17 de noviembre de 2018     Número 134

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

“No sólo es el lago, es nuestra cultura”

Leonardo Bastida

“Ahí vas a enterrar a los tuyos y también vas a sembrarte a ti”, asegura América Del Valle, integrante del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra cuando explica las razones por las que ella y los suyos han defendido las tierras de Texcoco para evitar la construcción del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México, desde hace 17 años.

Para la también pedagoga, un mega proyecto de la magnitud del que han pretendido construir en las tierras aledañas al lugar donde nació y creció representa una afrenta al ecosistema, cada vez más frágil de la zona, donde algún día, según diferentes documentos históricos, abundó el agua, razón por la cual el topónimo de Atenco lo identificaba como un lugar “ a la orilla del agua” y las crónicas históricas aseguran que el rey poeta de Texcoco, Nezahualcóyotl,  escogió el lugar para acondicionar un jardín de ahuehuetes en los bordes del cuerpo acuático y un puerto para que los productores de las montañas circundantes pudieran trasladar sus productos a México Tenochtitlán.

Si bien la mancha urbana desmedida de la ciudad de México amenazaba con trastocar a los poblados del municipio de San Salvador Atenco, la mayoría de ellos, considerados como originarios, aunque el concepto está a debate, preservaban costumbres centenarias como el Carnaval previo a la Semana Santa, las fiestas patronales, las mayordomías, las asambleas comunitarias y el cultivo de la milpa, entre otros remanentes mesoamericanos. Sin embargo, el 22 de octubre de 2001 amanecieron con la noticia de que gran parte de sus tierras habían sido expropiadas como un bien para la nación: el nuevo aeropuerto capitalino.

Ese momento, recuerda América, detonó una decisión. Permitir la construcción de la obra, tomar el dinero ofrecido por las autoridades, buscar otros espacios para habitar y el destierro o quedarse a defender la tierra, y por ende, la existencia de su pueblo.

“No había opciones porque ahí estábamos desde que nacimos”, asegura la defensora para narrar que, a partir de esa mañana, se conformó un frente que comenzaría a cuestionar la decisión del entonces titular del Ejecutivo federal, Vicente Fox.

Mejor que ni supieran

A partir de ese momento, San Salvador Atenco saltó a la palestra pública, lamenta América. Tal vez hubiera sido mejor que no supieran de ellos y los hubieran dejado continuar con su vida cotidiana, pues la existencia de su pueblo se supo una vez tomada la decisión de construir el aeropuerto y la lucha por la tierra que se ha gestado por casi dos décadas, perdiendo esa tranquilidad, que, afirma,  pervivía en el ambiente, donde en la vida pública se hablaba de las mayordomías, la organización del carnaval, los problemas de la localidad para ser solventados por toda la comunidad cuando se requería reparar algún bien público, entre otros asuntos.

La activista recuerda que, como muchas otras ocasiones, el pueblo se reunió y decidió que no podía quedarse con los brazos cruzados y permitir la venta y la pérdida de la tierra heredada de los abuelos, a quienes les costó sangre lograr el reparto agrario de la década de los 20 del siglo pasado para obtener terrenos ejidales, donde por décadas se plantaron maíz, calabacitas, ejotes, frijoles, entre otros alimentos que colmaban las mesas de los pobladores de Atenco.

O disfrutar  de los jagueyes y cascadas de los pueblos vecinos donde había ajolotes, peces y árboles frutales.

Además, esa repartición ejidal permitió que fuera la propia comunidad la que decidiera qué hacer con los terrenos, como cuando se construyó la primera escuela del municipio, rememora América, quien explica que fueron los propios habitantes los que decidieron la donación de esos terrenos. Algo que no ocurrió en 2001, cuando se decidió que en esos terrenos, donde hasta mediados del siglo pasado era común ver a los patos y otras aves que llegaban a “la laguna”, como llamaban los habitantes a los restos del Lago de Texcoco, fuera la nueva sede del aeropuerto.

Así que era momento de volver a defender la tierra, como en las dos primeras décadas del siglo XX, cuando habitantes de Atenco apoyaron a las tropas zapatistas o a lo largo de la misma centuria para salvaguardar sus pozos y hacia la década de los 80 para evitar expropiaciones gubernamentales bajo el pretexto de la construcción de una nueva autopista o para la creación de un parque nacional.

Por eso, cuando con el nuevo siglo se inició y se decidió hacer frente al mega proyecto aeroportuario, una de las preguntas que hacían los integrantes del Frente de Defensa  era si se echarían al vacío los esfuerzos de los antepasados para tener una tierra.

Insistencia

América señala que a pesar de la cancelación del decreto presidencial de 2001 un año después, no disminuyó el interés voraz sobre sus tierras. Continuaron los intentos por despojarles de esos terrenos “yermos”, pero cuya utilidad iba más allá de cosechar o no, pues representaban la identidad de un pueblo.

En 2006 ocurrió uno de los enconos más conocidos que fue el de la represión por parte de autoridades policiacas hacia integrantes del Frente, que derivó en violaciones de mujeres, allanamiento de moradas, detenciones arbitrarias y torturas, como quedó documentado ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Ocho años más tarde, Enrique Peña Nieto retomó la idea y la anunció públicamente después de dar su segundo informe de gobierno. Si bien existen pocas pruebas, algunos testimonios indican que las consultas realizadas fueron hechas “a modo”, no permitiendo la participación a opositores al proyecto, el cual, casi dos años después de haberse iniciado ha sido cancelado.

La idea que le vendieron a muchos habitantes de la zona era que la venta de los terrenos les permitiría mejorar su calidad de vida y que la llegada de obras de este calibre les permitiría mejorar sus condiciones. Para la también docente, esos argumentos representaban un engaño y una imposición cultural, pues para ella, la calidad de vida está relacionada con las condiciones y garantías que el Estado no ha dado ni ha aportado, y que los propios pueblos han establecido para salir y hacer frente a sus necesidades y satisfacerlas conforme a sus posibilidades.

Añade que lo rural no debe ser visto como una forma de atraso, sino más bien como una forma de vida de los pueblos, que incluso abre la posibilidad de que las propias familias comiencen a producir sus alimentos de forma autónoma. “La ruralidad no es opuesta a lo urbano, no es opuesta a lo moderno y al desarrollo, eso es un espejismo, nos quieren inyectar otra cultura y que olvidemos quienes fueron nuestros antepasados”.

Con aire de nostalgia señala que el deseo de muchos es que las tierras se vuelvan a inundar y regrese “la laguna”. El de ella es que en las orillas del lago haya escuelas y que al interior de las comunidades del municipio de San Salvador Atenco se restablezca el tejido social fracturado a lo largo de estos años, que había pervivido por siglos y que en las últimas dos décadas se dividió de manera muy sensible, afectando su historia y su vida cotidiana, algo de lo que nadie habla.

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