Política
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El 68 a medio siglo
Mayo del 68: el auge y el final
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▲ A mediados de mayo la clase obrera se involucró a fondo en el movimiento estudiantil.Foto Afp
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l 16 de mayo marcó el momento en el que la clase obrera francesa se involucró a fondo en el movimiento estudiantil, con las huelgas salvajes (es decir, espontáneas) que estallaron en las plantas de Renault en Flins y Billancourt y que siguieron con la ocupación de fábricas y oficinas públicas. Al día siguiente la huelga se extendió a casi toda la industria metalúrgica y química. Varias estaciones de ferrocarriles estaban ocupadas y circulaban muy pocos trenes. Los carteros ocupaban ya sus oficinas. El 18 de mayo, Air-France y la RATP (metro de París) se lanzan a la huelga. Para el lunes 20 de mayo la huelga era general. Había seis millones de huelguistas y en los días siguientes iban a llegar a ser más de 10.

Desencadenado de manera espontánea, el movimiento de ocupación marcó desde un principio su distancia frente a toda clase de consignas impuestas y contra el control de los sindicatos. La amplitud de las huelgas obligó a los sindicatos a emprender desde ese momento una rápida contraofensiva cuyo objetivo era acabar con las huelgas salvajes, reducir el vasto y profundo movimiento de impugnación a simples huelgas económicas con reivindicaciones estrictamente profesionales. La burocracia sindical, directamente amenazada, debía primeramente frenar las iniciativas de la base trabajadora y poner fin a su autonomía naciente; por lo tanto, comenzaron a incorporarse a los Comités de huelga, desplazando a la base a la que terminaron finalmente por aislar, suplantándola más tarde en las negociaciones que se entablaron con los empresarios y el gobierno.

La estrategia seguida por la Central General de Trabajadores (CGT) y el Partido Comunista Francés (PCF) fue condenar toda idea de huelga de tipo libertario e insurreccional, proponiendo a cambio toda una serie de demandas y reivindicaciones circunscritas al mero marco profesional y económico. Se atacaba la lucha revolucionaria y en su lugar se proponía la lucha reformista.

La CGT convocó a una jornada de reivindicaciones para el viernes 24, llevando a cabo una tranquila manifestación; pero ese mismo día, al saberse que el gobierno francés había prohibido la residencia a Daniel Cohn-Bendit (de origen alemán), los jóvenes volvieron a luchar en la calle donde, a pesar de las consignas en contra del PCF, participaron los obreros. Éstos se habían incorporado a la lucha no solamente porque estaban en contra de sus sindicatos, sino porque simpatizaban con el movimiento estudiantil y juntos participaron en la construcción de barricadas, quema de autos, ataques a las comisarías. Los enfrentamientos se prolongaron hasta el alba. Una parte de los manifestantes había logrado incendiar la Bolsa, pero el Templo del Capital no fue sino parcialmente destruido. Dos comisarías de policía fueron saqueadas y los vehículos policiales fueron quemados. Al mismo tiempo varios miles de amotinados combatían a la policía en la ciudad de Lyon; otro tanto sucedía en Burdeos, Nantes y Estrasburgo.

Cambiar la vida, transformar el mundo

La gente, sin conocerse, conversaba en las calles; la vida cotidiana adquiría un nuevo valor. Sin trenes, sin metro, sin automóviles, sin trabajo, los huelguistas recuperaban el tiempo tristemente perdido en las fábricas, en las rutinas monótonas, en el metro o frente a la televisión. La gente se paseaba, soñaba, aprendía a vivir de otra manera. Se respiraba la libertad.

La organización jerárquica de la sociedad dejaba de verse como una fatalidad irremediable, la lucha contra el Estado y sus policías, así como contra patrones y líderes –a los que se había expulsado de los centros de trabajo– se había vuelto una realidad.

Se daba libre curso a la creatividad en las inscripciones y volantes, en el lenguaje, en el comportamiento, en las relaciones humanas, en las técnicas de combate, en las canciones.

El 25 de mayo, como respuesta al estado insurreccional, el gobierno y las burocracias sindicales de manera coincidente hicieron declaraciones a favor de la prohibición de las manifestaciones y en pro de la negociación inmediata.

Durante la mañana del 27 de mayo, Georges Seguy, dirigente de la CGT, se dirigió a los obreros de Renault-Billancourt para anunciarles los acuerdos a los que habían llegado los líderes sindicales, el gobierno y los patrones. Los obreros de manera unánime rechazaron los acuerdos de Grenelle. El 30 de mayo, el general De Gaulle lanzó dos propuestas: nuevas elecciones legislativas o la represión. El ejército se movilizó en los alrededores de París. Los líderes sindicales y del PCF optaron inmediatamente por las elecciones. Para entonces, la lucha autónoma de los trabajadores se encontraba bloqueada tanto por el Estado como por las burocracias sindicales. En este contexto el movimiento comenzó a perder fuerza.

El 30 de mayo, la burguesía expresó abiertamente su apoyo al régimen en una gran manifestación en los Campos Elíseos. Después de tres semanas de ausencia casi total del Estado, éste empezó a expulsar a los obreros de las fábricas bajo la consigna de que había que terminar con las huelgas para poder realizar las elecciones.

Por su parte, las dirigencias obreras después de haber fracasado al tratar de negociar un acuerdo a escala nacional comenzaron a negociar sector por sector, empresa por empresa. Fue una tarea larga y difícil. Por todas partes los huelguistas se negaban a reanudar el trabajo. Pero a partir del 6 de junio los empleados de bancos y de seguros recomenzaron a trabajar. La SNCF (ferrocarriles nacionales) en la que dominaba la CGT también volvió al trabajo. Ese mismo día, la policía expulsó a los huelguistas de la fábrica de Renault en Flins. Los obreros lanzaron un llamado a la reocupación de la fábrica. Varios miles de estudiantes se movilizaron para ir en su apoyo, pero apenas unas centenas pudieron llegar para combatir junto a los obreros. Durante 12 horas, dos mil obreros y estudiantes enfrentaron en los campos y calles de los pueblos aledaños a cuatro mil gendarmes. Inútilmente esperaron a que llegaran refuerzos para apoyarlos puesto que la CGT había impedido la salida de los obreros de Boulogne-Billancourt e impidieron en la estación de Saint-Lazare que se pusieran trenes a disposición de los manifestantes que querían ir a combatir a Flins.

Finalmente poco a poco los sindicatos lograron la reanudación del trabajo. Sólo los metalúrgicos seguían resistiendo. El 11 de junio la policía intervino contra ellos. El enfrentamiento, muy violento, duró varias horas. Por primera vez, las fuerzas del orden dispararon contra la multitud. Dos obreros murieron.

A pesar de todo, el 12 de junio hubo todavía otra noche de motín a causa de un estudiante muerto en los combates de Flins. Pero al día siguiente, el Estado decretó la disolución de las organizaciones trotskistas, maoistas y del 22 de marzo. Los estudiantes terminaron por abandonar La Sorbona. Los últimos islotes de resistencia cedieron, Renault, Rhodiaceta, Citroën. Reanudaron el trabajo el 17 y 18 de junio. La huelga había terminado.

Los obreros, a pesar de todas las presiones de las burocracias de sus sindicatos y de las intimidaciones del gobierno, habían tratado de prolongar la huelga más allá del 30 de mayo; a su manera, habían afirmado que querían algo más que reivindicaciones de tipo económico, sin poder expresarlo y sin haber tenido tiempo para llevarlo a cabo. Lo que realmente deseaban era hacer la Revolución.

A manera de conclusión

Sin embargo, el impulso revolucionario de 1968 fracasó: el sistema tembló sobre sus cimientos y padeció un gran vacío de poder frente a la subversión revolucionaria. Tuvo que otorgar concesiones a nivel económico y político pero en su esencia el sistema –a pesar de que se renovó y se modernizó en los años siguientes– siguió siendo el mismo, aunque es indudable que los valores morales cambiaron notablemente desde aquel mayo, en particular en lo que se refiere a la liberación de la mujer. Así pues, como sucede siempre en la historia se trató de un fracaso relativo; la crítica del mundo enajenado sigue siendo vigente así como el anhelo de superarlo.

Aquella fuerte sacudida se declaró en contra del sistema dominante en todas sus variantes, incluida la pseudosocialista sin saberlo, iniciaba un ciclo que se cerró con la caída del Muro de Berlín y el derrumbe de ese socialismo que ya estaba putrefacto. A partir de entonces se ha iniciado un nuevo ciclo de gran inestabilidad en el que una vez más todo es posible.

Octubre de 1998