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El tren maya y la pobreza en el sureste
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ace unas semanas el poeta y ecologista michoacano y ex embajador en la Unesco, Homero Aridjis y yo escribimos un artículo que se publicó en The Washington Post aduciendo las razones, sobre todo ambientales, por las cuales el llamado Tren Maya no debería de pasar por algunas zonas protegidas que son un verdadero tesoro desde el punto de vista de su biodiversidad, principalmente la Reserva de la Biosfera de Calakmul.

El gobierno, al parecer y con base en sus declaraciones, está pasando por alto estos argumentos y muchos otros que se han esgrimido por expertos en la materia, aduciendo que este proyecto es indispensable y que México no puede ser conservacionista, como declaró el director actual de Fonatur.

En el argumento de los personajes que lideran este proyecto y del mismo Presidente parecería estar la suposición de que un proyecto así va a acabar con la pobreza casi de forma mágica y automática. Pero, realmente, ¿esto es verdad? Mi tesis es que definitivamente no. Déjenme explicar porque y la experiencia que hay al respecto.

Las grandes obras de infraestructura son lo que llamamos disruptivas, es decir, cambian la situación de los lugares donde se construyen o por donde pasan. No hay la menor duda al respecto. Pero, la cuestión es: ¿cómo las cambian? Esa es la pregunta importante.

Veamos un primer ejemplo: en Michoacán, en donde se construyó en un poblado de pescadores llamado Lázaro Cárdenas en los años 80 un gran puerto de altura, el de Lázaro Cárdenas, que hoy prácticamente es el de mayor capacidad que existe en el Pacífico mexicano. ¿Qué pasó con la situación social de la ciudad de Lázaro Cárdenas? ¿Qué pasó con la pobreza? Pues resulta que el puerto es un enclave de primer mundo enclavado (valga la redundancia) en una ciudad de tercer o incluso de cuarto mundo.

Se desplazó a los pescadores locales que siguen con una querella ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Ya no tienen salida al mar. Ya no pueden pescar. La pobreza es rampante, no diferente a otras ciudades de Michoacán, de la costa del estado o de Guerrero.

Derivado de esto ha habido un tema importante de desigualdad y por ende de seguridad en la zona. Existen zonas enteras, como la tenencia de Guacamayas, con grandes carencias para sus pobladores.

Segundo ejemplo: Cancún. Se construyó como la gran obra del gobierno desarrollista del presidente Luis Echeverría en los años 70. Se invirtieron cuantiosos recursos financieros generando incluso parte de la deuda que creció de manera importante en esos años. Se crearon muchos empleos en ello; sin embargo, se generó también paralelamente un enorme cinturón de pobreza que creció a la par de la margen costera del desarrollo turístico.

Los buenos empleos fueron para los que llegaron de otros estados y la gente local fue desplazada y se convirtió en la base de la pirámide, en los más pobres de los pobres de la zona. Comenzó rápidamente a haber una franja de tierra del lado que no se ve de la carretera costera, sin servicios básicos, sin escuelas, sin agua, sin vivienda digna, con carencias de todo tipo.

Lo mismo sucedió en Playa del Carmen unas décadas después, y en ambos desarrollos turísticos el modelo masivo que opera es uno destructor y en donde la mayor parte de lo que el turista gasta se queda en el exterior, en cadenas y agencias de viajes internacionales.

Por lo expuesto, y pudiendo enumerar varios ejemplos más, yo y muchos nos preguntamos: ¿vale la pena destruir un tesoro ambiental, patrimonio mundial de la naturaleza como es Calakmul y la Selva de Chiapas, y la laguna de Bakalar, para que los habitantes y los pueblos originarios de la zona pierdan su hábitat, su cultura, su selva y se conviertan en los más miserables de un progreso mal entendido?, de un crecimiento que le conviene a unos cuántos, pero no a ellos…

Señor presidente López Obrador, con todo respeto, si realmente su interés es beneficiar a los más pobres, modifique este proyecto y genere otro verdaderamente participativo desde abajo, con planes productivos sustentables; eduque y resuelva las situaciones de pobreza de la gente conociendo sus verdaderos problemas y necesidades e interésese por ellos en forma auténtica.

Habemos muchos mexicanos que lo apoyaríamos. El tren y toda la infraestructura que lo acompaña pueden pasar y estar por fuera de estas zonas protegidas.

Los mismos turistas verían este tren como un proyecto respetuoso de la naturaleza y no un destructor de paraísos naturales. Costa Rica es un ejemplo de un turismo beneficioso con sus habitantes y respetuoso de la naturaleza. ¡Yucatán y Chiapas tienen mucho más naturaleza y cultura que Costa Rica! Decidámonos a hacer las cosas bien y en equipo. Acuérdese del famoso dicho: es de sabios cambiar de opinión.

* Presidente del Consejo Consultivo del Agua