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El estante de lo insólito

Los hermanos Rodríguez

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Ilustración Manjarrez / @Flores Manjarrez

“¡Oh juventud, espada de dos filos! ¡Juventud medianoche, juventud mediodía, ardida juventud de especie diamantina!

Teníamos veinte años y menos de cien Y nos dividíamos en vivos y suicidas.”

Efraín Huerta. Borrador para un testamento.

P

edro y Ricardo Rodríguez nacieron en la Ciudad de México (1940 y 1942 respectivamente). Su padre, Don Pedro Rodríguez (Rayón, San Luis Potosí, 1902) fue parte de la escolta de don Lázaro Cárdenas durante su campaña presidencial. Fue fundador del Escuadrón Acrobático de Motociclistas de Tránsito, mismo que se volvería internacionalmente famoso con el díptico fílmico A Toda Máquina y ¿Qué te ha dado esa mujer? (Ismael, Rodríguez, 1951), que estelarizaron Pedro Infante y Luis Aguilar. Su madre fue la bellísima doña Conchita de la Vega (Querétaro, Querétaro, 1915), quien solía darles su bendición antes de cada carrera y fue eje central en la unión de la familia. A diferencia de los fosos que acompañaban a los pilotos en el mundo, únicamente cercados por mecánicos y prensa, los Rodríguez siempre convocaban reunión familiar en cada pista. Hasta en eso eran distintos.

Ferrocarriles que construyeron pistas

La segunda guerra mundial de inmediato causó efectos devastadores en Europa, y por otro lado impulsó la industrialización de las hoy llamadas economías emergentes como México, cuya red ferroviaria dotaba en gran volumen necesidades en los Estados Unidos (además de destapar la migración de obreros mexicanos a sus plantas; literalmente, supliendo hombres que hacían de soldados en pleno conflicto). Don Pedro fue intermediario entre las líneas ferroviarias estadunidenses y Ferrocarriles Nacionales, fue representante de Quaker State, se hizo de restaurantes y centros nocturnos, y metió dinero en bienes raíces con gran éxito. Los negocios permitieron que su familia tuviera una condición privilegiada que se convirtió en educación de primera línea para sus hijos. La fortuna se pondría al servicio de las carreras.

Los pequeños Pedro y Ricardo comenzaron dando vuelta a la manzana en el auto de su madre a escondidas de los demás. Compitieron en bicicletas apenas aprendieron a sujetar el manubrio (Ricardo se convirtió en campeón nacional a los 10 años, en 1952) y parte de su gran seguridad desde la infancia fue la práctica de la charrería, de manera que la monta de caballos, con los riesgos que implican las faenas charras (Pedro floreaba y ejecutaba La cala del caballo, con apenas tamaño para apretar los estribos en su monta; nunca dejó la charería), fueron la transición perfecta para el inicio de su conducción motor, usando algunas de las primeras motocicletas de competencia que se usaron en México. Normalmente era Ricardo, el hermano menor, quien se imponía en las competencias directas.

Las crónicas de sociales los incluían en forma preferencial, tenían cercanía con la clase política y empresarial, y los contactos del patriarca alcanzarían a nuevas amistades fundamentales en Europa y Estados Unidos. Eso permitió que el joven Pedro, sin tener siquiera licencia para competir, fuera inscrito como piloto, usando además un flamante Porsche (entonces era una gran dificultad importar autos). Los hermanos pudieron trabar amistad y recibir consejos de varios pilotos de talla mundial (principalmente en las celebraciones de la Carrera Panamericana), como el argentino Juan Manuel Fangio, uno de sus héroes.

Más veloces que los grandes

Los jóvenes ganaban todo y en todas las pruebas, sin importar el circuito, la ciudad, el número de adversarios y su condición juvenil. Llegaron a ser objeto de protestas por parte de pilotos veteranos que no admitían ser vencidos en forma tan clara por muchachos que, sin casco y gafas, parecían sus hijos. La Adolescencia fue complicada para Pedro, quien estaba desbordado, lo que forzó a su padre a enviarlo a la Western Military Academy en la Unión Americana. Esa estancia lo hizo madurar y perfecccionar su inglés, lo que sería fundamental para su desarrollo profesional en el campo internacional del automovilismo.

Apenas con quince años, Ricardo comenzó a ganar los torneos nacionales y en algunos medios se le nombró La maravilla mexicana. Pedro compartiría el liderazgo cuando dejó la academia y retomó el volante. Ambos se internacionalizaron compitiendo en California, convirtiéndose en la sensación entre aficionados, pilotos y dirigentes. En breve serían un fenómeno mundial. Pedro siempre serio y enfocado, Ricardo alegre y sin freno. Más que las carreras, me gustan las mujeres, diría cuando el casco ocultaba sus rasgos de adolescente.

Los pilotos consagrados se burlaron de ellos en sus inicios, pensando que no tenían nivel por su edad y por ser mexicanos, sin una tradición heredada en las pistas, pero ellos cambiaron la historia. Pedro se convirtió en el primer mexicano en correr las célebres 24 horas de Le Mans en 1958 (la edad impidió a Ricardo subir a su bólido, aunque lo haría en la siguiente edición), año en que obtuvieron el premio como los mejores pilotos del país. Después siguió la incursión de Pedro en NASCAR y ambos continuaría creciendo en Europa, sin descuidar el prestigiada carrera de Nassau en Bahamas. Pasaron de la conducción del Opel, al OSCA, Corvette, Porsche y Ferrari (sin imaginar entonces que formarían parte de la célebre escudería italiana para competir en el máximo circuito). Los hermanos siempre querían competir. Incluso, ya siendo pilotos de los circuitos importantes a nivel internacional, corrían en torneos de pequeños Karts. Ricardo impulsó la creación de un pequeño Autódromo para la especialidad ubicado Cuatro Caminos, en la Ciudad de México.

Un autódromo para dos gigantes

En 1959 comenzó formalmente la construcción del Autódromo de la Magdalena Mixiuhca en la capital del país que pretendía desde su proyección inicial convertirse en el mejor espacio de competencia motor de México. Pedro ganó en la rodada de inauguración (una prueba de 500 kilómetros), dejando desde siempre su nombre en el circuito.

En forma efímera y sólo como anécdota, Ricardo aparece en la comedia de Fernando Cortés Muchachas que trabajan (1960), donde tiene escena con Angélica María. Un año después, los mexicanos fueron la sensación en Francia al ganar los 1,000 kilómetros de París. Recibidos como héroes en México, se convirtieron en la imagen de empresas comerciales y se popularizaron las postales para que ellos autografiaran. Celebridades dentro y fuera del mundo automotor, el roce con el jet set internacional no modificó su raigambre. Siempre llevaban una bandera nacional en su paso por el extranjero, y se sabe que Pedro portaba un disco con el Himno Nacional de México por si obtenían un primer lugar. Sin ser parte del radar de los organizadores, el himno mexicano no estaba en el archivo de materiales preparados para las premiaciones.

Ricardo estaba ansioso por competir en el primer Gran Premio de México. Se subió a una máquina ajena pero eficiente, un Lotus, ya que Ferrari no tomó parte en la competencia. Sin su equipo de cabecera pero listo para buscar la bandera a cuadros, Ricardo cubrió el circuito en la calificación sin hacer el tiempo deseado. Sin necesidad, pero con obstinación, volvió a subirse al auto aunque algunos le pedían dejarlo por esa jornada. El auto tuvo problemas de carburación y después quedaría en evidencia una rotura en la suspensión trasera derecha. Fue el propio don Pedro quien le dijo que estaba segundo detrás de Surtees y debía buscar el primer sitio. Ricardo besó su mano y volvió a la pista. En su gran crónica biográfica Los Hermanos Rodríguez (Editado por Scudería Hermanos Rodríguez A.C. y Sanborns, 2015), Carlos Eduardo Jalife Villalón detalla: Son las cinco de la tarde y cinco minutos; en la torre de control Jorge Moctezuma y Rodolfo Sánchez Noya, comentaristas oficiales, anunciava el progreso de Ricardo en las distintas secciones de la pista por los altavoces hasta que hay un silencio, se oye un golpe seco y empiezan a gritar que Ricardo ha chocado en la Peraltada.

Sin cinturón de seguridad puesto (el joven piloto siempre temía estar ceñido al auto en caso de un incendio en su motor), Ricardo salió disparado contra la barda de contención. La más grande promesa del automovilismo nacional se perdió para siempre. El país vivió un drama con su deceso. A nivel internacional pegaría la noticia. El mismo Fangio viajaría a México para visitarlo en el cementerio. Pedro se alejó de los autos por un tiempo, pero volvió con gran fuerza. En 1968 ganó las 24 horas de Le Mans acompañado por el belga Lucien Bianchi, con Pedro cubriendo el setenta por ciento de la competición. Siempre con su hermano en mente, Pedro se convirtió en uno de los referentes de la Fórmula 1 (tuvo el récord de velocidad promedio en un Gran Premio, por arriba de los 252 kilómetros por hora), con siete podios y la obtención de dos primeros lugares, único mexicano que lo ha logrado hasta ahora. Apenas con 31 años, en el mejor momento deportivo de su vida, Pedro estrelló su auto en la carrera de Núremberg el 11 de Julio de 1971. Salió vivo de un auto partido y en llamas, pero su corazón se detuvo camino al hospital.

Sin Pedro y Ricardo no se explica lo que pasaría con Rebaque, Adrián Fernández, Checo Pérez y muchos más (sin olvidar a su contemporáneo Moisés Solana, también de paso por F1). Ellos forjaron una ruta, no sólo en la disciplina, sino en la mentalidad ganadora. En un territorio en que no eran bienvenidos, terminaron vitoreados y levantando los trofeos. Ésa es su aportación más determinante, no sólo el brillo metálico de sus victorias, traducidas en trofeos brillantes y portadas estelares (Life, Sports Ilustrated…), sino que le dijeron a su gente y a los escépticos en el mundo que lo mexicanos podían lograrlo. Un talento innato que se talló como la mejor madera, descubriendo la efigie perdurable oculta en el tronco pedestre de gran dureza. Hoy, el mejor Gran Premio del mundo (designado por la FIA) es el que se corre en México en la pista que ellos ayudaron a crear y que, como el gesto más merecido que la historia puede reconocer en sus símbolos, lleva su nombre.