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El 68 a medio siglo

Carlos Fuentes renunció a embajada en Francia

Para Díaz Ordaz, la matanza de Tlatelolco sólo ensombreció unos cuantos hogares

El ex presidente aseguró que con sus medidas salvó a México de la anarquía, de la subversión, del caos. De que se terminaran las libertades que disfrutamos

 
Periódico La Jornada
Martes 16 de octubre de 2018, p. 16

Gustavo Díaz Ordaz estaba convencido de haber salvado al país de la anarquía, la subversión y el caos. Ufano, se manifestaba orgulloso de ello, les guste o no les guste, y consideraba que gracias a las decisiones que tomó durante el movimiento estudiantil de 1968 su nombre pasaría a la historia.

Para él, lo sucedido el 2 de octubre de aquel año en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco no era un hecho que mereciera el calificativo de sombrío para la historia nacional, sino que apenas ensombreció la historia de unos cuantos hogares.

Afirmaba que los disparos de aquella tarde fueron hechos por los estudiantes y desestimaba las versiones que se referían a cientos de muertos. Desgraciadamente hubo algunos, no centenares. Tengo entendido que pasaron de 30 y no llegaron a 40 entre soldados, alborotadores y curiosos.

Tras la trágica noche de Tlatelolco, fueron pocas las ocasiones en que el político poblano se refirió a los hechos y a la represión ejercida por su gobierno. El primero de septiembre de 1969, durante su quinto Informe de Gobierno, asumió la responsabilidad de aquella matanza que ensombreció la historia reciente del país y, ocho años más tarde, ante medios de comunicación, aseveró que aquel momento me permitió servir y salvar al país.

Al presentar su penúltimo Informe ante el Congreso de la Unión, criticó al movimiento e insistió en su teoría –que delineó un año antes– de que agentes ajenos al sector estudiantil, nacionales e internacionales, tenían el interés de desestabilizar al país y conducirlo a la anarquía. Argumentó que su administración había tomado el camino institucional para resolver el conflicto, incluido el uso de las fuerzas armadas.

La táctica de ir planeando situaciones ilegales cada vez de mayor gravedad, hasta la subversión públicamente confesada, así como las acciones deliberadamente tramadas para ser al mismo tiempo provocación y emboscada para la fuerza pública y una serie de actos de terrorismo, determinaron indispensable la intervención del Ejército.

Faltaban entonces unas cuantas semanas para que puntualmente iniciaran los tiempos oficiales de la sucesión presidencial, y Díaz Ordaz ya pensaba en su sucesor: el secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, quien también era señalado como responsable de la masacre estudiantil. El presidente debía exculpar a su colaborador para que el partido oficial, el PRI, no enfrentara contratiempos en la elección de 1970. Asumo íntegramente la responsabilidad personal, ética, social, jurídica, política e histórica por las decisiones del gobierno en relación con los sucesos del año pasado (68), proclamó.

“Al amparo de nuestras libertades democráticas, próximamente se iniciará el proceso para renovar el Congreso de la Unión y elegir Presidente de la República (…) exhorto a todos los partidos a que se esfuercen para que en el proceso electoral prive siempre el acatamiento a nuestras leyes (…) a que debatan ideas, esgriman razones, comprueben hechos y ponderen argumentos, desterrando malevolencia y encono. Ningún grupo, ningún sector, ninguna clase tiene el derecho de imponerse a los demás. La voluntad mayoritaria del pueblo mexicano es la que decide. La respetaremos y la haremos respetar”, dijo ante legisladores.

Un largo silencio hasta abril de 1977

Tras dejar la Presidencia de la República, el 31 de noviembre de 1970, Díaz Ordaz guardó un largo silencio. Fue hasta abril de 1977 cuando volvió a referirse a lo sucedido. El entonces presidente José López Portillo lo nombró embajador en España y la Secretaría de Relaciones Exteriores citó a una conferencia en su sede de Tlatelolco, a unos metros de la Plaza de las Tres Culturas. El canciller, Santiago Roel, hizo el anuncio y se retiró, dejando al ex presidente frente a los periodistas.

De inicio –han escrito quienes ahí estuvieron– la rueda de prensa se desarrolló de manera insustancial, incluso frívola. Hasta que un reportero tomó la palabra para confrontar a Díaz Ordaz: el escritor Carlos Fuentes acababa de renunciar como embajador de México en Francia en protesta por el nombramiento diplomático del ex presidente.

Lo único que les puedo decir a ustedes es que me dio mucha risa. Se erige en juez de acontecimientos que yo no sabía que él había presenciado. Yo no sabía que él estaba ahí en esos días, si ha estado quizás hubiera ido a dar a la cárcel, y no fue. ¿Que soy responsable único (de la matanza del 2 de octubre)? Seguramente debe tener muchos datos, ha de haber realizado una minuciosa, agotadora y exhaustiva investigación para llegar a esa conclusión. O habló sin tener fundamento.

Emplazó a quienes señalaban que fueron centenares los muertos en la Plaza de las Tres Culturas a probarlo. “(Se ha dicho) que se hicieron desaparecer los cadáveres, que se sepultaron clandestinamente, que se incineraron. Es fácil hacerlo, pero los nombres no se pueden desaparecer. Ese nombre corresponde a un hombre que dejó un hueco en una familia (…) es un hueco que no se puede destruir, si se trata de hacer, se agranda, y para que no quede hueco en la familia, habría que acabar con la familia. Es absurdo”.

Aseguró que los caídos, entre ellos el general José Hernández Toledo, quien iba al frente de las tropas y resultó herido, recibieron impactos de bala con trayectoria vertical. Fueron disparos hechos desde la azotea del edificio Chihuahua. (Lo hicieron) perversamente contra los soldados y contra sus propios compañeros, o por el nerviosismo del momento y su falta de práctica en el manejo de las armas que ellos mismos habían conseguido, o que a ellos les habían dado.

Indignado ante lo que escuchaba, un joven periodista de 29 años, Rafael López Jiménez, alzó la voz para cuestionarlo: Hemos oído comentarios en el sentido de que tal vez no como embajador, sino como hombre que se reincorpora a la vida pública, deja mucho que desear, debido a que usted asumió la responsabilidad histórica en un momento dado por un hecho que ensombreció la historia del país. Como que todavía en esta designación se está tocando una llaga que no ha podido cicatrizar totalmente...

El semblante de Díaz Ordaz se transformó. Colérico, arremetió contra el reportero: Disiento totalmente del criterio muy personal de usted de que hay un hecho que ensombreció la historia de México. Hay un hecho que ensombreció la historia de unos cuantos hogares mexicanos. Yo le puedo decir a usted que estoy muy contento de haber servido a mi país en tantos cargos como lo he hecho. Estoy muy orgulloso de haber podido ser Presidente de la República y haber podido, así, servir a México. Pero de lo que estoy más orgulloso de esos seis años, es del año de 1968, porque me permitió servir y salvar al país, les guste o no les guste, con algo más que horas de trabajo burocrático, poniéndolo todo: vida, horas, integridad física, peligros, la vida de mi familia, mi honor y el paso de mi nombre en la historia. Todo eso se puso en la balanza. Afortunadamente salimos adelante. Y si no ha sido por eso, usted no tendría oportunidad... ¡Muchachito! De estar aquí preguntando.

–¿De qué salvó usted al país? –le soltó otro periodista.

–De la anarquía, de la subversión, del caos. De que se terminaran las libertades que disfrutamos.

Díaz Ordaz abandonó la conferencia y se fue a España, donde no soportó las críticas y reclamos en su contra por aquel negro año de 1968. Ofendido, dejó el cargo diplomático a los pocos meses (agosto de 1977) sin siquiera avisar al presidente José López Portillo. Murió el 15 de julio de 1979 en la ciudad de México.