Opinión
Ver día anteriorSábado 27 de octubre de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
El Archivo General de la Nación
A

unque el presidente Peña Nieto no haya tenido a bien pararse por ahí, lo cierto es que su gobierno puede apuntarse que, a tiros y tirones, ha realizado una espléndida transformación del máximo acervo documental de nuestro país que, como se sabe, se encuentra en el antiguo Palacio Negro de Lecumberri.

En mi reciente visita, con fines chismosos de conseguir cierta información, misma que apareció con prontitud, no pude menos que recordar aquellos amargos tiempos en que tan valiosa documentación se hacinaba en un rincón de Palacio Nacional y se hallaba pésimamente conservada por Ignacio Rubio Mañé. El hombre, además de que no movía un dedo a su favor, tenía la costumbre de esconder la documentación tras de la que andaban los investigadores que no eran de su gracia…

Me costó un año de viajar cada mes a la capital de la República en busca de la Crónica de Acacictli antes de que una secretaria gordita y bien abastecida de arrayanes tapatíos, me confesó que la tenía escondida en un cajón de su escritorio. Muchos más arrayanes y sonrisas coquetas hube de invertir para que me hiciera el favor de sacar una copia a escondidas…

En esta ocasión tardé menos de media hora en conseguir lo que necesitaba sin más pago que unas cuantas palabras de gratitud. Pero, además, pude invertir el tiempo sobrante en una visita a las nuevas instalaciones ya concluidas, de las cuales no puede uno menos que llenarse de enorgullo.

Tres o cuatro años atrás pude presenciar el comienzo con el cual mi guía construyó en verdad castillos en el aire, pero en esta ocasión todo era tangible y flamante y, además, razonablemente bien equipado. En síntesis, puede hablarse de un verdadero portento. Ello revela no sólo la capacidad profesional de quienes lo dirigen, sino también de un compromiso cabal con sus objetivos. Además de su eficiencia, cabe agregar la perseverancia para transitar por los altos y complejos vericuetos de la obesa burocracia mexicana para ir sacando, de aquí y de allá, los recursos necesarios.

Confieso que, cuando vi nacer la gran tarea, no imaginé siquiera la posibilidad de que llegara a tales avances. Se logró arreglar muy bien lo viejo y se erigió, con todas las de la ley, lo nuevo.

¡Faltan cosas por hacer! Comentó la directora general, pero eso es algo que sucederá siempre. Lo importante es que todo lo hecho resulta ser motivo de orgullo y de ello sacarán enorme ventaja los usuarios durante mucho tiempo.

Quiero rendir tributo a la sucesora del señor Rubio, la doctora Alejandra Moreno Toscano, a quien se debe que, finalmente, el gran repositorio haya ido a dar a este lugar, aprovechándolo y evitando al mismo tiempo su destrucción. Ella le dio un enorme impulso que no demerita el actual. De los demás directores que mediaron entre Alejandra y este sexenio: Mercedes de Vega, vale aceptar que poco bueno puede decirse.

Asimismo, debo reconocer que mi inconformidad de que el archivo perteneciera a Gobernación se vino abajo al ver tales resultados e imaginar que habría sido de haber estado adscrito a Educación, como pretendimos alguna vez.