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La casa más grande del mundo
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aisaje en la niebla. Con tres años de retraso y eclipsada por el alud de blockbusters de temporada y el fenómeno cultural que aún representa Roma, de Alfonso Cuarón, finalmente se estrena en la Cineteca Nacional La casa más grande del mundo, estupenda coproducción de México y Guatemala y primer largometraje de la guatemalteca Ana V. Bojórquez realizado en colaboración con Lucía Carreras (Tamara y la catarina, 2016), guionista también de La jaula de oro (Diego Quemada-Díez, 2013). A partir de una idea original de Édgar Sajcabún, la cinta refiere, en un tono minimalista, la experiencia de Rocío (Gloria López), una niña campesina que pastorea ovejas en el altiplano guatemalteco y que en una sola mañana vive, entre el azoro y el pavor, el parto muy rudimentario de su madre, atendida únicamente por la abuela, así como el intenso sentimiento de culpa que le invade al descubrir que ha extraviado la docena de ovejas que tenía a su cuidado.

Aunque la anécdota es muy breve, lo que las realizadoras muestran, con precisión y sobriedad narrativa, es algo tan inconmesurable e intangible como las sensaciones complejas que asaltan a la protagonista infantil cuando se enfrenta a esa naturaleza montañosa, tan plácida y familiar, y a la vez abrumadora (la casa más grande que haya podido contemplar su imaginación), que súbitamente se convierte en un territorio hostil cargado de incertidumbre y amenazas. Una imagen lo resume todo de modo notable. Un viejo puente de madera, tembloroso y frágil, sumido en la niebla, separa su mundo conocido del resto de unas tierras misteriosas hasta donde se han aventurado y extraviado sus ovejas. El miedo que se apodera de ella frente a ese paisaje agreste remite a las narrativas fantásticas de los cuentos de hadas, pero en el contexto rural donde la niña debe asumir ya las responsabilidades laborales de una persona adulta, ese temor elemental se transforma en una conciencia súbita y dolorosa de la culpa por haber puesto en peligro, de modo tal vez irreparable, el minúsculo patrimonio familiar. En esa gran casa del mundo, un pequeño rebaño de ovejas representa todo el sustento posible. Más allá del regaño de la abuela o del dolor que la pérdida de los animales sería algo desastroso en ese hogar tan precario, habitado sólo por mujeres (tres generaciones unidas en un mismo esfuerzo de sobrevivencia diaria), sin otra presencia masculina a la redonda que la de un vecino anciano desmemoriado. La película observa muy de cerca la faena combinada de hija, madre y abuela, y también la calidez y solidaridad afectiva de Ixchumilá (María López), amiga de Rocío, niña más avispada, pastora también de ovejas.

La referencia obligada en el cine mexicano es la estupenda cinta Cochochi (2007), de Israel Cárdenas y Laura Amelia Guzmán, pero la filiación va todavía más lejos, hasta los relatos del iraní Abbas Kiarostami en su excelente Trilogía de Koker, en particular en su primer segmento, ¿Dónde está la casa de mi amigo? (1987), magistral observación de las conductas infantiles y las zozobras emocionales que un hecho muy trivial puede desatar en la imaginación encendida de un niño. Una inesperada sorpresa para cerrar con broche de oro un año muy fértil para el cinéfilo mexicano.

Se exhibe en la sala 10 de la Cineteca Nacional a las 19:30 horas.

Twitter: Carlos.Bonfil1