Editorial
Ver día anteriorJueves 10 de octubre de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Trump: irresponsabilidad imperial
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espués de sostener una conversación telefónica con su homólogo turco, Recep Tayyip Erdogan, el presidente estadunidense Donald Trump anunció el domingo que retiraría a las tropas de su país asentadas al norte de Siria, un contingente simbólico en términos numéricos –alrededor de 2 mil efectivos–, pero crucial para disuadir tanto a Ankara como a Damasco y Moscú de avanzar sobre los territorios controlados por las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS). Esta milicia, integrada en su mayoría por combatientes kurdos, fue el principal aliado de Washington durante la lucha contra el autodenominado Estado Islámico (EI), pero el gobierno turco las considera una agrupación terrorista debido a sus estrechos lazos con el independentismo kurdo.

Como se daba por sentado que sucedería tras el comunicado de Trump, ayer Ankara lanzó una ofensiva terrestre con el doble propósito de obligar a las milicias kurdas a replegarse lejos de la frontera turco-siria, y de establecer un corredor de paz en el cual colocar al menos a uno de los 3 millones y medio de refugiados sirios que actualmente se encuentran en Turquía.

Durante sus primeras horas, la ofensiva ya había cobrado la vida de ocho civiles y un número indeterminado de combatientes, además de agravar el drama de los desplazamientos forzados dentro del territorio sirio.

Tildada por las Fuerzas Democráticas Sirias de puñalada por la espalda, la retirada de las tropas de Washington del país árabe altera –incluso dinamita– todas las alineaciones y compromisos construidos con grandes dificultades desde el inicio del conflicto sirio hace más de ocho años, comenzando por el existente entre Estados Unidos y Turquía, miembro clave de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Asimismo, se generan inevitables realineaciones entre Bruselas y Ankara (entre los cuales existe un infame pacto por el que la Unión Europea paga para que Turquía retenga a los refugiados de Medio Oriente en campos de prisioneros), de las milicias kurdas con Damasco, de éste con Ankara, y de Moscú con todos los anteriores. Lo que podría resultar más costoso en términos políticos para Trump es que su ciego afán de cumplir un irresponsable compromiso de campaña también cimbra las lealtades internas: cabe recordar que en diciembre pasado el tema llevó a la dimisión del jefe del Pentágono, James Mattis, quien entonces advirtió al magnate que Estados Unidos no puede proteger sus intereses si no muestra respeto a sus aliados. Ahora, importantes liderazgos del Partido Republicano como los senadores Mitch McConnell (líder de la mayoría en la Cámara Alta) y Lindsey Graham señalan el grave error y toman distancia del mandatario.

Más allá del desbarajuste geopolítico, la de-cisión de Trump resulta atroz por cuanto deja a centenares de miles de civiles a merced de la fuerza belicista y sanguinaria del Estado turco, sucesor del Imperio otomano y que tiene en su historial los crímenes contra los pueblos armenio, chipriota y los propios kurdos, víctimas de terrorismo de Estado. Con estos antecedentes, sólo pueden calificarse de cínicos o risibles los llamados del jefe de la OTAN, Jens Stoltenberg, para que el ejército turco se conduzca con moderación en sus operaciones bélicas.

En suma, el mundo asiste de nueva cuenta a un episodio en que Estados Unidos abandona de manera irresponsable un conflicto en el que nunca debió haberse involucrado, sembrando de paso el germen de nuevas violencias que se ceban sobre los civiles mientras Washington se desentiende e incluso inventa culpables.

Al respecto, basta con recordar la desdichada situación en que se hundió Libia después de que la Casa Blanca de Barack Obama dispusiera el exterminio de Muammar Gaddafi, hasta el punto de que el Estado ha desaparecido en ese país para dar paso a una serie de territorios enfrentados entre sí bajo el caudillaje de los señores de la guerra.