20 de abril de 2019     Número 139

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Misma localidad campesina,
distintas infancias

Rafael Castelán Martínez  Educador y promotor de derechos humanos. Servicios de Inclusión Integral y Derechos Humanos A.C. y Red por los Derechos de las Infancias en el Estado de Hidalgo


30 años después: urbanización, inseguridad y precarización. Unicef

Hace 30 años, poco más del 30% de la población del país vivía en localidades rurales, hoy viven ahí poco menos del 20%. Esta cifra es significativa porque aproximadamente 15 millones de personas han modificado las relaciones sociales y la forma en la que construyen las infancias, sus vivencias son distintas e influyen de manera significativa en las decisiones y proyectos de vida presente y futuro; a continuación se presentan dos historias, una de la década de los 80 del siglo pasado y otra de la segunda década de éste, ambas suceden en la misma localidad.  

Cuando el campo era seguro

Era julio, las vacaciones del verano habían llegado; su madre, una ejidataria que sembraba maíz y alfalfa desde los 9 años, les había comprado una vaca que al poco tiempo fueron 4, para matar el tiempo y evitar que pasaran el día jugando con los vecinos más próximos que vivían a unos 300 metros. Juan era un niño de 8 años, que gustaba de salir a jugar con los amigos, pasaba días completos en casas de los vecinos, jugando con la resortera, rebelde o lo que se podría conocer como “travieso”. Ángel, por su parte, era dedicado al estudio, a las labores que le encomendaba su madre, le gustaba cuidar de los animales y las plantas; pero juntos se cuidaban entre sí y cuidaban de la tierra, eran dos de 3 hermanos y una hermana.

Ambos acudían a la primaria Manuel Fernando Soto, fundada en la década de los 70 y localizada a 5 kilómetros de la localidad donde Juan y Ángel vivían; todos los días antes de ir a la escuela, se levantaban temprano, a eso de las 6 de la mañana, ordeñaban las vacas y barrían los corrales, buscaban por el campo algo de pasto o alfalfa que dejaban preparada para que su madre, diera de comer a las vacas mientras ellos estaban fuera; se aseaban para la escuela, desayunaban tacos de frijoles refritos y un café de olla. Normalmente la hora de entrada a la escuela era a las 8 de la mañana y en algunos casos a las siete y media, así que las tareas matutinas tenían que hacerse rápido y con mucha puntualidad.

Al salir de la escuela, caminaban más lento por media hora, 40 minutos y hasta una hora, dependiendo de la ruta, hasta llegar a casa. Después de la comida se dedicaban a pastar las vacas, traerlas de un lado a otro en el campo; llevaban consigo las libretas para hacer tarea y regresaban alrededor de las 5 o 6 de la tarde; cuando trabajaban hasta noche, un quinqué y unas velas alumbraban la noche, un acumulador alimentaba un televisor en blanco y negro, una hora o dos para mirarla eras suficientes.

Pero esta vez era verano, comenzaba la época en que se pasaban los días jugando con otros niños; la rutina era: ordeñar las vacas, salir a pastarlas muy cerca de la casa tipo hacienda de los vecinos, jugar un poco fútbol, trepar árboles y comer duraznos; por la tarde, después de la ordeña de las vacas, jugaban béisbol o “beisfut” un juego que combinaba el fútbol con el béisbol; comenzada la noche el juego a las escondidas con “las traes”, que consistía en que cuando la persona ha sido encontrada emprendía la huida hasta ser alcanzada por la o las personas que realizaban la búsqueda. Ocasionalmente hacían una fogata y se asaban manzanas aún sin madurar, que se combinaban con azúcar.

Había ocasiones en que los episodios de diversión se veía frustrados por su padre, quien en un acto autoritario les golpeaba por las razones mínimas: porque no llegaron a comer a la hora indicada cuándo él hacía tocar una campanita, porque lo despertaban cuando dormía la siesta o porque habían estado conviviendo mucho con “los ricos” como él llamaba a sus amigos. Los días en que era necesario pedirle permiso para salir a jugar eran todo un suplicio, daba un sí, pero antes había que lavar los platos de la comida; sí, pero antes había que recoger alfalfa o pasto para las vacas; sí, pero antes había que barrer el patio de la casa; sí, pero antes había que limpiar sus botas; sí, pero sólo van quince minutos; la frustración y coraje eran tales que, en rebeldía, el regreso era ya a las nueve o diez de la noche, y después de algunos regaños e incluso golpes, era hora de ir a dormir nuevamente, porque al día siguiente la aventura continuaría.

Y las casas invadieron los campos...

Es 5 enero, Julio y Kimberly, hermanos por parte de madre, esperan con ansia el Día de Reyes, han escrito su carta, Julio ha pedido que le traigan un celular o una tablet, sabe que no se lo traerán, por eso escribió “si no se puede, me pueden traer un auto de control y un balón”; Kimberly, por su parte, ha pedido también una tablet, no sabe cómo usarla, pero la ha pedido, también ha pedido un “casimerito”, no le gustan mucho las muñecas, pero dice que el “casimerito” puede cuidarlo más porque es un bebé que no ha nacido; ella tiene apenas 6 años y su hermano está por cumplir 10, ambos son los mayores de 5 hermanos; su madre, Julia, una mujer de 26 años, ayuda a su suegro a cuidar algunas vacas y borregas que pastan en los terrenos baldíos que aún quedan en la colonia, aunque también sale a trabajar como empleada doméstica en las casas del fraccionamiento de infonavit que construyeron cerca, su padre trabaja para una empresa de quesos cercana. A sus 14 años, cuando terminó la primaria, ya no quiso estudiar la secundaria y se puso a trabajar, al poco tiempo se juntó con el padre de los niños y desde entonces han procreado esta  familia.

Su casa, dos cuartos de block sin aplanar, con los cables eléctricos y focos incandescentes acomodados sobre las vigas que soportan las láminas de metal,  alumbran a todas horas, ya que la luz natural solo puede entrar por la puerta, una pantalla entregada por el gobierno se mantiene encendida casi todo el día, las niñas y los niños ven distintos programas porque cuentan con un servicio de televisión satelital en prepago; usan el baño de la casa de sus abuelos que está a escasos 30 metros; otras casas construidas aleatoriamente sobre el terreno que alguna vez fue ejidal ha sido vendido por partes.
Julio y Kimberly van a la primaria Pedro Lascuráin, una escuela que abrieron hace menos de diez años en la localidad, les queda muy cerca, a escasos 700 metros, están muy emocionados porque frente a su casa acaban de abrir un bachillerato y dicen que se van a apurar a estudiar para ir a esta escuela, porque es muy grande y tiene canchas de básquetbol; también están contentos porque van a pavimentar el camino desde la carretera federal, que está a dos kilómetros.  

Julio, con sus pantalones azules de uniforme escolar, trabajaba con su abuelo, pero éste no le pagaba por trabajar el campo o cuidando las vacas, así que optó por trabajar por su cuenta; ahora cuida las vacas de Don Damián, pero no le gustó la forma como lo trataba, aunque ganaba 250 pesos a la semana; también estuvo limpiando los corrales de cerdos de doña Raquel, pero no le gustaba el olor y también dejó ese trabajo, ahora está ayudando a doña Petra en la elaboración de carbón;, aunque la paga es de apenas 150 pesos a la semana, le alcanza para comprarse algunas cosas y a veces prestarle dinero a su mamá para los gastos de la casa.

Todas las mañanas Julio y Kimberly no quieren levantarse, pues aman quedarse hasta muy noche viendo distintos programas en la pantalla, hay ocasiones en que se levantan justo cuando faltan 20 minutos para el toque de la chicharra en la escuela y apenas si les alcanza el tiempo para llegar. Su madre siempre los lleva a la escuela y en ocasiones va por ellos a la salida o se los encarga a una vecina, cuenta que le han llegado los mensajes por WhatsApp de los “robachicos” y no quiere arriesgarse.

Después de la escuela, comen lo que Julia les hace de comer, casi nunca comen con su papá ya que éste llega a casa después de las seis de la tarde. Como Julio se va a trabajar, Kimberly se queda con sus hermanitos, algunas veces les cuida toda la tarde, ven la tele y ocasionalmente salen a la calle o a jugar entre los terrenos con otras niñas. Los momentos de la tarea son largos y tediosos para papá y mamá, pasan dos o hasta tres horas sentados en la mesa, para hacerla; Julia y su esposo se frustran mucho por no poder ayudarles; varias veces tienen que interrumpir los programas de televisión que están viendo para saber si Julio y Kimberly ya terminaron la tarea.

Pero este día, será Día de Reyes Magos y aunque recibirán un pequeño obsequio, están emocionados, porque en esta fecha llegan a la colonia algunas fundaciones y regalan juguetes, también dicen que en su escuela cada año, llegan de la presidencia municipal algunos juguetes y esperan que esta vez les toquen varias cosas como en el último año. •

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