Opinión
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En la trampa del estancamiento
P

or más de 30 años, México ha transitado a una forma de crecimiento que en lo fundamental niega las potencialidades de desarrollo económico y social para el país en su conjunto. El hecho, exagerado por los publicistas, de que haya regiones que crecen a tasas asiáticas, no obsta para que a todos conste que desarrollo, entendido como redistribución de ingresos y accesos y oportunidades hacia abajo, no ha habido en la nación en este periodo.

Las tasas logradas de crecimiento y de inversión no han auspiciado un despliegue más o menos sostenido de capacidades físicas y humanas que pudieran conjugarse en procesos de cambio social significativos. El hecho de que en paralelo, la mexicana se haya convertido en una sociedad plural, con una indudable correspondencia en el plano de la política formal, tampoco impide insistir en esa falta de desarrollo como signo característico de la etapa histórica que México ha recorrido desde que la crisis de la deuda externa estallara, el presidente José López Portillo decretara la nacionalización de los bancos y la generalización del control de cambios. Su sucesor, Miguel de la Madrid Hurtado, corrigió ambas decisiones, cambió la Constitución en algunos aspectos básicos relativos a las formas de propiedad y las líneas divisorias entre el Estado y el resto de la economía y la sociedad, pero no logró restañar las heridas profundas en el pacto político fundamental reconformado en los años sesenta por el presidente Adolfo López Mateos.

Aquello de que la coalición gobernante se encargaba del poder y de conducir la política y los empresarios de producir y ganar quedó atrás; núcleos importantes del empresariado formaron filas abiertamente en favor del pluralismo político y la alternancia. El respeto y fortalecimiento de la pluralidad política, resguardada por el IFE y la alternancia garantizada por el propio presidente Ernesto Zedillo a fines del siglo XX fueron vistos como candados inviolables y la prueba de ácido para la burocracia gobernante.

Así hemos viajado desde entonces, pero siempre de crisis en crisis y bajo un crecimiento menos que mediocre, socialmente insatisfactorio y carente de motores dina-mizadores de la movilidad social y la diversificación productiva. La reducción sostenida de la inversión pública, en fiel obediencia al dogma de la consolidación fiscal, no ha creado espacios suficientes paralos negocios y las ganancias y la empresa realmente existente se ha dedicado a ganar sin duda, como se muestra en la distribución funcional del producto y el ingreso, pero no a conformar plataformas de ex-pansión y cambio estructural para el desarrollo y no sólo para una modernización segmentada ligada a las oportunidades de exportación en Estados Unidos.

Por todo esto no sobra sino que es obligado insistir en que con un Estado esclavo de dogmas en desuso y víctima de una insuficiencia crónica en materia de ingresos y capacidad de gasto, no habrá cambio y la 4T quedará como ingenioso eslogan de campaña. Desde que entramos en la democratización intensa a finales del siglo pasado, era claro que sin una reforma del Estado a fondo no habría emulsión público-privada y consecuentemente sólo habría un crecimiento vegetativo, a ras del suelo, la solución que encontraron nuestro dirigentes políticos de hacer la reforma mediante los votos no trajo los resultados esperados o prometidos. Veinte años después de la tristemente célebre alternancia el Estado sufre una insuficiencia hacendaria crónica como la ha llamado Enrique Provencio y los huecos dejados por tantos años de retiro estatal no han hecho sino ampliarse en la educación y la salud públicas, las carreteras y los puertos, la ciencia y la tecnología y sigue. La solución petrolera en que se ha embarcado el gobierno puede darle un poco más de recursos líquidos, pero no serán los necesarios, ni se obtendrán pronto.

Del estancamiento se puede salir, pero superar el desorden mental en que la democracia se metió no será fácil. La defensa de la democracia que brillantemente ha hecho José Woldenberg en su más reciente libro tiene que plasmarse en nuevos emprendimientos económicos iniciados y convocados desde el Estado. De la rapi-dez con que respondamos al reto del estancamiento que aquí sí ha sido secular, con crisis y sin ella, dependerá sin hipérbole el futuro de la nación.