18 de enero de 2019 • Número 148 • Suplemento Informativo de La Jornada • Directora General: Carmen Lira Saade • Director Fundador: Carlos Payán Velver

De chile, de mole y de manteca…


Marcha de los jornaleros en San Quintín. Edgar Lima / La Jornada BC

Buscando la vida: jornaleros agrícolas migrantes

Kim Sánchez Saldaña

El jornalerismo como modo de vida es una realidad que involucra a muchos hogares rurales del país, sobre todo desde fines del siglo XX. Además, al menos uno de cinco trabajadores agrícolas debe trasladarse fuera del municipio donde vive habitualmente para conseguir empleo e ingresos (Encuesta Nacional de Jornaleros Agrícolas 2009).

En regiones como La Montaña de Guerrero esta proporción es aún mayor, pues muchas familias indígenas migran temporalmente a campos agrícolas en otros estados, sobre todo en el noroeste del país, pero también a Morelos, o a Ciudad Altamirano dentro de su propio Estado.

En palabras de estos campesinos, están “buscando la vida”. Expresiones que resumen lo que estudiosos denominan una estrategia de sobrevivencia, para referirse justamente a que la migración jornalera se ha vuelto un recurso indispensable que permite a parte de la población rural a mantener sus ingresos y contrarrestar su deterioro. Situación que en buena medida ha sido uno de los más lacerantes costos que ha dejado la falta de apoyo a la agricultura campesina, así como una agenda pública sin compromiso real con el campo mexicano por varios sexenios.

Sin ahondar en causas y circunstancias, lo real es que muchas familias indígenas de Guerrero llevan ya décadas viviendo como trabajadores itinerantes, cambiando una o más veces de lugar y empleo a lo largo del año para salir adelante. Sus pueblos se encuentran en territorios ancestrales de las culturas naua, me’phaa (tlapaneca) y na savi (mixteca). En algunos casos solo trabajan el padre y los hijos mayores, en otros prácticamente toda la familia, incluyendo a los menores de edad. El grueso de la demanda de trabajo eventual en la agricultura se concentra en cultivos como jitomate y otras hortalizas o frutales que requieren cosecha manual, así como algunos cultivos industriales como la caña o el tabaco. Y los mayores contingentes son empleados por grandes empresas agroexportadoras.

Por ejemplo, Don Cruz de Ayotzinapa, Guerrero, es campesino, cantor y rezandero en su pueblo… y también jornalero migrante. Debido a esta última ocupación, todos los años se ausenta por uno o varios meses de su comunidad, para ir a trabajar a campos agrícolas a Sinaloa, Nayarit o Guanajuato.

Las vicisitudes que ha enfrentado Don Cruz y su familia son una muestra del modo de vida que llevan muchos hogares rurales en regiones empobrecidas como La Montaña de Guerrero. Gracias a Margarita Nemecio, de la Red Nacional de Jornaleros y Jornaleras Agrícolas -quien nos compartió el testimonio de Don Cruz-, sabemos que esta familia me’phaa viajó íntegra por muchos años a Sinaloa, donde perdió la vida un hijo trabajando en el campo y, en 2016, cambió su destino a Guanajuato, hacia donde solo se traslada con su hija mayor, en tanto el resto no migra. Doña Agustina, esposa de Don Cruz, y cuatro hijos se quedan en el pueblo, lo que les ha dado oportunidad a los muchachos de estar la escuela primaria y secundaria. Lo que debiera ser un derecho básico de acceso a la educación, para la familia de Don Cruz y Doña Agustina ha sido un privilegio conquistado con su arduo trabajo como jornaleros, que continúa siendo el ingreso indispensable para seguirlos apoyando, para continuar sembrando en su milpa, mejorar su vivienda y bienestar de la familia. Por eso dicen: migrar es “ir por vida”.

Conocer ésta y otras historias permite asomarnos a observar la profunda tenacidad y fortaleza de muchos campesinos que, a pesar de grandes obstáculos y terribles pérdidas, remontan y construyen proyectos de vida que dependen parcial o totalmente de recursos que obtienen en la venta temporal de su trabajo a empresas agrícolas. Existe una gran diversidad de situaciones influenciadas por factores múltiples que inciden en las posibilidades e intereses que tiene cada comunidad y cada familia que participa en este modo de vida.

Para algunas familias el empleo estacional es indispensable en su presupuesto para seguir sembrando en sus propias parcelas; por lo que el jefe de familia o quienes migran acomodan sus trayectorias para estar a tiempo para preparar su terreno, sembrar, abonar y otras tareas de cuidado y pizca de los frutos de su milpa. El dinero que obtienen como jornaleros con frecuencia les permite pagar parte de los gastos de semilla u otros, o bien para el gasto el resto del año, como dicen, o bien otros compromisos en su comunidad.

Es el caso de muchos campesinos que acuden anualmente a los Altos de Morelos a la cosecha de jitomate, a donde llegan muchos de campesinos de Huehuetepec, municipio de Atlamajalcingo del Monte, Guerrero, así como de varias comunidades del municipio de Acatepec, entre las que destaca Pozolapa, y algunas otras del municipio de Tlapa de Comonfort. Comparten este destino con nauas y na savi de la misma entidad, así como con mixtecos de Oaxaca y, ocasionalmente, con trabajadores mestizos del estado de México, Puebla y otras localidades morelenses.

Para otros jornaleros, con tierra insuficiente o sin ella, el empleo temporal es su único medio de abasto, por lo que han construido itinerarios más complejos, circuitos migratorios por varias regiones agrícolas y estados, centrando su atención y recursos en mantenerse informados y “enganchados”. Ellos, como los jornaleros migrantes permanentes asentados en torno a regiones agrícolas, como en San Quintín, Baja California, dependen íntegramente de luchar contra la precariedad laboral.

Las posibilidades para unos y otros pueden cambiar, en tanto haya transformaciones inmediatas y de largo aliento en la política actual hacia el campo. En particular, es esperanzador que el Plan Nacional de Desarrollo contemple como parte de sus objetivos específicos dar atención prioritaria a los jornaleros agrícolas como grupo históricamente discriminado, por medio de acciones para reducir las brechas de desigualdad, promover y garantizar el acceso a un trabajo digno. •