Opinión
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Arte y Tiempo

Federico, Granada y primavera

E

l crimen fue en Granada…su Granada.

Antonio Machado, otro gran poeta entre la pléyade de grandes poetas de la España de la tercera década del siglo pasado, lamenta la muerte atroz de Federico, el poeta más castizo que jamás haya existido, el único que sabe como la luna la mira, mira, la luna la está mirando. El único capaz de crear un verde único, el verde lorquiano que la quiere verde, verde cuerpo, pelo verde. El único en entender, para volverla canto, la belleza y el dolor de Antoñito el Camborio de zapatos color corinto y corbata carmesí.

El crimen fue en Granada. La madrugada del 18 de agosto de 1936 la barbarie fascista cometió un de sus más deleznables crímenes dentro de sus miles de crímenes deleznables. Sin juicio previo, sin ninguna posibilidad de defensa, sin haber cometido ninguna otra falta que ser él, el más grande poeta español fue fusilado con las manos atadas a la espalda. Lo asesinaron por marica y comunista, en ese orden. No era ni marica ni comunista, era homosexual y simpatizante de la República.

La bestialidad fascista, ayuna siempre de razón y más de inteligencia, jamás podrá entender la dimensión cósmica de Federico.

Junto a él fueron asesinados un maestro de escuela y dos banderilleros anarquistas y sus cuerpos fueron arrojados a una fosa común en algún lugar entre Viznar y Alfacar.

Esa Granada ensangrentada y sus circunstancias que diría parafraseado Unamuno, increíblemente cobra vida en un espacio de 80 por 60 centímetros que, mágicamente, se va transformando en pueblo, escuela, parque, casa señorial, bosque o en cuanta cosa sea necesaria para relatar la historia del andaluz que era poesía y teatro puro, y cuya muerte cubrió de luto el mundo ya de por sí enlutado por el fascismo cavernario.

En un trabajo de preciosista precisión, Pablo Cueto, titiritero de prosapia, va armando ante los ojos de todos los espacios necesarios para recrear física y lúdicamente ese ámbito que envolvió al poeta los pocos días que allí estuvo antes de ser asesinado.

Miguel Hernández, muerto a su vez en una ergástula del faccio Luis Cernuda; Rafael Alberti que vivió no sólo para contarlo, sino para volver a la militancia comunista; Nicolás Guillén, que tuvo la fortuna de ver el triunfo de la Revolución Cubana; el inmenso Pablo Neruda, que no sobrevivió a la canalla chilena, entre otros, son evocados aquí en torno al hombre que era naranjo en flor envuelto en llamas para, entre todos, enmarcados por la música de otro gigante, Silvestre Revueltas, revivirnos los aciagos tiempos en los que, en palabras del propio Federico, las pezuñas sustituyeron a las alas.

Con rigor histórico debido a Itzel Tapia, la asombrosa arquitectura en papel de Ainé Martelli, el arte y realización de Félix Betanzos, los juguetes tradicionales de Ricardo Rojas y bajo la dirección de Vladimir Bojórquez, Pablo Cueto, que es también el creador del espectáculo, va hilando finamente pero con aplomo, esa historia que es, teatralmente, un trabajo milimétrico y de gran creatividad. Unipersonal se le llama ahora a estos trabajos a los que antes decíamos monólogos, como si, por su propia naturaleza, el teatro no fuera, necesariamente, un trabajo colectivo.

Federico, granada y primavera, que por lo que recrea, cuenta, y forma en que lo cuenta, debe salir al encuentro de todos los públicos, está en su última semana y no puede dejar de verse, en la Sala CCB, uno de los teatros que está atrás del Auditorio.