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Good bye, Lenín (en Ecuador)
S

e va y él lo sabe. Ni siquiera ha llegado a los dos años y su imagen positiva sigue en caída libre. Según las dos últimas encuestas realizadas por el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag), Lenín Moreno pasó de tener un saldo neto positivo de 2.8 puntos en noviembre de 2018 a uno negativo de 19 en marzo de este año. A estas alturas, pocos creen que sea él quien esté gobernando. Con datos del mismo sondeo, la mayoría de los ecuatorianos piensa que son los grupos económicos, el gobierno de Estados Unidos y Jaime Nebot los que realmente dirigen al país, muy por delante de la rectoría del propio presidente.

Se mire por donde se mire, Lenín tiene los días contados y él es consciente de ello. No tiene apoyo popular, como bien se demostró en los resultados de las recientes elecciones seccionales; tampoco tiene estructura partidaria propia, y ni siquiera tiene gabinete propio, porque la mayoría de los ministros son representantes de intereses corporativos. Por su parte, los aliados políticos han iniciado un proceso de alejamiento sin retorno, porque ya no lo necesitan para lo que fue la transición soñada que debía poner freno a Rafael Correa.

El sector empresarial también ha marcado distancia con el presidente: lo ven muy débil, saben que se aproxima su final y es mejor no quedar pegado a él. A partir de ahora, la presión subirá. Los dueños de los dólares dejarán de liquidar exportaciones y acelerarán el proceso de llevarse el dinero al exterior gracias, precisamente, a la decisión de Lenín de eliminar el impuesto de salida de divisas. Así generarán la tormenta perfecta con base en una sensación de caos e incertidumbre, terreno en el que se mueven como pez en el agua, autoerigiéndose como imprescindibles.

De esta forma, a Lenín se le va esfumando de su lado toda la batería de amigos, salvo los medios de comunicación, que por ahora no han virado de línea editorial, aunque les queda poco. Ya conocemos bien a estas grandes empresas: son de fácil conversión y siempre les gusta jugar con viento a favor. Seguramente ya han apostado por el nuevo caballo ganador. O sea, según ellos, Nebot.

Lenín hizo todo lo que estaba en el papel. Cumplió su tarea. Y entonces le llega su turno. Fue de usar y tirar, de la misma manera que ha sucedido con tantos otros presidentes latinoamericanos (véase el caso de Michel Temer en Brasil). Hizo lo debido en todos los frentes: a) persiguió judicialmente a Correa y a muchos otros políticos de la revolución ciudadana hasta el punto de meter preso a su propio vicepresidente; b) a marchas forzadas, desmanteló todo lo que pudo del Estado para debilitarlo, como mandan los cánones neoliberales; c) reformó a su antojo toda la megaestructura judicial cambiando a fiscales, jueces y miembros del Tribunal Constitucional, así como al Órgano Electoral; d) en lo económico, ha dado sus primeros pasos (especialmente en lo tributario) y dejado todo listo para que el Fondo Monetario Internacional entre con todo, incluida la reforma laboral, y e) en lo internacional se fue rápidamente a servir a Estados Unidos en todos los frentes: abriendo oficinas de esa nación en su país para que puedan actuar como en la época de las bases militares; se lanzó contra Venezuela incluso reconociendo y recibiendo a Juan Guaidó como presidente interino; en la Organización de Estados Americanos se sumó a votar siempre según indicara el país hegemónico; pidió a gritos ser miembro de la Alianza del Pacífico, y se sumó a Prosur al mismo tiempo que quiso enterrar a Unasur.

Su última decisión desesperada, como manotazo de ahogado, ha sido retirar el asilo a Julian Assange, violando toda la normativa del derecho internacional y poniéndolo en bandeja a Estados Unidos para su extradición. Con ello mató dos pájaros de un tiro: por un lado, haciendo uso y abuso del Estado, se vengó de quien descubrió una trama de corrupción muy importante en la que el protagonista era él mismo, el mismísimo presidente, y, por otro lado, seguramente hizo su último gesto a favor de Estados Unidos para que le garantizaran una salida digna y confortable al acabar su periplo presidencial.

Lenín es una magnífica demostración de que no hay que fiarse de aquel que sonríe demasiado en medio de la escena política. Quien fuera el máximo representante de la Misión Ternura acabó entregando a Assange, dando un paso definitivo para que se incrementen las probabilidades de que lo condenen a la pena de muerte. Otra paradoja más en la vida política de este personaje, que se presentó en su momento como centrista fanático, a traer paz en tiempos de confrontación, y ciertamente sí, era verdad que no venía para confrontar, al menos no en el sentido de defender la soberanía del país, permitiendo que Estados Unidos haga de Ecuador lo mismo que hace en su vecina Colombia.

El final ya está escrito. No sabemos exactamente cuándo, pero seguramente será más pronto que tarde. Ya lo ha dicho hasta el mismo Nebot: no se puede esperar más, 2021 es demasiado tarde. Y, por su parte, Correa sigue más vivo que nunca, lo que es inversamente proporcional al tiempo de vida política de Lenín. Las vías para salir son múltiples: muerte cruzada, revocatorio o simple renuncia y anticipo electoral. Sea como fuere el canal institucional, la política ya ha fijado la fecha de caducidad.

¡ Good bye, Lenín!

* Director de Celag