Opinión
Ver día anteriorLunes 20 de enero de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a morir

Cosas del diablo

S

us razones tendrán, pero los estudiosos de las relaciones entre Dios y el mundo poco suelen ocuparse de las venganzas periódicas del Maligno y los funestos trastornos causados a los seres humanos, aunque en la realidad el demonio dé reiteradas muestras de burlarse de los llamados justos y de los que aún conservan el santo temor del Supremo.

A principios del tercer milenio, entre frenéticas celebraciones por decreto y tímidas revisiones de inoperantes valores al uso, una realidad se hace más evidente cada día: el verdadero demonio sobre la tierra es el hombre y sus escasas luces para sentir y entender la vida y el arte de vivirla. Obsesionados desde siempre con dominar, explotar y acumular a partir de una torpe idea de desarrollo individual y colectivo, los metidos a amos del mundo prefirieron inventar demonios y responsabilizarlos de cuanta injusticia y exceso se comete en el planeta. Por ello al poder, incluidas las religiones, les resulta más cómodo mentir que educar, amenazar que convencer, tergiversar que aclarar, mientras al demonio le endosan los orígenes del mal y de la maldad, atemorizando de paso a los sencillos, como nos llama la Biblia a los comunes y corrientes. Para desgracia de la humanidad, a la industria de las religiones le resulta más provechoso fomentar la obediencia que estimular la conciencia de sus respectivos fieles, con perniciosos resultados para la evolución de la conciencia a lo largo de la historia. De ahí que Navidad y Cuaresma resulten hace milenios las temporadas favoritas de Lucifer, como puntuales revanchas tras la memorable derrota sufrida en el desierto.

¿A quiénes responsabilizar del espeluznante hecho ocurrido recientemente en Torreón? Son demasiados siglos estimulando desde las instancias de poder el creced y multiplicaos, y cuando por fin se empieza a respetar la opción de tener uno o dos hijos o de plano abstenerse de tenerlos, aunque la familia siga siendo la preferencia de todas las formas de poder como célula básica de la economía, parece demasiado tarde. A la voraz comercialización de la tecnología tarde o temprano le sale el tiro por la culata y las toneladas de violencia, virtual y real, que a diario recibe el ser humano de todas las edades, es apenas la punta de iceberg de legislaciones convenientemente rezagadas, de una libertad de expresión irresponsable y de un concepto estúpido de progreso, ese mismo que tanto regocija al demonio.