Opinión
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La muestra

La casa de Jack

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▲ Fotograma de la película de Lars von Trier
A

utorretrato de un asesino serial. La casa de Jack (The House that Jack Built, 2018), del danés Lars von Trier, sugiere una variante y un espejo de su película anterior, el díptico de cuatro horas de duración Ninfomanía (2013). Como en aquella cinta, lo que el autor propone, de nueva cuenta, es un diálogo filosófico.

El protagonista, escuetamente llamado Jack (un Matt Dillon espléndido), en probable referencia al célebre asesino Jack el destripador, refiere con detalle a una suerte de confesor (un anciano señor Verge interpretado por Bruno Ganz), una serie de cinco crímenes o incidentes, cuatro exitosos, uno fallido, elegidos entre muchos otros para legitimar o certificar el asesinato como una auténtica obra de arte.

Por el esmero maniático y puntual de su faena homicida, a Jack se le conoce en los medios como el señor Sofisticación. En realidad se trata de un sicópata megalómano, aquejado de accesos de TOC (trastorno obsesivo compulsivo), y a la vez un arquitecto fracasado que incapaz de terminar el diseño y edificación de su propia casa, decide remplazar la tarea por una barroca construcción doméstica a base de cadáveres en cuyo interior habrá de encontrar un cobijo final y, posiblemente, su recompensa o condena.

Como es habitual en las cintas recientes del provocador danés, en la trama abundan las digresiones y las referencias a otras manifestaciones artísticas, de la literatura a la pintura, de la arquitectura a la música, con paréntesis recurrentes al pianista Glenn Gould (a partir de imágenes de archivo) presentado como un emblema de la genialidad artística.

Para Lars von Trier, el crimen o, de modo más extenso, la propia noción del mal, puede generar una obra de arte, desviando y deformando el cometido humanista y civilizatorio de la creación original, para subvertir el orden establecido e instaurar el caos sobre la Tierra. Esta manera malévola de socavar los cimientos de la civilización está presente en el delirio y ambición de toda dictadura, y a ello alude el realizador a través de la mediocre figura de un Jack narcisista, carente de empatía con sus semejantes, misógino irredimible, amante maniático del orden, semejante en lo esencial a cualquier líder político autoritario, y como él capaz también de incendiarlo todo. La misma civilización que pudo generar a un Goethe, señala Lars von Trier, es capaz de alimentar en su seno a un nuevo Himmler o a un Goebbels, y suponer lo contrario es pecar de ingenuo o naufragar por completo en la corrección política. De los múltiples referentes criminales que podrían vincularse a la faena puntillosa de Jack, este asesino inconmovible y seco, se podría acudir a un clásico casi olvidado, el maniático Mark Lewis (Karl Böhm), protagonista de Peeping Tom (1960), la perturbadora película británica de Michael Powell.

La casa de Jack es la primera gran sorpresa de la 65 Muestra Internacional de Cine que hoy da inicio en la Cineteca Nacional, en la sala 1 a las 12 y 17:30 horas.

Twitter: @CarlosBonfil1