16 de febrero de 2019     Número 137

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

“Solo pedimos que nos dejen trabajar”:
pescadores de Ensenada

Enrique Soto Aguirre y Claudia Delgado Ramírez
Profesores-investigadores INAH, adscritos a la Escuela de Antropología e Historia del Norte de México


Pescadores de altamar llegando de marea en un barco tiburonero.
Puerto El Sauzal de Rodríguez, Ensenada, Baja California. Claudia E. Delgado Ramírez

La pesca comercial inicia en Baja California a finales del siglo XIX. En un principio la actividad estuvo fuertemente financiada por capital extranjero, principalmente norteamericano, ruso y japonés. El desarrollo y consolidación de ciertas pesquerías, como la del camarón, se beneficiaron de este capital que se orientó hacia el mercado internacional. Décadas después, la población que habitaba las costas de la península y que por tradición desarrollaba una pesca de subsistencia vio en esta industria una fuente potencial de trabajo remunerado y ésta se consolidó en el sexenio cardenista (1934-1940), con la promoción y organización de sociedades cooperativas aprobadas con la promulgación de la Ley General de Sociedades Cooperativas Pesqueras (LGSCP), firmada en 1938.

Las cooperativas orientadas a la producción del camarón, la sardina y el atún fueron nodales en la organización de la fuerza de trabajo de esta región, convirtiendo la pesca industrial, en uno de los principales oficios cuyas artes y conocimientos son heredadas por tradición entre los miembros de las familias en las comunidades costeras. Sin embargo, desde la promulgación de la LGSCP y pese a la simbiosis que las cooperativas tuvieron con los capitales privados para el aprovechamiento e industrialización de estas pesquerías, los embates de la iniciativa privada no han dejado de forzar la continua privatización de este sector. Dicha privatización supone una confrontación desigual entre capital privado y comunidades pesqueras, las cuales enfrentan un inevitable camino hacia la proletarización y, desde luego, una continua precarización de la vida de los pescadores y sus familias.

La idea sobre el trabajo establece la relación del ser humano con la producción de bienes de subsistencia y el aprovechamiento y la transformación del entorno para alcanzar lo que se puede considerar como una vida digna. En una definición clásica sobre el trabajo, Milton Friedmann explicó que éste es “un conjunto de acciones que el hombre, con un fin práctico, con la ayuda de su cerebro, de sus manos, de instrumentos y máquinas, sobre la materia; acciones que, a su vez reaccionan sobre el hombre y lo modifican”.

El empleo es una derivación del trabajo que incluye una relación contractual. Históricamente, esta relación dada en el mundo del trabajo ha sido y es objeto de constantes cambios, adecuaciones y reorganizaciones. Los avances tecnológicos, la dinámica del mercado, la búsqueda de una mayor rentabilidad a través de una mayor eficiencia y productividad en el proceso de producción, las transformaciones sociales y culturales y las políticas regionales de industrialización son algunos de los factores que inciden en la transformación de la actividad laboral de los pescadores de altamar de esta región. Además, existen importantes diferencias en los tipos de empleo, en especial en lo que se refiere a la obtención de conocimientos y capacidades para desarrollar un trabajo.


Pescadores en un barco atunero en el Puerto de Ensenada, Baja California.
Claudia E. Delgado Ramírez

Por ejemplo, tenemos que la pesca precisa de un largo proceso de aprendizaje obtenido principalmente a través de la observación y del aprender ayudando y haciendo, como sucede en la mayoría de los empleos llamados oficios. El pescador va obteniendo conocimientos e incrementando habilidades al escalar posiciones. En el caso de los miembros de familias pescadoras, el proceso inicia en el seno del hogar, donde los hijos aprenden el lenguaje y los pormenores del oficio en las pláticas con sus mayores, en la socialización del anecdotario que con cada salida a mar nutre su acervo y en la realización de tareas propias del aprendiz, hasta llegar a ser capitán, lo que le permite realizar cada vez tareas con mayor complejidad, pero también alcanzar sus metas de calidad de vida tanto en sus percepciones económicas como en el orgullo por la trascendencia de su trabajo.

Los pescadores de altamar de Ensenada reclaman continuar con esta tradición laboral a través de la cual mantienen a sus familias y aseguran la transmisión de conocimientos y habilidades a las nuevas generaciones para el trabajo. Sin embargo, esta posibilidad se ve mermada continuamente por la disminución del recurso pesquero, la competencia con las grandes empresas privadas y las continuas regulaciones impuestas por la Administración Portuaria Integral, que restringe cada vez más el acceso al puerto por parte de las familias de los pescadores, impidiendo el libre flujo del conocimiento tácito sobre la pesca hacia las nuevas generaciones. Los pescadores de altamar se manifiestan diciendo “sólo queremos que nos dejen trabajar, como lo hemos hecho siempre para beneficio de nuestras familias y nuestras comunidades”.

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