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Amagados: la hora del Nahual
A

magados desde dentro y desde afuera, estamos cerca de caer en una crisis de nervios, como colectividad y nación. Como Estado nacional que no encuentra rumbo dentro de las emergencias y pierde por minutos el monopolio legítimo de la violencia.

Rumbo y legitimidad primordial son atributos de todo Estado que quiera presumir de serlo. Y es eso lo que al final de cuentas le piden sus súbditos o ciudadanos, así como sus socios y vecinos en el deshilachado concierto internacional. No más, pero tampoco menos.

La andanada desde los medios de comunicación masiva se ha dejado sentir como tormenta inclemente, con una condena casi unánime, independientemente de los términos y razonamientos puestos en juego. Reprobados estamos y no sirve, para prepararnos rumbo al título de suficiencia, desplante alguno de soberbia. Lo que requerimos, los de adentro y también los de afuera, es un recuento preciso y razonado de lo que se hizo y se omitió, de lo que falló o estalló en nuestras manos y de lo que pensamos que debe hacerse para evitar que la embestida se torne estampida letal y después de su paso sólo queden ruinas y víctimas letales.

El panorama de ayer en Culiacán, Sinaloa, no se borrará por obra y gracia de nuestra voluntad o decreto presidencial. Se imprimió en conciencias y memorias del norte al sur y del Golfo de México al Pacífico y sería pueril tratar de subsumirlo en fórmulas elementales y absurdas como aquella que dice que el gobierno fue humillado o, peor, que lo acaecido huele a compló del antiguo régimen. Por esa vía, retórica o servicial, utilitaria, majadera u obsecuente, no vamos a ningún lado, salvo a dar vueltas a una noria enrarecida y venenosa, que amenaza con tragarnos y disolvernos en este teatro trágico de un mundo cruel e implacable con aquellos que pierden el sentidodel rumbo y reniegan del ser nacional.

Los problemas que encaramos son múltiples y desde luego tienen que ver con el siniestro conjunto del jueves en Culiacán y su terrible desenlace. Más aún, con nuestras verdaderas capacidades estratégicas y de inteligencia, del todo ausentes en los escenarios a que asistimos ese infausto día. Lo que sigue bajo la alfombra de nuestras meditaciones es la disposición de las fuerzas armadas a seguir atenidas a una hipótesis insostenible por fútil desde hace tiempo y a someterse al juicio ciudadano sin mayores consideraciones, tan sólo por disciplina constitucional y lealtad de cuerpo.

Son palabras mayores, pero llegó la hora de ponerlas sobre la mesa. La fragilidad de nuestro orden interno se hizo no sólo evidente, sino que se presentó desnudo a los ojos de prácticamente todos. Ahora se vuelve botín de todas las especulaciones y plato frío de todas las ambiciones vengativas y vengadoras y es urgente, vital, res-catarla como punto de partida obligado para recomponer nuestro lugar en el mundo y, sobre todo, recuperar el respeto por nosotros mismos que, por cierto, es inseparable del que le debemos a las instituciones republicanas y a las que resumen nuestros más caros anhelos. Hoy sometidas, como todos nosotros, a fuego cruzado.

Mensajes de aliento y sin aliento. Propios de una coyuntura infeliz de vergüenza y temor, coraje y necesidad por salud pública de no rehuir más la mirada sobre unos despojos políticos y de la voluntad que preferimos, por mucho, no encarar. Llegó la hora del Nahual y más nos vale reconocerlo.