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Puntos sobre las íes

Recuerdos// Empresarios (CXXX)

V

aya una preguntita…

Después de que Conchita nos deleitara con sus hermosas letras lo vivido en la finca de Juan Belmonte, no faltó, como suele suceder, el oportuno. Veamos si no.

“Juan –le preguntó un portugués, de nombre Víctor Ribeiro–, ¿usted sería capaz de torear así?

“No –le contestó Belmonte.

“Hombre, ¿y por qué no? –insistió el oportuno.

“p-pues –le DIJO Belmonte, con aquella su manera pausada y personal–, primero porque no me sabría equilibrar y d-después, porque me daría mucha vergüenza.”

Juan Belmonte era una fuente inagotable de respuestas originales. “Recuerdo –escribió Conchita en su formidable libro Recuerdos– una novillada en Jerez, cuando tras rejonear me encontraba a su lado, observando la lidia. Esa tarde un novillero le brindó la muerte de su enemigo. El novillo, de Domecq, traía lo suyo, y el torero nunca se había visto en tan serio compromiso. Pasó las de Caín y terminó su actuación con una cantidad de pinchazos indecorosos. Pero el mozo, muy vanidoso, no se cohibió ante el fracaso y atravesando el ruedo se dirigió con frescura al gran torero.

“Matador –le dijo– el aire me ha molestado mucho.

“Sí, muchacho –asintió Belmonte–, devolviéndole la montera con su peculiar languidez, el aire y al novillo también.”

***

“Habiendo conocido a Belmonte, visto a Rafael El Gallo y paseado por las calles de Sevilla y estando armada de trajes y arreos andaluces, mi deseo era regresar a Portugal, donde pasaríamos el invierno, preparando los caballos para la temporada venidera.

“Marcial Lalanda me sorprendió. Creo que nunca había conocido qué tan completamente consiguiera separarse de su personalidad artística. Tan sólo mirándolo despacio podía uno imaginarse al hombre sencillo que nos hablaba… vestido de luces en la arena. Pero, observándolo, noté que con apenas una mirada podía ser altanero o sencillo, indulgente o cortante. Lo imaginé entonces dominando un toro con arrogancia… agradeciendo con sencillez... ayudando a quien se lo pidiera, arrollando al que se le enfrentara. Lo vi torero; una mirada puede mucho.

“En las manos de Marcial Lalanda, que tantas veces elevaron a las cumbres la Fiesta Brava, quedó, pues, depositado de mi futuro en España. Él se encargaría de hacer las gestiones necesarias para que me autorizaran la entrada en los ruedos, de su tierra. Abandoné, pues, España, rogando a Dios y a todos los santos que me fuera concedida la gracia de volver, para torear, en la feria de Sevilla.

***

Una persona nada vulgar.

Así lo afirmaba Conchita al referirse a Vitorino Froes, también todos aquellos que lo conocieron y, sobre todo, Ruy, que no se cansaba de hablar, con verdadera pasión, de su maestro.

Volvamos con los decires de Conchita: “Siempre me encantó oírla contar con las infinitas anécdotas de su juventud pasada con él, cuando huyendo de las sociables playas de moda, se sumía entre los pinos del pequeño pueblo de Alfeizerao, donde vivía el gran caballista lusitano.

“Vitorino Froes residía en una propiedad suya, cerca de Alfeizerao, a unos 100 kilómetros de Lisboa. Su mujer y sus hijos iban a menudo a la capital, pero él no se ausentaba nunca de la finca, a no ser para cumplir algún contrato, pues afirmaba que en el campo tenía cuanto deseaba: buenos caballos y buena cocinera. Cuentan que cuando el rey don Carlos anunciaba su visita, Vitorino no alteraba el menú del día. Todas las refacciones de la señora de la señora Sabina eran dignas de un rey.

“El monarca era solamente uno de los muchos atraídos por la sorprendente personalidad del maestro rejoneador, que poseía, entre otras cualidades y a pesar de ser hombre de pocas palabras, un finísimo sentido del humor. A este respecto, me contó Ruy un episodio encantador.

“Vitorino le había pedido a un amigo que le prestara para una fiesta un enorme candelabro de cristal. El amigo, receloso de su tesoro, le contestó que no podía ser porque la pieza se encontraba en Marinha Grande. Se enteró de que era una mentira, pero no dijo nada.

“Pasaron los años y un día el amigo aquel le escribió pidiéndole le prestara una carreta.

“No puede ser –contestó el gran caballista– porque todas las carretas se han ido a Marinha Grande a buscar el candelabro.”

(Continuará) (AAB)