19 de octubre de 2019•Número 145•Suplemento Informativo de La Jornada•Directora General: Carmen Lira Saade•Director Fundador: Carlos Payán Velver

Editorial


Greta Thunberg. Todo empezó con una pequeña pancarta.

Videntes

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Greta Thunberg

A fines de 2018, la niña de quince años Greta Thunberg empieza a faltar todos los viernes a su escuela para irse a parar frente al Parlamento sueco con una cartulina que dice: “Huelga escolar por el clima”. Greta es autista, de modo que no se lleva y va sola. Menos de un año después, otro viernes, el 27 de septiembre de 2019, Greta encabeza en Montreal, Canadá, una marcha de medio millón de personas, quienes reclaman entre otras cosas “¡Cambien el sistema, no el clima!” Ese mismo día más de seis millones se movilizaron con las mismas consignas en diferentes ciudades del mundo. El viernes anterior habían sido cuatro millones. Y el clamor del #FridaysforFuture sigue expandiéndose.

El ambiente era propicio. La conciencia de la catástrofe ambiental se ha extendido, los jóvenes sienten la necesidad de hacer algo al respecto y las redes sociales y otros medios masivos de información globalizan en tiempo real los sucesos llamativos. Pero la magnitud y explosividad del acontecimiento Greta, debe explicarse.

Pienso que lo que pasa es que Greta es una vidente. Y las visiones son tan imprescindibles en la hechura de la historia como los liderazgos políticos y los programas sociales.

Todo empezó cuando Greta estaba en quinto de primaria y comenzó a sufrir repentinos ataques de llanto. Luego dejó de comer. Los médicos le diagnosticaron el síndrome de Asperger, una forma de autismo que en su escuela la hacía víctima de bullying.

Los aspies, como ellos mismos se llaman, tienen problemas para relacionarse pues carecen de empatía, son obsesivos cuando algo les interesa y pueden ser agresivos. Pero también son creativos e innovadores. Conciencias abiertas y desnudas, los aspies ven cosas que los demás no ven. Y dicen lo que ven porque a diferencia de los “normales”, a los que llaman neurotípicos, ellos no pueden ocultar sus pensamientos. Incapaces de mentir, los aspies son temibles pues siempre dicen la verdad.

Superada la crisis gracias a que admitió su diferencia, y a raíz de que en su escuela pasaron un documental sobre la contaminación de los mares, Greta se clavó en la debacle medioambiental, comenzó a informarse obsesivamente y llegó a una conclusión típicamente aspie: “Si las emisiones tienen que parar, entonces debemos parar las emisiones”. Formulado el diagnóstico, decidió hacer lo que una niña autista de 15 años podía hacer: manifestarse todos los viernes con su cartulina frente al edificio del Parlamento sueco.

Su incapacidad aspie de filtrar la información, de cerrar los ojos frente a lo que no se quiere ver, hizo de Greta una vidente. Dice su madre: “Ella ve lo que nosotros no queremos ver. Puede ver el dióxido de carbono, los gases de efecto invernadero saliendo de nuestras chimeneas, elevándose hacia el cielo y transformando la atmósfera en un gigantesco basurero” (Malena Ernman, Escenas del corazón, Ed. S. Fischer).

Greta sabe que ella no es “normal” y lo acepta. “Mi asperger -dice- me ayuda a no creer en mentiras, me hace diferente. Y en este mundo ser diferente es un regalo. Mi autismo es un `superpoder´ que me ha vuelto una especie de vidente capaz de percibir lo que el resto de las personas se niegan a aceptar”.

No a todos les gusta lo que hace la niña sueca. Además de Trump, Putin, Bolsonaro y otros críticos retrógrados, también la cuestionan algunos de izquierda. En este mismo periódico, Katu Arkonada describe el fenómeno Greta como “manipulación de nuestras emociones por parte de una adolescente (y las trasnacionales que la financian), que por su condición de clase y ubicación geográfica difícilmente pueda entender que el problema no es que las industrias contaminan y las personas comen carne, sino un sistema capitalista colonial y patriarcal” (Greta, Samir y Berta, La Jornada 28/9/19). Y compara a la adolescente nórdica con la hondureña Berta Cáceres, asesinada por luchar contra la privatización del agua, y con Samir Flores, mexicano opositor a una termoeléctrica y también asesinado.

Además de la bajeza y el mal gusto de embarrarle en la cara a una luchadora social la muerte de otros luchadores sociales que por su origen y sacrificio serían, ellos sí, legítimos, el problema de estos y otros críticos es que no entienden que Greta no liderea ni teoriza, Greta es una vidente o, como dice Naomi Klein, “Una voz profética”.

Y los actos de los videntes no son político-instrumentales sino poético-performativos. Pararse todos los viernes sola y su alma y con su cartelito frente al Parlamento de Oslo es una acción poética. Cruzar el atlántico con un velero de paneles solares que no contamina para participar en la Cumbre de la Juventud sobre el Clima de la ONU, es una acción poética. Actos poéticos y por ello enormemente poderosos.

También en este periódico, Hermann Bellinghausen (que sí entiende lo que pasa) llama a la niña sueca Santa Greta y aprueba que se la compare con Juana de Arco (Santa Greta y el día después, La Jornada 7/10/ 19). Tiene razón. Hay un indudable paralelismo entre Greta y la Doncella de Orleans, quien respondiendo a las voces que la convocaban se incorporó apenas adolescente a la lucha de Francia contra el dominio inglés, logró levantar el sitio de Orleans y, acusada de hereje, fue quemada viva en 1431.

“A la edad de once años tuve una voz -declaró Juana durante su proceso- que me anunciaba… que me era preciso venir a Francia; me repetía que haría levantar el sitio de Orleans; en vano yo le respondía que no era más que una pobre muchacha que no sabía cabalgar ni conducir la guerra; la voz insistía… no podía permanecer donde estaba, y partí…” (Proceso de Juana de Arco en Reportaje de la historia, Planeta, 1973) Como Greta, Juana tenía una visión y una misión a las que no podía fallar, y más allá de sus dudosas capacidades bélicas -en la batalla de Orleans tenía apenas 17 años- devino un símbolo catalizador de la resistencia.

Otra visionaria, ésta mexicana, fue Teresa Urrea, joven sonorense nacida en 1873 que al igual que la francesa se sentía llamada a cumplir una misión, la de curar gente, pero al parecer también la de convocarla a rebelarse contra el gobierno de Porfirio Díaz. Como Greta, Teresa veía más que los demás: “Cuando vienen los enfermos a veces puedo ver dónde está su mal, como si estuviera mirándolo por una ventana” Y como la sueca sabía que sus capacidades eran posiblemente de origen neurológico, pero en todo caso eran un regalo: “Algunos médicos dicen que mis poderes derivan de particularidades físicas o nerviosas… No afirmo tener poderes sobrenaturales, pero sí una maravillosa fuerza de voluntad”.

Por su estilo directo, sin ocultamientos, circunloquios ni dobleces sospecho que, como Greta, la Santa niña de Cabora era una aspie. Así la describe un periodista: “No adopta poses; no trata de persuadir; solo responde preguntas de manera decidida y directa, sin evadirse nunca, sin resistirse, sin tratar de ocultar nada… sin dar explicaciones” (San Francisco Examiner, 27/7/00).

No sabemos de cierto qué tanto la sonorense alentó la lucha contra la dictadura o si fue utilizada para sus fines subversivos por el periodista Lauro Ortega, pero el hecho es que a los de Tomochic, que en 1892 fueron masacrados por las fuerzas federales, los curaba y aconsejaba la niña Teresa y guerreaban al grito de “¡Viva la Santa de Cabora!”, y que los alzados teresistas que en 1896 atacaron la aduana de Nogales y los pueblos de Ojinaga y Palomas, llevaban fotos, cartas y hasta mechones de pelo de su Santa. Cuando la matazón de Tomochic, Teresa tenía 19 años, tres más de los que tiene Greta.

El ambientalismo es hoy mucho más que Greta Thurnberg, como el antiporfirismo de entre siglos era más que Teresa Urrea, pero en la frontera norte el poder de sus visiones era enorme y le permitía decir a Lauro Ortega que “la verdad de sus acusaciones contra el régimen, hace de ella la única persona capaz de transformar a México. Solo ella puede derrocar una tiranía opresora… La consideramos la Juana de Arco mexicana” (Las referencias sobre Teresa Urrea en David Dorado Romo, Historias desconocidas de la Revolución mexicana en El Paso y Ciudad Juárez, ERA, 2017).

Arthur Rimbaud era un provinciano, tímido y reprimido hasta que a los 18 años le tocó estar en París en la inminencia del alzamiento comunero de 1871. Y ahí se convirtió en vidente. No en un líder ni en un teórico, sino en un poeta capaz de ver lo que otros no pueden ver y transmitir poéticamente sus visiones. No hacerlas consigna política, no volverlas teoría sociológica: anunciarlas al modo de un profeta.

Pocos poemas de Rimbaud se refieren expresamente a la Comuna de París, pero Una temporada en el infierno es un grito, un llamado que no hubiera sido posible sin la experiencia de las barricadas. Y Arthur se asume como vidente y le exige a toda la poesía que lo sea.

“Digo que es preciso ser vidente -escribe Rimbaud-. Hay que hacerse vidente, porque el vidente ve lo que otros no ven; porque el vidente llega a lo desconocido. Y cuando por fin enloquece y termina por ya no entender sus visiones ¡No importa, las ha visto! Tampoco importa que el vidente reviente y no llegue al final, porque detrás de él vendrán otros a trajinar por lo que el vidente vislumbró” (Una temporada en el infierno y otros poemas, Editorial Tomo, 2003).

“Mesianismo revolucionario” es lo que encuentra Pierre Gascar (Rimbaud y la Comuna, Cuadernos para el diálogo, 1971) en la obra de videntes como Rimbaud. Y es que el vidente es imprescindible cuando se trata de enervar, de sacudir, de galvanizar a los pueblos. Sin los videntes los teóricos revolucionarios que apelan a la razón y los políticos libertarios que apelan a la voluntad a pocos moverían. En cambio, los relámpagos del vidente, que por unos instantes iluminan lo que antes no podíamos ver, liberan torrentes de energía social. Necesitamos videntes.

Profeta de la resistencia al colapso medioambiental, Greta Thunberg es un Rimbaud del siglo XXI. •

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