La Jornada del campo
18 de julio de 2020 Número 154 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
 
Sísifo y su roca.

Editorial Resiliencia

Vi a Sísifo empujando con entrambas manos una enorme piedra. Forcejeaba e iba ascendiendo la piedra hacia la cumbre de un monte; pero cuando ya faltaba poco para lograrlo, una fuerza poderosa hacía retroceder a la piedra, que rodaba hasta el llano. Tornaba entonces a empujarla…

Homero. La Odisea

Las pandemias, el cambio climático y las recesiones económicas son fenómenos globales y recurrentes; sacudidas civilizatorias que sabemos de cierto que vendrán, pero no sabemos a qué horas ni en qué plan; acontecimientos súbitos y colosales que desquician el conjunto de nuestros modos de vida: sistemas tecnocientíficos, estructuras productivas y distributivas, relaciones sociales, órdenes políticos, mundos simbólicos, jerarquías de valores, hábitos emocionales, comportamientos… Y los alteran en todas las escalas: en lo individual, en lo familiar, en lo comunitario, en lo nacional y en lo global…

Podemos llamarlas experiencias desnudas, si por experiencias a rais entendemos aquellas vivencias cuya intensidad pone en crisis nuestros reflejos intelectuales, valorativos y emocionales desmontando los filtros y tamices con que antes de la sacudida procesábamos y normalizábamos lo que nos llegaba del entorno. Como que de pronto la realidad se desacomodó y ya no sabemos qué onda…

Todos hemos tenido alguna vez iluminaciones, revelaciones, momentos extáticos que cambian nuestras vidas, pero ahora se trata de la humanidad toda. Es ésta una experiencia desnuda planetaria que pone en cuestión no solo el presente sino el pasado y el futuro; tiempos idos y por venir que crisis globales recurrentes como las que nos tocaron, iluminan con otra luz cambiando su significado.

Por ejemplo, la idea de que la peste negra y las plagas eran asunto del mundo antiguo y que la pandemia de influenza española que hace un siglo mato a millones no se podía repetir pues nuestros recursos sanitarios eran más potentes, se derrumba ante la evidencia de que por el momento para el COVID-19 no hay vacuna ni cura y aun si las hubiera el nuevo virus llegó para quedarse. Recordemos, al respecto, que el de la inmunodeficiencia humana transitó del mono al hombre en los años veinte del siglo pasado, se detectaron infectados desde los cincuenta, a principios de los ochenta se le identificó y en cuarenta años no se le ha encontrado vacuna ni cura. Desde entonces vivimos con él, de modo que cuando menos en el terreno de las prácticas sexuales globales el SIDA creó una nueva normalidad: ¿qué tan distinta del condón es la “sana distancia”? Ya lo hicimos, de modo que sí se puede.

Emergencias sanitarias, siniestros climáticos planetarios, desplomes económicos… son evidencias que desacreditan la idea de un porvenir sin riesgos, sin catástrofes, sin crisis humanitarias (si alguien piensa que en su altermundismo predilecto no habrá virus o que a las comunidades en resistencia se la pelan las pandemias, siento decirle está equivocado). No hay tal futuro idílico, los seres humanos vivíamos, vinimos y viviremos en peligro; la idea cara al racionalismo de que al poner en orden a la naturaleza y a la sociedad estamos construyendo un mundo de seguridades, es uno de los dogmas de la modernidad que se derrumban. Debemos aprender a esperar lo inesperado, hay que irse acostumbrarse a vivir en la incertidumbre…

La nueva realidad que emerja del covid-19 deberá recoger la experiencia dura y pura no solo de esta y otras pandemias (infecciosas y crónico degenerativas), también de las recurrentes emergencias climáticas y de los ramalazos endógenos que a cada rato nos receta la economía; deberá asumir la evidencia de que las crisis forman parte insoslayable de la vida personal y colectiva.

Ahora bien, aunque el positivismo haya tratado de apoderarse del concepto, las crisis no remiten a las cosas sino a las personas, no son estructuras que chirrían y colapsan sino experiencias límite. En su acepción originaria las crisis competen al sujeto no al objeto: en el teatro griego eran el momento de definición de los personajes, en la medicina son el momento en que el enfermo, sana o muere. Y nosotros ¿vamos a sanar?

Una lección que debemos aprender de una vez por todas es que las crisis humanitarias llueven sobre mojado; golpean a todos, pero se ensañan con los pobres. Lo que nos debiera llevar a pensar en un mundo en verdad solidario donde la celebrable diferencia no vaya acompañada de la penosa desigualdad. Pero mientras cambiamos el rumbo de la historia para edificar muestro sueño, podemos cuando menos ir ajustando a las nuevas evidencias las políticas de combate a la pobreza hoy existentes. Porque el coronavirus, como la recesión de 2008, o las sequías… están exhibiendo la insuficiencia de lo que entendemos por desarrollo social.

El BM y el FMI han pronosticado un incremento global del desempleo y la pobreza como saldo de la recesión, la FAO alertó que la ruptura de las cadenas de suministro de alimentos y la insuficiencia del ingreso de los pobres para comprar comida podría elevar a mil millones de personas la población con hambre, la CEPAL prevé que la economía latinoamericana retrocederá alrededor del 10% y con ello el desempleo y la pobreza en el subcontinente, hace unas semanas el Coneval estimaba para México un decrecimiento económico de 5 o 6%, una pérdida de empleos de 3 a 5% y un incremento de la pobreza por ingresos del 7 o 8%, y hoy es claro que el alargamiento de la pandemia hará que el retroceso sea aún mayor. La conclusión es que estamos viviendo en proceso acelerado de empobrecimiento global. En cuanto a nuestro país, dado que en la pasada década la disminución de la pobreza había sido de poco menos del 10%, podemos prever que la crisis sanitaria y sus secuelas socioeconómicas nos retrotraerán a la situación de hace diez años. ¿Pensaste que habías salido de pobre? Pues no. ¿Te sentías clasemediero? Fíjate que era una ilusión.

¿Nos vamos a tardar otra década en volver a la situación que teníamos a comienzos del año? ¿Tendremos estos diez años para hacerlo o una nueva crisis nos regresará al punto de partida… sino es que nos lleva más atrás? ¿Estamos en una trampa semejante a la de Sísifo?

Según Homero, Sísifo fue condenado por los dioses a empujar eternamente una enorme piedra por la empinada ladera de una montaña… y la tarea era infinita pues en cuanto lograba ascender un poco, la roca rodaba de nuevo a su punto de partida. ¿Está nuestra política social condenada a repetir los trabajos del rey de Éfira?

No forzosamente. El problema mayor de nuestras políticas sociales radica en que han sido compensatorias de políticas económicas empobrecedoras y excluyentes. Desde su fundación a la Secretaría de Desarrollo Social le tocó administrar sobaditas y trapitos calientes para compensar en algo los estragos de la política neoliberal aplicada por la Secretaría de Hacienda. Razón por la cual la inclusión económica y social propiciada por los programas sociales ha sido precaria.

Los trabajadores, por ejemplo, solo tienen derecho a ciertos servicios si cuentan con un empleo formal, de modo que al quedar desempleados no solo se quedan sin ingresos, sino que pierden esos servicios; derechos básicos a los que tampoco pueden acceder quienes se auto emplean o laboran en pequeñas o muy pequeñas empresas. Y la fragilidad extrema de la inclusión social se pone de manifiesto dramáticamente cuando por la pandemia se incrementan los despidos y se estrechan los márgenes del trabajo por cuenta propia. Desamparo permanente o recurrente que podría atenuarse mediante un seguro de desempleo y/o alguna modalidad de renta básica universal, que son algunas de las propuestas que están hoy sobre la mesa. Y el asunto es urgente, pues en un primer momento la pandemia y las medidas de mitigación están golpeando mayormente a los pobres urbanos y a ciertas clases medias en riesgo de recaer.

Pero la pobreza y la exclusión económico social son más dolorosas en el mundo rural. Es en las comunidades campesinas e indígenas donde se concentran las carencias y es plausible que a ellas se enfoquen los programas prioritarios del nuevo gobierno dirigidos mayormente a zonas marginadas.

Bien por los programas de bienestar (que debieran ampliarse para mitigar así los daños de la pandemia). Pero habría que preguntarse también si la inclusión que procuran es frágil o resistente, si se traduce en procesos sostenibles o es precaria… Porque el bienestar que en tiempo de pandemias y mega crisis necesitamos gestionar, tendría que ser un bienestar sólido, blindado… un bienestar resiliente.

Hechos a la incertidumbre -siempre la climática y de algunos siglos a esta parte también la económica- los campesinos son expertos en sortear los males que llegan de improviso. Su fórmula mágica es la multiactividad, el policultivo y en Mesoamérica, la milpa.

Si los dejan, los campesinos despliegan aprovechamientos diversificados y complementarios como las especies que conviven en su parcela. Los campesinos de por acá hacen milpa lo que cuando se puede incluye la simbra con maíz, frijol, calabaza, chile… entreverados; la huerta biodiversa; el acahual; el potrero; el traspatio; la cocina… Los campesinos nunca ponen todos los huevos en la misma canasta porque llega la plaga, la sequía, la caída de precios… y no deja uno.

Esto hacen los campesinos si los dejan. Pero de un tiempo a esta parte los dejan cada vez menos pues el mercado les impone la estrategia del monocultivo. Y la economía familiar amarrada a un solo producto se vuelve frágil, precaria. Urge muchísimo regresar a la multi actividad sinérgica que soporta mejor las adversidades. Y por eso algunos programas del actual gobierno tienen más alcances que otros.

El de Precios de Garantía está bien, pues los pequeños productores con desventajas en el mercado necesitan certidumbre, pero al actuar a través de los precios puede resultar regresivo y no incide directamente en la producción. El de Fertilizantes se justifica, pues subsidia los costos de los agricultores pobres, pero sin análisis de suelos y con poco énfasis en los biofertilizantes poco ayuda a producir más y mejor. En cambio, el sustituto de Procampo que es Producción para el Bienestar está avanzando hacia un modelo productivo sostenible al incorporar a las trasferencias monetarias un acompañamiento técnico orientado hacia la transición agroecológica.

Pero la joya de la corona es Sembrando Vida, en el que se fomentan los cultivos anuales de la milpa destinados principalmente al autoconsumo, asociados con árboles frutales que empiezan a producir a corto plazo tanto para el auto abasto como para el mercado, y con árboles maderables como cedro y caoba cuyos beneficios se verán en el largo plazo. Y todo articulado en agroecosistemas sostenibles que además reforestan y mantienen la fertilidad de los suelos. Virtuoso modelo productivo al que se añade la promoción de formas asociativas… una belleza. Y una belleza resiliente, pues su diversidad básica, que puede enriquecerse ilimitadamente a partir de las condiciones y los saberes locales, permite capotear las peores tempestades.

Este es el camino. •