Opinión
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Padres de Centroamérica

M

i padre cruzó la frontera mexicana / junto a otros dos hombres vecinos; / uno de ellos regresó al barrio / y vivió como vivía antes del viaje / a la sombra del desempleo y el alcoholismo, /el otro aún duerme bajo el suelo erosionado / del desierto de Sonora, / por funeral obtuvo dos padres nuestros, / por tumba veinte pedradas y una cruz de palo. // El tercero era mi padre. / En Pensilvania vivió sus últimos años, / todas las mañanas fueron una lucha, / una batalla contra la nieve y el tránsito. / Se enfrentó a un idioma ajeno / que adoptó como quien adopta al invierno / para después quedarse en medio / de las carreteras habitadas/ por los ciervos y las liebres pardas, / según nos contaba cada viernes. // Mi padre no pudo regresar a su casa / un día se quedó solo / y un paro cardiaco lo sorprendió / después de una descarga / en medio de una instalación eléctrica. / Hoy tengo veinte años y me gusta ver fotografías / y ahora miro la situación desde otros ojos, / nunca estuve en Estados Unidos/ y aún no conozco la nieve / pero entre ríos color tierra y potreros / viví el sueño americano.

Tal es el final de La madriguera, poema del joven costarricense Edan Mena Guzmán, de cuya voz hace meses lo conocí. Imposible citarlo acá completo. Caminemos entonces por el lado de los textos filiales y reproduzcamos otro, posterior a la fecha aludida, en que la también costarricense Paola Valverde Alier honra a don Eliseo, prestigiado doctor y aviador que nos legó, bien que inconclusas, sus amenas memorias:

A los hombres valientes les duele el corazón. / Han atravesado los pasillos de lo incierto, / con los ojos vendados / pisan el fuego. / Salen al campo de batalla / con la frente en alto / a pesar de sus armaduras de papel. / El agua que inunda sus pulmones no los derrumba. / Aprendieron a caminar despacio. / Ahora contemplan. / Les duele el corazón / y reciben a sus hijos / con la mirada despierta. / Son valientes, / el miedo en sus cabezas / es un tambor pequeño / adentro de una semilla. / Son valientes, por eso lloran.