Opinión
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Xochimilco
C

on razón, periodistas y conocedores de la problemática de esta ciudad, vecinos, usuarios de servicios, manejadores de todo tipo de vehículos de motor y de tracción humana, todos los que recorremos a diario la compleja y a ratos (cada vez más largos) caótica ciudad de ciudades estamos pendientes del esfuerzo que las autoridades capitalinas hacen a diario y desde muy temprano para superar el desastre que heredaron de la administración anterior y al que todos contribuimos.

Hay muchos problemas: seguridad –en primer lugar–, abasto, tránsito, pero uno a veces no percibido con claridad por los capitalinos es el del cuidado del medio ambiente y el de la conservación de las zonas verdes, protegidas, de reservas ecológicas que poco a poco disminuyen por el desarrollo desmedido del área urbana y también por la inconsciencia y codicia de muchos de los llamados desarrolladores inmobiliarios.

Un caso emblemático y especialmente delicado es el del lago de Xochimilco y las 12 mil hectáreas que aún quedan de canales y chinampería que tiene un gran valor ecológico y es un patrimonio histórico y cultural que no podemos dejar perder. Xochimilco es hoy una alcaldía dinámica, con un pueblo altamente politizado, una comunidad compleja integrada por decenas de barrios y pueblos de origen prehispánico y una creciente población flotante que ha sabido enfrentar lo que en el Club de Roma llamaron alguna vez los riesgos del crecimiento. Crece la ciudad, hay más asfalto y grandes edificios de cemento y cristal, por lo que disminuyen las áreas verdes, los pedregales, las barrancas, todo se entuba y pavimenta, los espejos de agua desaparecen y también se secan los pozos.

Cuando a finales del siglo XIX fueron insuficientes los manantiales de la Sierra de las Cruces y de Chapultepec para dotar de agua a la entonces pequeña ciudad, el gobierno porfirista decidió ir en busca de otras fuentes de aprovisionamiento; los expertos de entonces pensaron en el agua que por veneros subterráneos se filtra de las sierras del sur del Valle de México y brotaba en diversos lugares de Xochimilco, Tlalpan y Coyoacán. Las elegidas para el aprovisionamiento fueron las fuentes de agua dulce de Quetzalapa, Nativitas y la Noria, en Xochimilco, de donde se tomó y se trasladó hasta las bombas de la Condesa por un largo acueducto que todavía existe y que corre hasta su destino, las mencionadas bombas y depósitos de la Condesa; signos externos de esta gran obra son las columnas o pilares que de tanto en tanto podemos ver por todo su trayecto: División del Norte y avenida Juanacatlán, hoy con el nombre de Alfonso Reyes.

El problema ahora es que los escurrimientos que bajan del Teutli, que brotan o brotaban en las pozas de Tulmiac, escasean cada vez más y el lago de Xochimilco y sus canales se encuentra en peligro. Los otros lagos del Valle prácticamente han desaparecido, el de Chalco por desecamiento provocado, el de Texcoco se conserva con trabajos en superficie mínima comparada con la que tuvo históricamente y el de Zumpango, más reducido cada vez está siendo cercado ya por la mancha urbana.

Preocupación especial del gobierno capitalino y del primer alcalde de Xochimilco, José Carlos Acosta, será salvar lo que se pueda de la zona lacustre y de humedales, reforestar las alturas que enmarcan al sur nuestro valle y frenar el crecimiento desordenado de la mancha urbana. Hay voluntad y se está trabajando, ya se rehabilitó la carretera Xochimilco-Tulyehualco, abandonada por el gobierno anterior, y ahora la prioridad debe ser el agua.

Rescatar nuestra ciudad requiere, en primer lugar, tener conciencia clara de que las áreas protegidas, los espacios verdes, el agua, tanto la subterránea como la superficial, son prioridad para la sobre vivencia capitalina. Se necesita también atender la cultura y las tradiciones locales, el colorido y las creencias populares, eso une a pueblo y gobierno. En el emblemático Xochimilco pedirle al Niñopan y trabajar duro.