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Guatemala
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▲ Eduardo Galeano con el comandante César Montes y el guerrillero Rocael.Foto cortesía Siglo XXI Editores
Periódico La Jornada
Domingo 15 de marzo de 2020, p. a12

Presentamos a nuestros lectores un adelanto del más reciente libro de Eduardo Galeano que publica Siglo XXI Editores, titulado, Guatemala. Ensayo general de la violencia política en América Latina. Ese libro –que Siglo XXI rescata más de 50 años después de su publicación original– es el relato de aquella experiencia, una crónica periodística fascinante que anticipa el estilo que luego consagraría a Galeano, y a la vez un riguroso análisis político internacional que, en conjunto, subrayan la idea central del autor: Guatemala fue en aquellos años de guerra fría el laboratorio de la barbarie y la violencia que en la década de 1960 se extendería por todo el continente.

La furia en las montañas

Nuestros corazones reposaban a la sombra de nuestras lanzas.

Popolvuh, antiguo libro sagrado de los mayas

Hemos hecho un alto, me he vaciado el resto de la cantimplora sobre la cara. Llevamos unas cuantas horas caminando, caminando y caminando, arriba y abajo por las sierras verticales, abriéndonos paso dentro de los bosques húmedos y densos a golpes de filo de machete. No estamos lejos de la costa del gran lago; con la primera claridad que anuncia el alba, se delatan, desgarrados, los velos de neblina que parecen colgar, como anchas lianas ondulantes, de la espesura. Tengo vergüenza porque tengo frío: caminar, aunque los músculos de las piernas estén duros como puños, es mejor que intentar inútilmente dormir sobre el follaje, sin nada para cubrirse y con la transpiración helándose sobre el cuerpo. En cambio, no hay una gota de sudor en los cuerpos de mis acompañantes, y para ellos no cuentan el frío ni el sueño. Esta vergüenza que siento, intoxicado ciudadano sin experiencia de intemperie, es una anticipación de la que sentiré cuando lleguemos al campamento que César Montes y un pequeño núcleo guerrillero han improvisado en algún rincón del oeste de Guatemala: frente a este puñado de muchachos que viven muriendo y matando por la revolución seré, como decía no sé quién, ‘‘un grave caso de virginidad”.

Hemos descendido una montaña y ascendido otra y así muchas veces; no es fácil ubicar a esta patrulla, movilizada en misión de exploración muy lejos de su zona tradicional de operaciones. El guía, un indio siempre callado, nos abandona por unos instantes: trepa la cuesta hacia la cumbre, cerrada de maleza entre los altos árboles, para indagar ciertas señales en las montañas vecinas. Encendemos cigarrillos, mis dos acompañantes, dos guerrilleros, y yo. Estamos sentados sobre troncos caídos, en un pequeño claro. Alguien cuenta una broma. Aspiro el humo, descubro que el cansancio no me cierra los párpados; quizás, porque la noche no ha terminado de irse y el frío es todavía más fuerte, aquí en lo alto, que el cansancio. El guía vuelve con buenas noticias. No nos queda más que una hora de marcha. Nos echamos nuevamente a andar. A cierta altura, el indio señala vagamente hacia un costado, dice: ‘‘Es ahí, ahí cerca”. No se ve otra cosa que jungla espesa. Seguimos caminando en silencio. Ahora, puede verse el cielo hacia oriente. Parece que celebrara algo, el cielo. Algo como su propio sacrificio: se le han abierto las venas, amanece.

***

Anochece. Hoy ha faltado a la cita el quetzal que había estado visitando a los guerrilleros a esta misma hora en los últimos dos días. Su pecho blanco y su hermosísimo plumaje habían planeado en el centro del trozo de cielo que las montañas dejan ver, todavía iluminado por las últimas luces del día, sobre el campamento. El quetzal es el símbolo nacional de Guatemala: se dice que perdió la voz cuando los mayas fueron derrotados por los españoles. Otros dicen que no la perdió, pero que desde entonces se niega a cantar. El hecho es que, cuando lo encierran, muere.

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Breve historia de las víctimas y los rebeldes

No tenían entonces fuego y Tohil lo creó y se los dio, y los pueblos se calentaban con este, sintiéndose muy alegres por el calor que les daba. El fuego estaba alumbrando y ardiendo, cuando vino un gran aguacero y granizo que lo apagó.

Popolvuh

‘‘Mis pilotos son rubios y de ojos azules”, dijo una vez el ex presidente de Guatemala, Miguel Ydígoras Fuentes, ‘‘pero eso no quiere decir que sean norteamericanos”. La coincidencia física, en este país de indios, no resultaba, por cierto, casual. La intervención de los Estados Unidos en los asuntos internos de Guatemala abarca, desde hace mucho tiempo, todos los campos. La presencia imperialista en el país resulta, por su crudeza, ejemplar: este es un descarnado modelo de la explotación que sufren las atormentadas tierras del sur del río Bravo. Guatemala es el rostro, torpemente enmascarado, de toda Latinoamérica; la faz que exhibe el sufrimiento y la esperanza de estas tierras nuestras despojadas de sus riquezas y del derecho de elegir su destino.

Desde los Estados Unidos se ponen y se quitan presidentes y dictadores en Guatemala; desde Wall Street se controla la economía, por la vía de las inversiones, el comercio y los créditos; el ejército recibe armas, adiestramiento y orientación de oficiales norteamericanos que a menudo participan personalmente en operaciones militares dentro del país; la prensa y la televisión dependen en gran medida de los avisos de las empresas extranjeras; funcionarios y técnicos de la Embajada de los Estados Unidos o de organismos ‘‘internacionales” ejercen un gobierno paralelo que pasa a ser único a la hora de las decisiones; la Coca-Cola ha sustituido a los jugos de fruta naturales y el dios de los protestantes y los mormones compite con las divinidades mayas, que han sobrevivido escondidas tras los altares católicos.

El dominio y la explotación de Guatemala como si fuera un objeto de propiedad privada no es, por cierto, nuevo. Ha cobrado características singulares a partir de 1954, porque la invasión criminal que el imperialismo desencadenó entonces ha marcado a fuego la historia presente del país. La caída de Árbenz fue un eslabón decisivo de una larga cadena de agresiones que ni empezaron ni terminaron con ella. La situación actual no podría ser explicada sin tener muy en cuenta el proceso revolucionario de la década abierta en 1944 y su trágico fin: de aquellos vientos provienen estas tempestades. Las mismas fuerzas que bombardearon la ciudad de Guatemala, Puerto Barrios y Puerto San José a las cuatro de la tarde del 18 de junio de 1954, están hoy en el poder: ocupan, hoy, el poder real, tras las mamparas que les presta un régimen civil que se proclama, hipócritamente, heredero de la revolución derrotada. De aquel desastre en adelante, el pueblo derribado fue aprendiendo a levantarse por otros medios: en la revolución perdida está también la clave que explica la consolidación y el desarrollo de las guerrillas actuales.