Opinión
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Mar de Historias

Sin fin

N

o quería que los asistentes a la comida dominical la miraran con lástima y mucho menos que le dijeran pobre Rebeca sólo porque este año no acudió, como ellos, a los lugares donde sigue brillando un nuevo sol: el Buen Fin. Estaba decidida a mostrarse indiferente cuando sus primas le describieran su provechosa cacería de ofertas y su hermana Edu le presumiera las dos pantallas de televisión enormes que había adquirido durante los primeros minutos del viernes.

Ese día, además de ponerla al tanto de la compra, Edu le dijo por teléfono, muerta de risa, que ella y Sandro se habían pegado una buena desmañanada para ser de los primeros en llegar al centro comercial. Falsas ilusiones: ya estaba allí una fila de compradores que combatían el frío de la madrugada frotándose las manos y saltando. Hechos paleta, tuvieron que esperar más de una hora antes de que se abrieran las puertas del paraíso. Pero valió la pena el riesgo de pescar una pulmonía –le dijo Edu– porque regresaron a la casa con las dos pantallas gigantes, un asador de carne, una aspiradora de vapor y un puf divino que tal vez ni quepa en su diminuto y atestado departamento.

II

El recuerdo de la charla telefónica con su hermana encendió en el ánimo de Rebeca la hoguera de la envidia: su mayor e incontrolable defecto. Tendría que conformarse con disimularla. ¿Cómo? Actuando. Para eso le sobra talento. De haber podido habría estudiado actuación. Su sueño era conquistar los grandes escenarios haciendo papeles dramáticos que la dejaran sin aliento, pero con los labios pintados de rojo intenso.

Rebeca nunca imaginó que en algún momento de su vida echaría mano de sus dotes histriónicas para mantener a raya a sus parientes. No la verían derrotada ni disminuida. Cuando le preguntaran el por qué de su desinterés en el Buen Fin les diría: Porque odio el consumismo.

Repitió varias veces la frase que se le ocurrió anoche y terminó convencida de que el motivo era auténtico y por lo tanto la hacía moralmente superior a sus primas y a su hermana Edu. A solas, sin titubeos, las llamó locas, irresponsables, derrochadoras. Se le terminaron los adjetivos cuando Esteban, su marido, entró en el departamento aureolado por un intenso olor a barbacoa: su aportación a la comida dominical.

III

Sentada en el asiento del copiloto, Rebeca espera una buena oportunidad para pedirle a Esteban que ni de broma vaya a revelarle a su parentela el motivo que les impidió beneficiarse del Buen Fin. El asunto no tuvo nada que ver con escrúpulos morales, sino con un problema familiar: el jueves, a la hora de la cena, su suegra dijo que deseaba ir con ellos a recorrer los centros comerciales.

Imposible. No querían que sucediera lo mismo que el año pasado durante el Buen Fin: una horda de compradores tiró su silla de ruedas en el pasillo de una megabodega. Absortos en las mercancías y sus etiquetas, Esteban y Rebeca se dieron cuenta del percance al escuchar un llamado por el sonido local: Familiares de la señora Danila Sánchez, favor de presentarse en el área de lencería y corsetería.

El susto de doña Danila fue tan grande como el enojo de Esteban. Acusó a Rebeca de ser poco atenta con su madre y ella acabó diciéndole algo de lo que enseguida se arrepintió: Eres su hijo. La obligación de cuidarla y atenderla es tuya, no mía.

A pesar del mal momento, salieron del establecimiento con un triturador de quince velocidades, una computadora, una batería de acero inoxidable, ¡carísima!, que aún no terminan de pagar.

Cuando Rebeca oyó a su suegra manifestar su interés en acompañarlos al Buen Fin, asumió el papel de una buena nuera y con su voz más dulce le dijo a su madre política: No queremos que vaya a tener otro accidente como el de hace un año. Gracias a Dios no pasó del susto. Además, hace muchísimo frío. Puede enfermarse. Quédese acostadita. Nosotros le compramos lo que usted quiera. ¿Qué se le antoja?

La respuesta fue un puchero y luego una lista de lamentaciones que comenzó por el clásico No sé porqué Dios no me llama a su lado si aquí nadie me quiere y terminó con una frase que opacó la actuación de Rebeca: Ni ahora ni nunca seré un estorbo para ustedes. Mañana mismo buscaré un asilo. En algún lugar tendrán que recibir a este pobre costal de huesos que ya no sirve para nada.

Esteban reaccionó diciendo que, en vista de la situación, renunciaba al Buen Fin para quedarse con su madre; pero si ella quería irse de compras con su hermana o con sus primas, ¡adelante! Sin otra alternativa, Rebeca renunció también a los beneficios del mensaje glorioso: compre hoy y pague en abril.

Sola en su cuarto, Rebeca juró que nunca volvería a interesarse en el dichoso Buen Fin. Con el tiempo su decisión fue letra muerta y acabó ilusionándose en el siguiente. Entre las ofertas esperaba encontrar el refrigerador que tanto necesita. El suyo huele a óxido y de cuando en cuando arroja por la parte de atrás un líquido pestilente y de apariencia turbia.

También pensó en comprarse una plancha, una waflera y un calentador. Su departamento es helado. Las temperaturas bajas le causan jaqueca y dan a su piel un tono plomizo muy desfavorable; además, por las noches, quitarse la ropa le resulta un martirio.

IV

Es temprano. Tienen tiempo de sobra para llegar a la comida en La Alborada. Rebeca mira a su suegra que dormita en el asiento trasero del coche. Después, con el rabillo del ojo, observa a Esteban. Tiene sus arranques, pero enseguida se le pasan. En su gesto no hay huella de las discusiones recientes. Por fortuna anoche hicieron las paces. Sentado en la orilla de la cama, él le dijo que entendía su frustración ante el cambio de planes causado involuntariamente por su madre. El también anhelaba aprovecharse del Buen Fin para comprar una caminadora: Me urge aplanar la curva de la felicidad. Ella le dio golpecitos en el vientre, le dijo al oído algunas frases irrepetibles y le pidió que apagara la luz.

Satisfecha, en espera del sueño, Rebeca se dedicó a pensar qué diría a los comensales del domingo para evitar su lástima. En ese preciso momento la iluminó una frase perfecta: Odio el consumismo. Mañana al mediodía –frente a sus primas, su hermana Edu y el resto de la familia– la repetirá en un tono firme, casi dramático, y con los labios pintados de un rojo intenso.