Cultura
Ver día anteriorDomingo 20 de octubre de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Vox Libris
¡Soy dinamita!
Periódico La Jornada
Domingo 20 de octubre de 2019, p. a16

El filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900), de quien el pasado 15 de octubre se cumplió el 175 aniversario de su natalicio, es el protagonista de esta esclarecedora biografía escrita por Sue Prideaux, quien desmonta mitos y revela a un hombre complejo. La Jornada ofrece a sus lectores un fragmento del libro ¡Soy dinamita! Una vida de Nietzsche, de Sue Prideaux © 2019, Ariel. Cortesía otorgada bajo el permiso de Grupo Planeta México

El 9 de noviembre de 1868, Nietzsche, que tenía entonces veinticuatro años, le contaba una comedia a Erwin Rohde, su amigo y condiscípulo en la Universidad de Leipzig:

‘‘Los actos de mi comedia –escribía– llevan estos títulos:

‘‘1. Una velada de la asociación, o el profesor en ciernes.

‘‘2. El sastre expulsado.

‘‘3. Una cita con X.

‘‘El elenco cuenta con algunas mujeres mayores.

‘‘El jueves por la tarde Romundt me llevó al teatro, hacia el que mis sentimientos se van enfriando..., nos sentamos en el gallinero como dioses entronizados en el Olimpo para juzgar una obra mediocre titulada Graf Essex (‘‘El conde Essex’’). Naturalmente, le rezongué a mi secuestrador...

‘‘En la noche siguiente estaba prevista la primera conferencia del semestre de la Sociedad Clásica y se me había pedido amablemente que la impartiera. Tuve que proveerme de una reserva de armas académicas pero en poco tiempo estaba preparado, y tuve la satisfacción, al entrar en el (café) Zaspel, de encontrarme una masa negra de cuarenta asistentes.... Hablé a mi aire, ayudándome solo de notas en un trozo de papel... Creo que irá bien esta carrera académica... Cuando llegué de vuelta a casa encontré una nota dirigida a mí, con estas pocas palabras: ‘‘Si quieres conocer a Richard Wagner, ven a las 15: 45 al Café Théâtre. Windsich’’.

‘‘Esta sorpresa provocó un torbellino en mi cabeza..., naturalmente salí disparado a buscar a nuestro honorable amigo Windsich, que me dio más información. Wagner estaba de riguroso incógnito en Leipzig. La prensa no sabía nada y se habían dado instrucciones a los sirvientes para que permanecieran tan silenciosos como tumbas con libreas. Bien, la hermana de Wagner, esposa del profesor Brockhaus, inteligente mujer a la que ambos conocemos, había presentado a su buena amiga, la esposa del profesor Ritschl, a su hermano. En presencia de Frau Ritschl, Wagner interpreta la Meisterlied (la canción del premio de Walther de la ópera más reciente de Wagner, Die Meistersinger (‘‘Los maestros cantores de Núremberg’’), estrenada unos meses antes) y la buena mujer le dice que ya conoce bien esa canción. (La había escuchado tocada y cantada por Nietzsche, aunque la partitura se había publicado hacía muy poco). ¡Alegría y asombro de Wagner! Anuncia su decidida voluntad de conocerme de incógnito; voy a ser invitado el domingo por la noche…

‘‘Durante los días siguientes, mi estado de ánimo tenía algo de novelesco: créeme, los preliminares del encuentro, teniendo en cuenta lo inaccesible que es este hombre excéntrico, rayaban en el territorio del cuento de hadas. Pensando que habría muchos invitados, decidí vestirme con suma elegancia, y me alegré de que mi sastre me hubiera prometido entregarme mi traje de etiqueta para ese mismo domingo. Hacía un día espantoso de lluvia y nieve. Me estremecía solo con pensar en salir, y por eso me alegré cuando Roscher vino a visitarme por la tarde para explicarme algunas cosas sobre los eleáticos (una temprana escuela filosófica griega, probablemente del siglo VI aC) y sobre Dios en la filosofía. Finalmente empezó a oscurecer, el sastre no había venido y Roscher tenía que irse. Le acompañé y fui a ver al sastre en persona. Allí encontré a sus esclavos trabajando frenéticamente en mi traje; se comprometieron a enviármelo en tres cuartos de hora. Me fui satisfecho, me pasé por el Kintschy (un restaurante de Leipzig muy frecuentado por estudiantes) y leí el Kladderadatsch (una revista ilustrada satírica) y, para mi alegría, encontré una noticia que afirmaba que Wagner se hallaba en Suiza. Y todo ese rato no dejaba de recordarme que yo lo vería esa misma noche. También sabía que el día anterior él había recibido una carta del pequeño rey (Luis II de Baviera) que iba dirigida ‘‘Al gran compositor alemán Richard Wagner’’.

Foto
Foto
▲ Sue Prideaux (Londres, 1946), imagen incluida en el libro.Foto © Douglas Fry/Grupo Planeta México

‘‘Al volver a casa no había rastro del sastre. Leí sin prisas la disertación sobre Eudocia, interrumpido de vez en cuando por un repicar alto pero distante. Finalmente tuve la certeza de que alguien estaba esperando en la imponente cancela de hierro forjado. Estaba cerrada, como también lo estaba la puerta de la fachada de la casa.Le grité al hombre al otro lado del jardín y le dije que entrara por atrás. Era imposible hacerse entender con aquella lluvia. La casa entera estaba agitada. Por fin la cancela se abrió y un pequeño anciano con un paquete subió a mi habitación. Eran las seis y media, hora de vestirme y prepararme, porque vivo bastante lejos de allí. El hombre traía el traje, me lo probé, me quedaba bien. Momento ominoso: él me entrega la factura. La tomo con educación. Quiere que le pague a la recepción de la mercancía. Estoy estupefacto. Le explico que no hablaré con él, un simple empleado, sino solo con el sastre en persona. El hombre me presiona. El tiempo corre. Tomo el traje y empiezo a ponérmelo. Él toma unas prendas, me impide ponérmelas. Me pongo violento, se pone violento. Escena: estoy peleando con la camisa puesta, intentando ponerme los pantalones nuevos.

‘‘Una exhibición de dignidad, una solemne amenaza. Maldiciendo a mi sastre y a su ayudante, juro venganza. Mientras tanto, él se va con mi traje. Fin del segundo acto. Me siento en el sofá, en camisa, y me planteo ponerme el de terciopelo negro, sin saber si estaría a la altura de Richard Wagner.

‘‘Fuera, sigue lloviendo a cántaros. Las ocho menos cuarto. A las siete y media hemos quedado en el Café Théâtre. Salgo precipitadamente a la noche húmeda y ventosa, un hombrecito que ni siquiera lleva esmoquin...

‘‘Entramos en la muy acogedora sala de los Brockhaus. No hay nadie aparte del círculo familiar, Richard y nosotros dos. Me presentan y me dirijo a él con palabras muy respetuosas. Quiere saber los detalles exactos de cómo conocí su música. Maldice todas las representaciones de sus óperas y se burla de los directores que interpelan con voz débil a la orquesta en un tono desapasionado: ‘‘Caballeros, aquí pónganle pasión. Mis queridos colegas, ¡un poco más de pasión!’’...

‘‘Antes y después de la cena, Wagner tocó todos los fragmentos importantes de Meistersinger, recreando cada parte vocal con gran exuberancia. Ciertamente es un hombre tremendamente vivaz y exaltado, que habla muy deprisa, es muy ingenioso y transforma una fiesta tan privada como esa en un rato sumamente divertido. En el ínterin, mantuve una larga conversación con él sobre Schopenhauer; comprenderás lo que disfruté escuchándolo hablar de Schopenhauer con indescriptible calidez, explicando lo que le debe y por qué es el único filósofo que ha entendido la esencia de la música’’.

Por entonces, los textos de Schopenhauer eran poco conocidos y menos apreciados. Las universidades eran muy reacias a reconocerlo siquiera como filósofo, pero Nietzsche se había dejado arrastrar por un entusiasmo incontenible por Schopenhauer, tras haber descubierto hacía poco El mundo como voluntad y representación por azar, el mismo azar o, como él prefería expresarlo, la misma cadena de coincidencias inevitables aparentemente dispuestas por la mano infalible del destino que lo había llevado también a su encuentro con Wagner en la sala de los Brockhaus (...)