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Artesanas de Amatenango del Valle convierten barro en obras de arte
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▲ Faustina López León, alfarera del municipio de Amatenango del Valle, Chiapas, junto con decenas de mujeres, vende sus artesanías en uno de los paradores ubicados a la orilla de la carretera San Cristóbal-Comitán.Foto Elio Henríquez
Corresponsal
Periódico La Jornada
Lunes 23 de diciembre de 2019, p. 25

Amatenango Del Valle, Chis., En este pueblo tzeltal de los Altos de Chiapas, conocido como la capital de la alfarería, las manos de las mujeres y de algunos hombres convierten el barro en obras de arte.

Es una tradición antigua; nuestras madres y abuelas nos enseñaron desde pequeñas a hacer figuras de animalitos para aprender a moldear el barro, contó Rufina López López, artesana destacada de este municipio, situado a 40 kilómetros de San Cristóbal de Las Casas. En nuestro pueblo, la mayoría de las mujeres somos alfareras porque nos da para comer, expresó.

Mientras narra cómo aprendió a moldear las figuras, Rufina, de 56 años, desliza sus dedos y manos con paciencia, suavidad y mucha destreza sobre un poco de barro. Así da forma a un perrito.

Toda la vida me he dedicado a este trabajo. De esto vivo. Fui a la escuela, pero sólo cursé segundo grado de primaria; aprendí a leer un poco, a escribir. Sé hacer jaguares, cántaros, pavorreales, palomas, perritos y otras figuras. Empecé a los 12 años, cuando murió mi madre, Petrona López Bautista, agregó.

Relató que su esposo se dedica a la agricultura. El saca el maíz del campo y yo hago trastes de alfarería. Ganamos para comprar azúcar, café y otros productos para la casa.

Junto con decenas de mujeres, Rufina vende sus artesanías en uno de los paradores ubicados a la orilla de la carretera San Cristóbal-Comitán. Casi todas las mujeres de nuestro pueblo nos dedicamos a la alfarería. Ella es una de las pocas artesanas que fabrica jaguares de barro. Eso es lo que más me gusta; es como el sueño que todos tenemos, porque no es fácil.

Hacer esta pieza le lleva mes y medio y la vende en 2 mil 500 pesos, pero son pocas las que se venden al año. Primero vamos a sacar el barro aquí cerca, a dos kilómetros; lo ponemos al sol para el secado, luego lo mojamos, traemos arena y lo mezclamos con una morraleta. Posteriormente ponemos leña de ocote grande y lo quemamos. Esto lo hago cada dos meses, cuando se juntan bastantes figuras, detalló.

Vestida con ropa tradicional, López López dijo que hace 50 años sólo eran cinco alfareras, entre ellas Juliana Bautista Gómez, quien se organizó con su mamá, López Bautista, con Francisca Bautista y Carmela León y trabajaban con algunas personas de fuera para vender. Hacían tinajas grandes. No se vendía mucho y por eso las llevaban a vender a México y a Tuxtla Gutiérrez.

Juliana, quien según Rufina murió hace unos 10 años, incluso viajó hace algunas décadas a Nueva York para exponer sus trabajos. Era muy buena alfarera. Hacía bonitos trastes. Recordó que cuando ellas empezaron sólo hacían tinajas, cántaros, macetas, pichanchas, toritos grandes y jaguares.

Puntualizó que las mujeres de este pueblo estamos contentas; nos da gusto hacer trastes de barro y venderlos; yo disfruto moldear con mis manos. A algunas no les gusta mucho. Además, hay algo de ganancia. Es mejor que hacer tortillas.

Aquí somos alfareras desde niñas. Vamos a la escuela y al mismo tiempo aprendemos a moldear el barro para ganarnos la vida, concluyó.