Opinión
Ver día anteriorJueves 4 de junio de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Monterrey News
E

llos son los que cobran visibilidad en la vida de Monterrey cuando pierden la suya de forma violenta y el episodio aparece en las planas de algún vespertino o en la edición popular de cierto diario anclado en las buenas conciencias: se la metieron, lo tronaron. Por lo común las víctimas pertenecen a un barrio marginado.

Una mirada distinta es la de Fernando Frías –uno de esos chilangos que no le acaban de llenar la pupila a los autollamados regios. En Ya no estoy aquí, film que desde su primer día de exhibición en una de las plataformas de mayor demanda alcanzó un éxito sin precedente, recupera la dignidad y el carácter creativo de un adolescente (Ulises) cuya adicción al baile lo convierte en el líder de una de las pandillas de esos barrios donde ani-da la música colombiana.

Como todo, la cinta Ya no estoy aquí tiene su historia. Bengala, una agencia conducida por tres cineastas regiomontanos, se acercó un día con Celso José Garza, anterior corresponsal de cultura de La Jornada y ahora secretario de Extensión y Cultura de la Universidad Autónoma de Nuevo León, y de esa iniciativa nació el Premio Bengala-UANL: un proyecto que promueve la creación de historias para el cine. La de Fernando Frías obtuvo el premio de la primera edición (1913).

En adelante, el futuro director del film que ha sorprendido a propios y extraños se dedicó a tocar puertas para financiar su producción. Labor nada fácil, sobre todo con ciertos empresarios para quienes hablar de seres distintos a su mundo –en realidad los hijastros, esos nacos, a los que niega toda paternidad– no era negocio. La palabra inviable no faltaba en sus respuestas y en las de algunos intelectuales y otros personajes vinculados a la industria cinematográfica.

Profundizar in situ las entrañas de aquellos barrios y sus habitantes fue el otro imperativo al que Frías se entregó con vehemencia.

El espíritu de Celso Piña, Aniceto Molina, Javier López y en el cual reverbera el de Antonio Tanguma y Ramón Ayala se deja sentir en los alrededores de la colonia Independencia (el antiguo barrio de San Luisito, que es, según su corrido, el origen del Monterrey proletario): La Risca el cerro de La Campana y otros barrios. Ulises y su banda deambulan por su barrio: todo lo absorbe el presente y el azar. El presente es buscar un espacio para bailar: la calle, cualquier habitación. Y el azar es encontrarse con ese espacio o con otras bandas, que pueden ser aliadas o rivales, o bien con los soldados.

Sí, había narcotráfico y la presencia de soldados (también lo había en la zona residencial de San Pedro: claro, allá los soldados no allanaban casas y otras atrocidades; las cosas se arreglaban de otra manera). Pero –me dice– también una biblioteca cuidadosamente organizada; también a intérpretes, a sonideros como Gabriel Dueñes, que colecciona y vende los discos más increíbles de la cumbia y sus estilos nacionales y regionales: un ritmo arborescente interpretado por bandas con un nivel sofisticado como El Gran Silencio o con rasgos menos calificados como La Mafia de Colombia, que trafica con música, según Pedro López, su acordeonista

El universo social y musical de Los colombias de Monterrey, al que el antropólogo Darío Blanco Arboleda ha teorizado en su dimensión contestataria y de identidad y al que la gran cantante Eugenia León ha documentado sentimentalmente es ya una desmesura. A esa desmesura debió enfrentarse Fernando Frías para ceñirla a su historia y al guión que debía narrarla cinematográficamente. La condensó en Ulises y su banda. Vistos a secas encajarían en la categoría del Das Man heideggeriano: la multitud carente de autenticidad y sujeta a la voluntad externa de los otros, los que tiene el poder ejercido sobre ella a nivel de la conciencia. Inautenticidad aparente: la actitud contestaria propia de los jóvenes se vuelca en comportamientos identitarios que escapan a la voluntad de los manipuladores: desde su indumentaria, el atavío, la fuerza que despliegan en su ánimo lúdico o púgil.

Tangencialmente, Ya no estoy aquí da cuenta de la violencia familiar y social. Esta violencia le impone a Ulises salir de su barrio para librarse de la amenaza de muerte, la suya y la de su familia, que le hace un pandillero mal herido. Para no verla cumplida sigue la suerte de los migrantes que se dirigen a Estados Unidos, y así llega a Nueva York. No hay imagen más existencialista que la de un adolescente de 17 años en un mundo donde todo le es ajeno, empezando por el lenguaje. El de Ulises y su banda, casi transcrito, es el lenguaje de los actores-no actores, de donde viene la frescura del film.

Entre esos actores-no actores, Daniel García Sampiero, el protagonista de Ulises, se lleva las palmas por su actuación magistral. Buen testimonio del talento popular.

A Ulises no lo calienta ni el sol de una adolescente sinoestadunidense que siente por él un acentuado afecto. Deportado, a su regreso encuentra que las cosas en su barrio ya no son las que eran. Y sufre entonces una doble nostalgia: no se sentía del otro lado y ya no esta aquí.

El título de este artículo se lo debo al primer rotativo moderno que hubo en Monterrey y, en deuda subprime, a la novela de Hugo Valdés.