada
Domingo 2 de agosto de 2020, p. a12

La novela Quijote, del escritor indio-británico Salman Rushdie (Bombay-1947), inspirada en la obra de Miguel de Cervantes Saavedra, editada por Seix Barral y traducida por Javier Calvo (Barcelona-1973), llega en español a México en plena pandemia. Esa obra fue elegida por los medios especializados estadunidenses en 2019 como una de las mejores y que supone el regreso de un Rushdie en forma. El también ensayista se presentó en México en la edición 39 de la Feria Internacional del Libro de Oaxaca, ese mismo año. Con autorización de la editorial ofrecemos un fragmento del primer capítulo del ejemplar.

Vivía una vez, en una serie de direcciones temporales por todos los Estados Unidos de América, un viajante de origen indio, edad avanzada y facultades mentales menguantes que, por culpa de su amor por la televisión más estúpida, se pasaba una parte enorme de su vida mirándola en exceso bajo la luz amarillenta de las sórdidas habitaciones de motel, y en consecuencia había terminado sufriendo una forma peculiar de lesión cerebral. Devoraba matutinos, programas diurnos, shows de media noche, telenovelas, comedias de situación, películas de Lifetime, dramas médicos, series policiacos, seriales de vampiros y de zombis, dramas de amas de casa de Atlanta, Nueva Jersey, Beverly Hills y Nueva York, romances y peleas entre princesas de fortunas hoteleras y autoproclamados sahs, así como los retozos de toda una serie de individuos que habían saltado a la fama por afortunados desnudos, por esos quince minutos de celebridad que obtienen ciertas personas jóvenes con muchos seguidores en las redes sociales gracias a su adquisición por medio de cirugía plástica de un tercer pecho o del hecho de que su figura después de extraerse unas cuantas costillas imita la forma imposible de la muñeca Barbie de la compañía Mattel, o incluso, simplemente, por su capacidad para pescar carpas gigantes en escenarios pintorescos sin más atuendo que un bikini diminuto; además de por competiciones de canto, competiciones de cocina, competiciones de propuestas empresariales, competiciones para un puesto de aprendiz corporativo, competiciones entre vehículos gigantes operados a distancia, competiciones de moda, competiciones por el afecto tanto de solteros como de solteras, partidos de béisbol, partidos de baloncesto, partidos de futbol americano, encuentros de lucha libre, encuentros de kickboxing, programación de deportes extremos y, por supuesto, concursos de belleza. (No veía hockey. Para la gente de su categoría étnica y cuya juventud había transcurrido en los trópicos, el hockey, que en Estados Unidos se había rebautizado hockey sobre césped, era un juego que se jugaba sobre hierba. Jugar al hockey sobre césped en hielo era, en su opinión, el absurdo equivalente de hacer patinaje sobre hielo en la hierba.)

Como resultado de su obsesión casi total por aquel material que en los viejos tiempos le había llegado por medio de un tubo de rayos catódicos y en la nueva era de las televisiones planas le llegaba por medio de las pantallas de cristal líquido, de plasma y de diodo orgánico de emisión de luz, sucumbió a ese desorden psicológico cada vez más frecuente por el cual los límites entre verdad y mentira se vuelven borrosos e indistintos, de manera que a veces se veía incapaz de distinguir la una de la otra, la realidad de la realidad, y empezó a pensar en sí mismo como ciudadano natural (y habitante en potencia) de aquel mundo imaginario del otro lado de la pantalla al que tan devoto era, y que estaba convencido de que les suministraba, a él y a todo el mundo, las orientaciones morales, sociales y prácticas por las que deberían guiarse en la vida todos los hombres y mujeres. A medida que pasaba el tiempo y se iba hundiendo más y más en las arenas movedizas de lo que se podría considerar la realidad irreal, sintió que se estaba involucrando emocionalmente con muchos de los habitantes de aquel otro mundo más luminoso, cuya membresía creía que tenía derecho a reclamar, como si fuera una Dorothy contemporánea planteándose mudarse a Oz, y en algún momento indeterminado desarrolló una pasión insalubre, por ser completamente unilateral, hacia cierto personaje televisivo, la hermosa, ingeniosa y adorada señorita Salma R, un enamoramiento que él describía, de forma muy errónea, como amor. Y en el nombre de ese supuesto amor decidió celosamente perseguir a su amada a través de la pantalla del televisor y hasta cualesquiera realidades en alta definición donde habitaran ella y los de su clase, y, no sólo por la gracia, sino también mediante sus acciones, ganarse su corazón.

Foto
▲ Salman Rushdie (Bombay, 1947).Foto ©Beowulf Sheehan
Foto

Hablaba despacio y también se movía despacio, arrastrando la pierna derecha un poco al caminar, consecuencia duradera de un dramático Evento Interior sucedido hacía muchos años y que también le había dañado la memoria, de tal manera que, aunque seguía recordando con nitidez los acontecimientos del pasado remoto, sus recuerdos del periodo intermedio de su vida se habían vuelto inestables, llenos de lagunas y de otros espacios en blanco que se habían rellenado, como si lo hubiera hecho un albañil descuidado y con prisas, con recuerdos falsos creados por cosas que quizá hubiera visto en la tele. Aparte de eso, parecía estar en bastante buena forma para los años que tenía. Era un hombre alto, se podría incluso decir que alargado, como esos que se ven en las demacradas pinturas del Greco y en las estrechas esculturas de Alberto Giacometti, aunque aquellos hombres habían sido (en su mayoría) de temperamento melancólico, mientras que él había sido bendecido con una sonrisa jovial y con los modales encantadores de un caballero de la vieja escuela, ambos rasgos valiosos para un viajante comercial, un trabajo que, en los años dorados de su vida, lo acompañaría durante mucho tiempo. Además, incluso su apellido era risueño. Se llamaba señor Smile. Señor Ismail Smile, ejecutivo de ventas, Productos Farmacéuticos Smile, S. A., Atlanta, Georgia, decía su tarjeta de visita. En calidad de empleado de ventas, siempre había estado orgulloso de que su apellido fuera el nombre mismo de la corporación a la que representaba. El apellido familiar. Eso le confería cierta dignidad, o eso creía él. No era, sin embargo, el nombre con el que decidió ser conocido durante su última y ridícula aventura.

(El poco habitual apellido Smile, por cierto, era la versión americanizada de Ismail, de forma que el viejo viajante se llamaba en realidad Ismail Ismail, o bien Smile Smile. Era un hombre de piel oscura en Estados Unidos que anhelaba a una mujer de piel oscura, y sin embargo no veía su historia en términos raciales. Se podría decir que se había separado de su piel. Era una de las muchas cosas que su misión cuestionaría y cambiaría.)

Cuanto más pensaba en la mujer a la que decía amar, más claro le quedaba que un personaje tan magnífico no se iba a desplomar de alegría simplemente porque un desconocido total le declarara su amor fou. (No estaba tan loco.) Por tanto, le iba a hacer falta demostrar que era digno de ella, y en adelante su única preocupación sería el suministro de las evidencias necesarias. ¡Sí! ¡Demostraría con creces su valor! Sería necesario, al inicio de su misión, mantener al objeto de sus afectos plenamente informado de sus andanzas, de manera que se propuso iniciar correspondencia con ella, una serie de cartas que revelaran su sinceridad, la profundidad de su afecto y lo lejos que estaba dispuesto a llegar para obtener su mano. Fue llegado a aquel punto de sus reflexiones cuando lo abrumó una especie de timidez. Si le revelaba lo humilde que era realmente su posición en la vida, era posible que ella tirara su carta a la basura con una risa encantadora y ya no volviera a prestarle atención. Si le revelaba su edad o le daba detalles de su apariencia, era posible que ella reaccionara a la información con una mezcla de burla y horror. Si le desvelaba su apellido, el ciertamente augusto apellido Smile, asociado como estaba a una gran fortuna, era posible que ella, presa del mal humor, alertara a las autoridades, y el hecho de que lo cazaran como a un perro a petición del objeto de su adoración le rompería el corazón, y era probable que muriera. Por tanto, de momento mantendría su identidad en secreto y sólo la revelaría cuando sus cartas y las hazañas que la describieran hubieran suavizado la actitud de ella hacia él y la hubieran hecho receptiva a sus avances. ¿Cómo sabría cuándo había llegado el momento? Era una pregunta que responder más adelante. Ahora mismo lo importante era empezar. Y llegaría un día en que el nombre adecuado, la mejor de todas las identidades, acudiría a él en ese momento que media entre la vigilia y el sueño, cuando el mundo imaginario de detrás de nuestros párpados consigue rociar con unas gotas de su magia el mundo que vemos cuando abrimos los ojos.