Opinión
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No sólo de pan...

De tirar los falsos aprendizajes

E

n un cinturón planetario comprendido entre los paralelos 10˚ Norte y 10˚ Sur, se encuentra concentrada la mayor biodiversidad del Planeta, una naturaleza rica en formas, colores, olores y sensaciones para el hombre, determinando la práctica del uso directo de la inmensa variedad vegetal, animal y mineral que lo rodeaba, que se tradujo en una tecnología poco elaborada para el manejo de lo material pero muy compleja en la edificación de lo religioso. El arte conjurador y propiciatorio existió en África desde hace al menos 40 mil años, cuando ya extraían hierro para obtener el ocre, entre otros colorantes con los que pintaban escenas rupestres (en Europa y Asia esto se hizo 10 mil años más tarde).

Los pueblos africanos, amazónicos, caribeños y de Oceanía inventaron técnicas para dominar, controlar y encauzar a Natura en su beneficio, técnicas que les funcionaron perfectamente para alimentarse y reproducirse individual y socialmente. Pero, como su estrategia fue elegir la preeminencia del cultivo de los tubérculos feculentos sobre el de los cereales, Occidente asoció esta práctica a la recolección como estadio primario de la evolución humana y, desde que pudo, se dedicó a destruirla. En efecto, la recolección de raíces, tallos, hojas, semillas y frutos comestibles es una forma de cosecha desacreditada pero sin sustento, pues, estos procesos de favorecimiento de la reproducción de alimentos es invisible ante nuestros criterios, como invisibles son los pueblos que trabajan cultivares o huertas donde crecen y se reproducen todos los nutrientes necesarios para personas que han sido históricamente capaces de crear música, danzas, cantos, cuentos, filosofía, ética y lógica, arte pictórico y escultura, sin dañar la naturaleza y sin contar con su resistencia física y elasticidad, sin paralelo en el género humano, que bien han sido explotadas por quienes carecen de ellas.

Los tubérculos son reservas de sustancias nutritivas que, cuando el tallo y las hojas mueren por sequía o heladas, permiten conservar las propiedades de la planta en estado vegetativo. Bajo monzones o en desiertos, las plantas parecen morir, pero en realidad hibernan durante un año o más y retoñan. La elección de papas, camotes, yuca, ñame, taro, al lado de innumerables yerbas, arbustos frutales, palmas, cactus comestibles, fue una estrategia de seguridad alimentaria que podía prolongarse durante varios decenios, contrariamente a los cereales de la familia Triticum, cuyas cosechas dependen de muchos aleas y sin contar con que agotan los suelos en dos o tres años. Mientras el cultivo de tubérculos farináceos conlleva la certeza, en el agricultor, de que su forma de reproducción clonada asegura una misma calidad durante generaciones, lo que, junto con los otros elementos de la dieta, incluidos peces, aves, pequeños mamíferos de corral o de caza, proporcionó a los pueblos de esta cultura alimentaria una seguridad diametralmente opuesta al hambre y las hambrunas que sufren desde que Occidente decidió civilizarlos. Continuará.