16 de noviembre de 2019 • Número 146 • Suplemento Informativo de La Jornada • Directora General: Carmen Lira Saade • Director Fundador: Carlos Payán Velver

NuestrAmérica


Lo que ocurra en Bolivia podría definir el futuro de los procesos de liberación en AL. Lidia Iris Rodríguez Rodríguez

Bolivia:
En el vórtice
de la historia

Milton Gabriel Hernández García
Profesor-investigador del INAH

"A la camarada Rebeca, donde
quiera que se encuentre, en el
corazón de la resistencia"

El golpe de estado en Bolivia no es un hecho fortuito, espontáneo. Se fue cincelando lentamente desde que Evo Morales asumió el poder el 22 de enero de 2006. Desde aquel día, la oligarquía, la ultraderecha más conservadora y los diferentes gobiernos de los Estados Unidos asediaron al gobierno popular emanado del Movimiento al Socialismo (MAS), encabezado por Evo y por Álvaro García Linera, que se alzó abiertamente contra el imperialismo y contra todo tipo de intervencionismo norteamericano en América Latina, pero que además se alió política y económicamente con los procesos revolucionarios de Cuba y Venezuela. Eso nunca se lo perdonaron al presidente Evo.

Mucho menos le perdonaron que un presidente indígena, que no cuenta con estudios universitarios en Harvard y que tuvo desde siempre el respaldo de los más pobres, de los humildes, de la gente sencilla del campo, de los mineros, de los cocaleros, de los pueblos originarios, hubiese sido capaz de hacer transitar a Bolivia de ser un país empobrecido, explotado, analfabeta, a ser una economía en la que el Producto Interno Bruto (PIB) creció un 4.9% y en la que se redujo la pobreza del 60 al 34%. Todo ello articulado con la nacionalización de los hidrocarburos que los gobiernos anteriores habían entregado al capital extranjero, sobre todo el gas natural. Evo no solo nacionalizó los recursos naturales, también redistribuyó de manera más equitativa los ingresos que el Estado empezó a generar a partir del gas y otros energéticos y con ello financió e implementó una gran cantidad de políticas sociales dirigidas a los sectores más desprotegidos. La esperanza de vida pasó de 65.3 a 70.9 años. La inflación se redujo de 4.91 a 1.51 % y el PIB pasó de 9,524 a 40,288 millones de dólares. Además de ello, creció la industria, se multiplicaron las cooperativas y el salario mínimo aumentó en un 1000%, por lo que el ingreso anual per cápita pasó de 1.120 a 3.130 dólares. A pesar de que el gobierno de Evo no siguió las recetas neoliberales, el Fondo Monetario Internacional (FMI) concluyó en 2018 que Bolivia es la economía con el mayor crecimiento económico en América Latina a finales de ese año, con una proyección de 3.9%. La cifra de desempleo bajó de 8.1 a 4.2 %. Otro dato sorprendente es que en 2005 Bolivia era el segundo país con mayor nivel de deuda externa, que equivalía al 52% del PIB. Para 2018, se convirtió en el séptimo país menos endeudado de Latinoamérica, reduciendo sus pasivos internacionales al 24%.Todo ello en 14 años.


Un golpe que se fue fraguando. Lidia Iris Rodríguez Rodríguez

Pero no solo en el plano de la economía Bolivia se transformó bajo los gobiernos de Evo. Las relaciones étnico-culturales también se modificaron profundamente. Los 36 pueblos originarios que constituyen a la mayoría de la población fueron reconocidos como nacionalidades en el marco de un Estado plurinacional con respeto a la autonomía y libre determinación. En el campo educativo, tres años después de que el MAS asumió el poder, la UNESCO reconoció a Bolivia como un país libre de analfabetismo .Y eso tampoco se lo perdonaron a Evo. 

Lo que en estos momentos está en juego no es lo que la Organización de Estados Americanos (OEA) y los medios de comunicación al servicio de la derecha tratan de mostrar como un controvertido proceso electoral. Lo que está en disputa es un proyecto emancipatorio, popular, indígena, que alcanzó grandes conquistas en los pasados catorce años, versus los intereses oligárquicos y trasnacionales consistentes en apoderarse de la reserva mundial más importante de litio, así como en reactivar las políticas neoliberales que han demostrado su fracaso en países como Chile, Argentina o México. Lo que no se dice en los medios hegemónicos es que el proyecto de liberación del pueblo boliviano encabezado por el MAS pretende ser destruido hasta el último bastión por las diversas facciones de la derecha que, como aves carroñeras, están tratando de tomar el control del gobierno, empezando por las fuerzas armadas como garantes ficticias de legitimidad. Han consumado el golpe de Estado y es evidente que no tienen un plan articulado. Su táctica se reduce por ahora, a reprimir la organización popular que podría contener y revertir el proceso golpista y a construir una narrativa que les garantice mantener el poder mientras logran estructurar una estrategia que empiece a desmontar uno a uno los pilares de la edificación del gobierno popular del MAS, así como sus símbolos más profundos. 

Tal y como se está fraguando el antagonismo entre las fuerzas políticas y los combates en todas las arenas de disputa, sobre todo en las calles, después de este gobierno del MAS, lo que se vislumbra con mayor claridad en el horizonte boliviano es el retorno a la oscuridad de la noche neoliberal, neocolonialista, racista y ultraconservadora. Frente a este desolador futuro inmediato, las organizaciones sindicales, campesinas, gremiales e indígenas, así como las diversas corrientes de izquierda, incluso aquellas que retiraron su apoyo a Evo o se confrontaron con su gobierno por sus “desviaciones o contradicciones”, jugarán un papel fundamental en las próximas horas, en los días por venir. Pero también la solidaridad, no solo entre los gobiernos progresistas, sino entre los pueblos hermanos. Lo que ocurra en Bolivia en los próximos días, semanas, meses podría definir el futuro de los procesos de liberación latinoamericana. •