21 de diciembre de 2019 • Número 147 • Suplemento Informativo de La Jornada • Directora General: Carmen Lira Saade • Director Fundador: Carlos Payán Velver

Mujeres y hombres del jornal


No solo son acompañantes.

Mujeres jornaleras: precarización laboral invisible

Isabel Margarita Nemecio Nemesio Coordinadora del área del Trabajo Decente en el Centro de Estudios en Cooperación Internacional y Gestión Pública AC y de la Red Nacional de Jornaleros y Jornaleras Agrícolas

En México, históricamente dentro de la migración interna agrícola a las mujeres, jóvenes, adolescentes y niñas solo se les ha considerado acompañantes; sin embargo, ellas también emplean su fuerza de trabajo y han ido desplegando cada vez más un papel más activo. En 2019 la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) registra 323 mil mujeres jornaleras, que representan el 11% del total de asalariados en el sector. Sin embargo, en algunas entidades como Sinaloa y Baja California ellas representan más del 35% de los jornaleros. En nuestro país, ha sido un trabajo poco reconocido y visibilizado. Desde lo laboral, es visible que existen diferencias entre hombres y mujeres, sin embargo, para muchas de ellas la incorporación a esta actividad ha significado la oportunidad de contar con ingresos propios.

Esos ingresos, así como sus condiciones laborales, están siempre en el margen de la precarización del desarrollo de sus actividades de trabajo y de su condición como mujer trabajadora agrícola asalariada. El Estudio Diagnóstico del Derecho al Trabajo 2018 del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), menciona que en México la precariedad laboral se acrecienta debido a la falta de contrato escrito, que influye en el acceso a prestaciones; la informalidad debido a la falta de inscripción en la seguridad social que afecta principalmente a los que tienen menor escolaridad, las personas indígenas, los jóvenes, las personas encargadas de las labores domésticas y las personas jornaleras agrícolas.

El no acceder a condiciones laborales basadas en el respeto de sus derechos se vuelve factor determinante para acrecentar las condiciones de precarización laboral de las y los jornaleros agrícolas, siendo ellas quienes enfrentan condiciones menos equitativas. ¿Cuántas jornaleras están insertas en el trabajo agrícola? Se estima que hay casi 3 millones de jornaleros y jornaleras trabajando directamente en los campos (agrícolas), mientras que la ENOE 2018 señala que entre 2005 y 2018 se han agregado a las filas de los asalariados del campo casi 900 mil personas, de las cuales el 88% son jornaleros hombres y 12% mujeres. Aunque la proporción de mujeres jornaleras a nivel nacional escasamente llegan a 300 mil (10% del total), por entidad federativa, en algunas entidades donde se cosechan cultivos de exportación, la proporción de mujeres jornaleras supera el porcentaje nacional como Guanajuato, con 17%; Sinaloa, 18%; Sonora, 21%, y Baja California con el 29%.

A estos datos se suman los presentados por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos en el Estudio sobre la intervención de las autoridades del trabajo en la prevención de la trata de personas y la detección de posibles víctimas en campos agrícolas (2018), donde estima que el 45.2% de las y los trabajadores agrícolas tienen entre 15 y 29 años y de cada 100, 15 son mujeres, cuentan con 5.9 años de escolaridad en promedio, lo que equivale a tener casi terminada la primaria. Las mujeres trabajadoras agrícolas están ligeramente por debajo del promedio con 5.5 años de escolaridad y en los hombres este promedio es de 5.9 años, mientras que de cada 100 personas trabajadoras agrícolas, 68 son subordinadas y remuneradas y 32 son trabajadoras no remuneradas; si se desagrega esta información por sexo es clara la diferencia, ya que de cada 100 hombres, 74 laboran de manera subordinada y remunerada y 26 no reciben ninguna remuneración; en tanto que de cada 100 mujeres solo 31 son subordinadas y remuneradas y 69 no reciben ningún pago por su trabajo.

Es visible que las condiciones en que laboran las mujeres jornaleras en México atraviesan bajo un modelo de explotación y desigualdad laboral que se ha fortalecido durante años. Este modelo perpetua su precarización laboral por medio de condiciones como la exposición constante al contacto con plaguicidas o agroquímicos que se rocían en las plantaciones, suelen ser contratadas bajo esquemas de intermediación que evita que los empresarios agrícolas (o patrones) evadan cualquier responsabilidad en caso de que ellas sufran algún accidente durante sus traslados (sea en origen y destino, o bien durante los trayectos de sus viviendas a los campos), por riesgos de trabajo o pierdan la vida.


Mujer jornalera. PAJA

Las mujeres jornaleras no tienen posibilidades de contar con una pensión porque no las inscriben al seguro social, su salario solo les permite cubrir el mínimo de sus necesidades y la de sus familias (perciben entre 60 y 200 pesos diarios, pero es variable dependiendo del cultivo y las condiciones de pago de sus salarios impuestas por los agricultores). Enfrentan situaciones de acoso o abuso sexual durante sus procesos migratorios o en los campos, que difícilmente denuncian por la debilidad que prevalecen en los mecanismos de justicia para las mujeres, máxime si son indígenas y no saben leer ni escribir. El trabajo agrícola fomenta la desigualdad y la exclusión de género, que se exacerba por las condiciones de marginación y la extrema pobreza que ellas enfrentan tanto en sus lugares de origen o de residencia como en los de destino.

Son las asalariadas más explotadas y desprotegidas del medio rural y están sujetas a un proceso de precarización laboral que va mermando su calidad de vida, generando en ellas procesos de envejecimiento prematuro y el desgaste físico es visible en su salud que se refleja con el pasar del tiempo, y a males como el cáncer, enfermedades degenerativas, diabetes, desnutrición u otros que difícilmente pueden atenderse por no contar con los medios ni recursos suficientes. Esta precarización laboral se sustenta en políticas públicas carentes de una perspectiva de género, que contribuyen en la laxitud de la aplicación de la ley laboral que contravienen las garantías y respeto de sus derechos. Al no garantizar condiciones dignas de empleo para las mujeres jornaleras se les condena a trabajar como “esclavas” con salarios tan bajos que las colocan en la línea de la subsistencia. A pesar de este escenario, ellas comparten entre sí la experiencia de atravesar situaciones de vida y laborales similares, es así como el trabajo agrícola se vuelve el eje que estructura sus discursos y la forma de verse, para hacerle frente a la explotación laboral, y aspirar a un proyecto de vida distinto en lugares distantes. •