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Científicos sospechaban de la pretensión de He Jiankui
 
Periódico La Jornada
Miércoles 5 de diciembre de 2018, p. 2

Hong Kong. A principios del año pasado, un desconocido investigador chino se presentó a una exclusiva reunión en Berkeley, California, donde científicos y expertos en ética discutían una tecnología que sacudió a la industria hasta los cimientos: una herramienta emergente para editar genes, las cadenas de ADN que forman el patrón de la vida.

El joven científico, He Jiankui, vio el potencial de esa herramienta, llamada CRISPR, para transformar genes y su carrera.

En visitas a Estados Unidos buscó a precursores del CRISPR, como Jennifer Doudna, de la Universidad de California, y Matthew Porteus, de la Universidad de Stanford, así como a grandes pensadores, como el especialista en ética de Stanford William Hurlbut.

La semana pasada, estos científicos vieron, atónitos, como Jiankui se apropiaba de una conferencia internacional que ayudaron a organizar con una afirmación asombrosa: ayudó a hacer a las primeras bebés genéticamente editadas, a pesar del claro consenso de que, por ahora, no deben hacerse cambios genéticos que se transmitan a generaciones futuras.

El director de los Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos, Francis Collins, indicó que el experimento es una desgracia que protagoniza un científico que creyó que era héroe. De hecho, cruzó todos los límites, científicos y éticos.

Los científicos dicen que no hay forma de evitar que alguien juegue con ADN, sin importar las leyes o estándares vigentes. CRISPR es barato y fácil de usar, motivo por el cual los expertos se preocuparon de que algo así sucediera casi en cuanto fue inventada la tecnología.

La edición de genes para reproducción está prohibida en Estados Unidos y casi toda Europa. En China, hay normas ministeriales que prohíben la investigación con embriones que violan principios éticos o morales.

En busca de consejo

La Comisión Nacional de Salud, la Academia de Ciencias Chinas y la misma universidad de Jiankui señalaron no saber lo que hacía y desde entonces lo han condenado.

Sin embargo, tres científicos de Stanford –Hurlbut, Porteus y el ex asesor de Jiankui, Stephen Quake– tuvieron mucho contacto con él. Ellos y otros expertos sabían o tenían fuertes sospechas de que intentaba hacer bebés genéticamente editados.

Quake, profesor de bioingeniería, fue uno de los primeros en conocer la ambición de Jiankui. Le contó hace unos años sobre su interés de editar embriones para hacer a los bebés resistentes al virus del sida, precisó.

Hurlbut cree que conoció a Jiankui a principios de 2017, cuando él y Doudna, coinventora de CRISPR, tuvieron la primera de tres reuniones con científicos y éticos prominentes para discutir la tecnología.

Jiankui regresó varias veces a Stanford y Hurlbut dijo que pasó varias horas hablando con él sobre situaciones en las que la edición de genes sería apropiada.

Porteus explicó que sabía que Jiankui había hablado con Hurlbut y dio por sentado que lo había desalentado. En febrero, el chino dijo que había recibido permiso de un consejo de ética de un hospital para seguir adelante.

Creo que esperaba que fuera más receptivo, pero fui bastante negativo, afirmó Porteus. Estaba molesto con su ingenuidad, con su imprudencia.

Michael Deem, de la Universidad Rice y asesor de la tesis doctoral de Jiankui, sostuvo que trabaja con él desde que regresó a China alrededor de 2012, que está en el consejo y tiene una pequeña participación en las dos compañías del genetista en Shenzhen. Defendió las acciones de joven diciendo que el equipo investigador hizo experimentos anteriores en animales.

No hay un organismo internacional para el control de reglas bioéticas, y los cuerpos científicos y universidades pueden utilizar otras herramientas.

Si alguien rompe esas reglas, los científicos te pueden aislar, las revistas negarse a publicar, financiadores a financiar, explicó Hank Greely, profesor de derecho y genética en Stanford.