Opinión
Ver día anteriorViernes 10 de enero de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Dónde te perdiste, gitana?
P

ierre Le Roy, el escritor francés, cuenta la aventura vivida por Paul Augier, propietario del famoso restaurante parisino El Regreso de Niza durante la Segunda Guerra Mundial.

En una calle de esa ciudad, una gitana de ojos negros y pelo largo azabache, collares y aretes exóticos y vestido abigarrado rojo con lunares blancos, se prende fuertemente de la mano de Paul cuando camina entre escombros sin darle la opción de soltarse. La gitana lo mira de hito en hito, palmo a palmo y lo cruza con la mirada, al tiempo que se empalidece y le espeta: ‘‘Tienes la muerte sobre ti, la muerte inmediata, pero por tanto nada te puede pasar”.

Paul se suelta aterrado y se aleja a toda velocidad. Cosida en el doblez de su saco tiene la lista de 30 integrantes de una red de la resistencia. Jadeando se detiene frente al pie de la escalera monumental del Palacio de Justicia. Sin saber de qué ni qué, de golpe un automóvil se detiene en brusco frenón y dos hombres brincan, fuertemente armados, apuntándole al corazón. El pánico lo petrifica –si se para, sus camaradas y él mismo morirán torturados–. En segundos reacciona, alcanza por sorpresa a golpear a sus agresores y vuela en locos zig zag, bajo la ráfaga de balas que no lo llegan a alcanzar.

Años después, conversando con Le Roy, Paul no comprende de qué lugar ignorado de él mismo pudo sacar la suerte, el valor y esa energía. ¿Sería no solamente de la desesperanza, sino de las palabras de la gitana –no te puede pasar nada–? Sin ella, sin la gitana de los ojos negros, estaba muerto.

Es por lo que, inscrita en este espacio entre la certeza absoluta –metafóricamente la muerte– y la ausencia total de certeza, el caos; la vida está viva.

Así, en los momentos que vivimos y tenemos a la muerte inmediata sobre nosotros –el grave conflicto en Irán, Irak y Estados Unidos– no queda más que encontrar una gitana de vibraciones vitales que nos diga –no te pasará nada– y hacer nuestro juego; nada está jugando, todo es jugable. Por tanto, todo está sellado. Al fin el azar es deseo de ‘‘otro”.

Nada más que en la actualidad ese ‘‘otro” parece la representación de la madre mala imaginada y disfrazada de ‘‘eje del bien”.