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La ciudad de las fresas
S

e dice que fue don Nicolás Tejeda quien en 1849 importó 24 plantas de fresa de Francia que se colocaron en un almácigo a orillas del río Guanajuato, en donde permanecieron sin cultivar. Sin embargo, el clima y la tierra les agradaron y se desarrollaron de forma silvestre.

Nueve años más tarde, agricultores de Irapuato con buen ojo adquirieron plantíos y comenzó el cultivo esmerado de la frutilla, incluso por medio de injertos, y se lograron magníficos resultados.

La siembra se generalizó, se perfeccionó el manejo y se también se aprovechó el ingreso del ferrocarril para enviarla a la Ciudad de México y eventualmente al mundo. Irapuato llegó a ocupar el primer lugar en la producción de fresa en el país. Se dice que su sabor y aroma son distintos a la de cualquier otra región.

Actualmente la sabrosa y bella fresa compite con la industria, particularmente la automotriz, pero aún se cultiva exitosamente; cada año, en la primera semana de abril, se lleva a cabo la Expo Fresas.

Paulatinamente la ciudad se convierte en una urbe moderna y pujante, con centros comerciales y nuevos fraccionamientos. Afortunadamente en su Centro Histórico se conservan hermosas construcciones de centurias pasadas, ya que la fundación de Irapuato data del siglo XVI.

El Museo de la Ciudad es una soberbia edificación barroca en cuyo patio dimos una plática sobre la historia en las leyendas, que organizó la corresponsalía del Seminario de Cultura Mexicana, que preside la gentil Atala Solorio. Alberga una colección de piezas arqueológicas de la región, fotografías de la historia local, así como obras de arte. Me tocó una exposición temporal de ceramistas irapuatenses con obras de gran belleza y originalidad.

Después, una rica cenita en Con Sabor a Café, agradable lugar donde se ofrecen baguettes, paninis, croissants en buen pan hecho en casa y ensaladas. Al día siguiente desayunamos en la casa matriz unos huevos con vino tinto y jamón serrano, café y bizcochos calientitos.

Alrededor de cuatro manzanas están varios templos antiguos, cada uno con su belleza especial: el de San José, cuya primera construcción data del siglo XVI, su portada principal churrigueresca, en colores rojizos, es excepcional. Aparece en relieve el misterio de la Cruz, Cristo crucificado con María y Juan Evangelista a sus lados y, en un nicho muy elaborado en una posición superior, Juan El Bautista.

El templo del Hospitalito, primorosa muestra del barroco salomónico, recibe ese nombre por haber sido la capilla anexa al Hospital de Indios, que dice la tradición que lo construyó el notable obispo michoacano Vasco de Quiroga. El interior resguarda la escultura hecha en pasta de caña de maíz de Nuestro Señor de la Humildad, que popularmente se conoce como de la Misericordia.

El templo de San Francisco, conocido como El Convento, mezcla en su fachada el barroco y el neoclásico. El de Nuestra Señora de Guadalupe se construyó en 1890, en la última época del neoclásico. La parroquia del Centro, construcción barroca del siglo XVII con retablos neoclásicos en el interior. Por último, el templo de Nuestra Señora de La Soledad, espléndida obra barroca en el exterior: torre, cúpula y remate aconchado de su fachada principal, arcos mudéjares en su interior y retablos neoclásicos. Todos son una muestra de las transformaciones que provocó la llegada de ese estilo que se puso de moda a fines del siglo XVIII y llevó a la destrucción de obras notables, entre otras muchos retablos.

En la Plaza de los Fundadores está la presidencia municipal, que ocupa un enorme y elegante edificio de estilo neoclásico. Fue el primer Colegio de Enseñanza para Niñas. Se dice que el patio es de los más grandes de la República Mexicana.

Como remate está el jardín Hidalgo o jardín principal que se diseñó a fines del siglo XIX y guarda todo el carácter porfirista con su quiosco, bancas de hierro y torre de reloj, sombreado por frondosos laureles de India.