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Mar de historias

Otra realidad

Soledad de soledades

T

odos los años, por estas fechas, Herminia viene a visitarnos. En esta ocasión no será así. Pilar, su sobrina, nos llamó para decirnos que su tía Hermi había caído enferma. Pensó que se trataba de una gripe severa y por eso insistió en permanecer en su casa mientras se recuperaba. Su condición empeoró. Pilar llamó al médico y él hizo un diagnóstico fatal: Herminia se había contagiado del virus y era urgente internarla en el hospital. Allí, después de una breve y terrible agonía, murió sola, sin sentir el amor y la ternura de sus seres queridos, sin nadie que le brindara consuelo. Doble, cruel, amargo fin de mi amiga y de tantas otras personas que recibieron a la muerte en completa soledad.

Me lo repito: no, este año no vendrá Herminia, ni el siguiente, ni nunca: quiero decir ja­más. No volveremos a ir al aeropuerto para recibirla, ni a verla aparecer con sus vestidos holgados que siempre parecían ser el mismo. Tampoco será posible abrazarla y aspirar el perfume floral que la envolvía. Sobra decir que no escucharemos su voz ni su risa tan especiales. En el mundo habrá más silencio.

Maga

La ciudad es la más hábil narradora de historias. Muchas las ha vivido, algunas las inventa. Ahora que las calles están desiertas ¿quién escuchará sus relatos? Los fantasmas.

Estrategia de sobrevivencia

Aterrada ante el prolongado aislamiento en soledad, Elisa tejió una especie de red de salvación basándose en los números telefónicos que en distintos momentos le habían dado sus vecinos. El propósito de llamarlos fue sugerirles que, al menos una vez al día, se pusieran en contacto a fin de charlar durante unos minutos y de ese modo sentirse menos encerrados.

La respuesta que obtuvo por parte del médico veterinario, la maestra de inglés, la podóloga y el ingeniero fue positiva. El único con quien no pudo comunicarse fue con el pianista, conocido por el rumbo como El Dandy por su costumbre de usar corbata de moño y zapatos de charol.

A pesar de que en muchas ocasiones había habido intercambio de saludos, frases amables, felicitaciones impuestas por las exigencias del calendario, El Dandy nunca le había dado su número telefónico. Ante la falta de información, Elisa pensó en la ventaja de que sus casas estuvieran pared de por medio y de que sus patios colindaran. En caso de emergencia ella podría pedirle auxilio a gritos.

Una tarde que Elisa se encontraba regando sus plantas escuchó, del otro lado del muro divisorio, lo que hacía mucho tiempo no oía: las notas del piano. Suspendió su tarea y se entregó por completo a oírlas. Cuando terminó el breve concierto Elisa se deshizo en aplausos y bravos. Como respuesta a su entusiasmo oyó la voz de su vecino: ¿Sabe una cosa? Hacía años que no escuchaba semejante ovación. Me honra pensar que soy su público, contes-tó Elisa.

No hubo acuerdo entre ellos. Desde esa tarde, hacia el anochecer, él se pone a tocar y ella lo escucha sentada en el patio. Así conversan, entre el silencio y la música; así se olvidan del peligro, así comparten la vida.

En blanco y negro

Entre las noticias, las historias, las estadísticas pavorosas dictadas por el Covid-19, apareció en el periódico una fotografía en blanco y negro. Por su dramatismo y belleza, la escena desborda el espacio que ocupa en la página. En ella aparece un anciano arrodillado frente a las puertas cerradas de una iglesia. El hombre está de espaldas a la cámara, pero es posible imaginar su rostro: ojos pardos y húmedos, cejas hirsutas, arrugas profundas, una curva descendente en las comisuras de sus labios –apenas dos líneas delgadas.

Viste una chaqueta con un logotipo bordado, amplia para sus proporciones. Sus zapatos tienen las suelas muy gastadas. Viéndolas, uno puede imaginar los largos recorridos que habrá hecho ese hombre con la esperanza de tener un refugio, recuperar algo de lo que perdió hace años o conseguir una últi-ma oportunidad.

Del personaje me gustaría saber todo: ¿cuánto tiempo estuvo frente a las puertas de la iglesia cerrada? ¿Imploraba clemencia para los suyos? ¿Pedía perdón? Fervoroso, olvidado de cuanto lo rodea, tiene junto a sus pies una bolsa de papel. ¿Qué contendría? Quizá mendrugos, una taza de peltre o nada más su hambre.

Los músicos

Dicen que por las calles desiertas de Madrid han aparecido espléndidos pavorreales y en Washington venados. Quienes han captado tan insólitas escenas afirman que, ante la ausencia de humanos, los animales se muestran muy serenos. Esto y el hecho de que no lleven tapabocas son pruebas de su magnífica ignorancia o bien de que se saben protegidos por un dios poderoso.

¿De dónde serán?

De pronto, en la calle desierta, se escucha alegre el sonido de una marimba. Los músicos se acercan a las casas dispuestos a satisfacer las peticiones que el público les hace desde las ventanas o lo alto de sus casas: Amor de mis amores, Nereidas, Perfume de gardenias, Cielito lindo, La feria de las flores... No se de dónde serán estos maravillosos músicos que, en cierta forma, me recuerdan a los virtuosos que despidieron al Titanic.