Política
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Europa, en la encrucijada
D

esde el ángulo de las instituciones políticas, la creación más importante de la postguerra es, sin duda, la Comunidad Europea, que fue establecida y entró en vigor el 1º de noviembre de 1993, por el Tratado de la Unión Europea (UE) firmado en Lisboa. Este tratado se apoyó en acuerdos europeos anteriores como la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, la Comunidad Europea de la Energía Atómica y la Comunidad Económica Europea. La nueva institución tenía, sin duda, una clara vocación internacional, aunque estaba muy lejos de integrar un Estado federal que se hubiera regido por las reglas tradicionales de la política internacional.

La Unión Europea se rige por un sistema interno de democracia representativa. Sus instituciones principales son siete: el Parlamento Europeo, el Consejo Europeo, el Consejo, la Comisión Europea, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, el Tribunal de Cuentas y el Banco Central Europeo. En 2012 la Unión Europea ganó el premio Nobel de la Paz, que fue otorgado por todos los miembros del jurado, por su contribución durante seis décadas al avance de la paz y la reconciliación, la democracia y los derechos humanos en Europa.

En 2017 fue galardonada con el Premio Princesa de Asturias por lograr el más largo periodo de paz de la Europa moderna, colaborando en la implantación y difusión en el mundo de valores como la libertad, los derechos humanos y la solidaridad. Desde 2016, la unión encara la inminente salida de Reino Unido, lo que ha precipitado, según las propias instituciones europeas, un proceso de refundación.

Por el Tratado de Lisboa también se hizo posible que la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea fuese jurídicamente vinculante para los estados miembros.

Desde 2008, la situación de la mayoría de los países miembros se ha visto gravemente afectada por la crisis económica, pese a la cual Croacia consiguió convertirse el primero de julio de 2013 en el miembro número 28 de la unión. Así, transcurrió más de medio siglo desde que se produjo la Declaración Schuman. La UE enfrenta retos como la aplicación del Tratado de Lisboa, la adhesión de los países balcánicos y Turquía. Además del Brexit, al que ya nos referimos.

Escapa desde luego a nuestro propósito intentar siquiera un bosquejo breve de las complejas instituciones que gobiernan la UE. Pero sí deseamos referirnos, de manera general, a las corrientes políticas que le dieron nacimiento. Digamos que las fuerzas de izquierda estuvieron básicamente, desde el inicio, en favor de una unión que, manejada con una perspectiva social, pudiera encauzar fuertemente el bienestar y dar término a las políticas neoliberales que habían penetrado fuertemente las instituciones políticas y sociales de la Europa anterior. Este objetivo de carácter progresista debía levantarse como un muro infranqueable ante los propósitos del enriquecimiento ilimitado e ilegítimo del neoliberalismo.

Es verdad que la UE estuvo marcada, desde su nacimiento, por ciertos proyectos socializantes de las primeras y principales fuerzas políticas que participaron en su fundación. Sin embargo, el tiempo no era el más promisorio para estos planes. Aunque inicialmente se dejó sentir la influencia relativa de ciertas fuerzas de izquierda dentro la UE, pronto fue evidente que el poder real en materia económica estaba en manos de las trasnacionales de carácter netamente neoliberal, encontrándonos con el fenómeno de que la globalización que se imponía resultaba nada más que otra muestra de la economía que sólo atiende a la acumulación de la riqueza y de ninguna manera a su distribución mínimamente equitativa y justa.

La crisis económica de 2008 también afectó hondamente a los países eu­ropeos y a la UE. Su respuesta fue bastante paralela a la de Estados Unidos: flexibilización al máximo de las reglas e instituciones económicas y concentración salvaje de los capitales. Lo cual significa, dicho resumidamente, que más que nunca los capitales están al servicio de su acumulación y concentración y que en este proceso no encuentran barrera alguna eficaz que los detenga. En tal proceso de concentración extrema de los capitales sólo podemos encontrar, a la postre, resistencias relativas de variedad de grupos y corrientes sociales. Tal sería una explicación de pasada a la persistente rebelión de los jóvenes de los chalecos amarillos en Francia y en otros puntos europeos.

El hecho es que tal situación de incremento de las contradicciones sociales en el marco europeo, que no parecería encontrar una salida fácil, adelanta un tiempo de severos enfrentamientos entre las clases sociales europeas y, por tanto, de malestar creciente. Cosa que puede también diagnosticarse para la sociedad mundial, sin el pronóstico de resultados que hoy es punto menos que imposible. La UE, por supuesto, no quedaría fuera de esta previsión, que no es bienvenida para los partidarios del statu quo.